La cuestión de
qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué
tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de
tecnologías y de valores estéticos deseamos. El derecho a la ciudad es mucho
más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: se trata del
derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Es, además, un
derecho común antes que individual, ya que esta transformación depende
inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo para remodelar los procesos
de urbanización. La libertad de hacer y rehacer nuestras ciudades y a nosotros
mismos es, como quiero demostrar, uno de nuestros derechos humanos más
preciosos, pero también uno de los más descuidados.
(Harvey, s/f.)
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