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Razón, significado y sentido del lugar (II)


Henri Manuel (1874-1947)

En todo sitio habitado, en todo lugar, la presencia humana escribe una mitografía mediante la disposición de los atrezos.
Cada objeto adquiere, en su situación relativa, un significado que se asocia en un acto de sentido que contornea el cuerpo y lo hace partícipe constituyente de su lugar. Así, cada gesto, cada movimiento del cuerpo, supone una relectura constante de un mensaje palpitante: Aquí se vive, en el sentido humano de la expresión. Mediante las constantes verificaciones de los roces, las cosas y las efusiones del cuerpo se reconocen mutuamente; cobran significados, devienen significados, desvelan significados.
De esta forma, los lugares constituyen textos y la existencia humana tiene allí y entonces su pleno y hondo significado.

Razón, significado y sentido del lugar (I)


Henri Manuel (1874-1947)

Los seres humanos somos seres situados o, mejor dicho, seres en situación.
Constituir con plenitud y cabalidad la condición humana es ocupar un sitio poblándolo de una densa malla de significados y sentidos. Los eventos que nos contornean son tocados por nuestra presencia y se vuelven objetos con cualidad relacional de cosas.
La razón del lugar es la índole específica de la presencia humana allí, perturbando y confiriendo forma de modo irreversible a la naturaleza física del sitio.

Esa luz que es signo


Henry Wessel (1942-2018)

Cuando todo se sume en las sombras y nos hayamos en descubierto, el habitar se reduce a un muy pequeño y muy valioso destello de luz.
Tan valioso como pequeño. Sólo cuando interponemos una considerable distancia con nuestra morada podemos reparar cuánto la apreciamos. Y desde esta lejanía es que vivimos esta cualidad de constituir una luz en la cerrazón hostil del mundo.
El primer y también último mensaje de la morada es esa luz que vence a las tinieblas.

La habitación de las penumbras


Géraldine Lay (1972)

Por su parte, habitar las penumbras también tiene su encanto y su propio tono emocional.
Es que las penumbras encogen los lugares y los sosiegan. Las penumbras son propicias para el pensamiento, para la confidencia y también para el cariño. Apropiarse de las penumbras supone dosificar las atmósferas para dominar los pequeños lugares allí donde el cuerpo puede relajarse a sus anchas. Los cuerpos encuentran en las penumbras sus guantes acomodados.
La habitación de las penumbras implica un acondicionamiento especialmente refinado de los lugares para la introspección, el ensimismamiento y el autoexamen.

La habitación de la plena luz


Géraldine Lay (1972)

Cuando habitamos ámbitos inundados de luz no sólo percibimos las cosas con mera agudeza visual.
También nos sumergimos en una especial tibieza de atmósfera. Las emociones que se experimentan allí son expansivas y a veces eufóricas. El mundo se ensancha en nuestro derredor. La plena luz puede llegar a tocarse.
No por nada Le Corbusier consideraba, con justa razón, que la luz natural a raudales constituye una de las alegrías esenciales.

Texturas


Gunnar Smoliansky (1933- )

Es conveniente prestar una peculiar atención a las texturas en arquitectura.
No es sólo ni apenas un asunto de piel, sino de un sentido del tacto propio de las arquitecturas del habitar, estructuras sensibles que siempre andan rozando las arquitecturas sabiamente ríspidas. Son las burbujas pericorporales las que tantean en los pormenores superficiales de las construcciones materiales. Son las envolventes sutiles del cuerpo las que van a dar, con leves roces, con los muros, a veces hasta con los cielorrasos, siempre con los pisos.
En arquitectura, las texturas demandan una peculiar atención, más allá de las solicitaciones puramente visuales que parecen demandarnos de forma abrumadora. Es preciso sentir las arquitecturas en formas complementarias a los encantamientos de la pura luz, para considerar estos delicados tactos.

Fragilidad y futilidad


Sandro Giordano (1972)

Hay días en que se tiene una sensación vívida e inquietante acerca de la fragilidad y futilidad de la vida cotidiana en la actualidad.
Nos volvemos breves, desechables, efímeros. Así como sorbemos distraídos un escueto brebaje lejanamente emparentado con el café, nos distraemos en inanes consideraciones que concluyen en el fatídico gesto de agregar un nuevo componente a la basura. Y somos nosotros, nuestra condición cotidiana, nuestra vida corriente las que van a parar allí.
¿No será ya algo tarde como para reconsiderar nuestra relación con la peripecia ordinaria, con sus rituales y, sobre todo, con sus contenidos existenciales?