Quien desee
descubrir alternativas a la existencia en autarquía estoica o en autoarresto
individualista ante el espejo hará bien en acordarse de una época en la que
toda reflexión sobre la conditio humana estaba impregnada de la evidencia de que entre los seres humanos,
tanto en la proximidad familiar como en el mercado público, funciona un juego
incesante de contagios afectivos. Mucho antes de que consiguieran imponerse los
axiomas de la abstracción individualista, los filósofos-psicólogos de la
temprana Modernidad habían dejado claro que el espacio interpersonal está
saturado de energías que, concurriendo simbiótica, erótica y miméticamente,
desmienten radicalmente la ilusión de la autonomía del sujeto. La ley
fundamental de la intersubjetividad, tal como se concibió en la época
premoderna, es la de la fascinación del ser humano por el ser humano. […] Entre
los seres humanos la fascinación es la regla y el desencanto, la excepción.
(Sloterdijk, 1998: 197)
Comentarios
- Si seguimos en esto a nuestro autor, en
todo lugar interpersonal, los sujetos son aquellos que una compleja red de
vínculos los sujeta en sus
lugares íntimos particulares.
- En esta época resulta consoladora la
idea que los vínculos interpersonales sigan la ley de la fascinación,
aunque la vivencia de nuestro tiempo presente nos desencante en su triste
realidad de soledades puestas en conflicto. Con estas contemporáneas
soledades en mutuo conflicto es difícil que una clásica discusión — en que
alternan e interactúan diversos discurrires— no acabe, indefectiblemente
en una pelea.
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