Frank Herfort
(s/d)
Hay un
urbanismo y una arquitectura urbana que es producto de la pura y dura
explotación del suelo. Es el urbanismo y la arquitectura urbana que solemos
conocer en vivo y en directo.
Tales
prácticas sociales de producción de lugares ejercen un expolio de recursos
ambientales, culturales y simbólicos. Todo el ambiente, con su frágil y
delicada complejidad, se ve convertido en puro suelo aprovechable, explotable,
objeto de producción y mercantilización, uso y abuso. Pero también es la
cultura urbana la que se ve reducida a una explotación reductiva: de todo
aquello que una ciudad supone, apenas si importa esquilmar uno sólo de sus
valores emergentes, que es el valor económico de cambio del suelo. Y, por
último, pero no menos importante, de todo aquello que aún es portadora la
ciudad como símbolo y expresión de civilización y vida en común, de todo esto
sólo resta el valor potencial y efectivo del metro cuadrado construible.
¿Suena
desagradable? A esto es a lo que estamos
acostumbrados y es esto lo que habitamos como peces en el agua estancada de
nuestras propias y autoinfligidas peceras.
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