A veces les parecería que podría transcurrir
armoniosamente una vida entera entre aquellos muros cubiertos de libros, entre
aquellos objetos tan perfectamente domesticados que habrían acabado por
creerlos hechos desde siempre para que los usaran ellos únicamente, entre
aquellas cosas bellas y sencillas, suaves, luminosas. Pero no se sentirían
encadenados a ellas: ciertos días saldrían en busca de la aventura. Ningún plan
sería imposible para ellos. No conocerían el rencor, ni la amargura, ni la
envidia. Pues sus medios y sus deseos estarían acordes en todos los puntos,
siempre. Llamarían a este equilibrio felicidad, y, gracias a su libertad, a su
prudencia, a su cultura, sabrían conservarla, descubrirla en cada instante de
su vida común
(Georges
Perec, 1965)
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