Gran
parte de la formación de los arquitectos rota en torno a la idea de prosecución
de la excelencia en el logro de la obra de arte maestra.
Por
lo general, se tiene a la arquitectura tenida por excelente como una feliz
excepción, una escasa ocurrencia en un más o menos extendido ejercicio
profesional en el territorio y el tiempo. Por ello, la obra de arte maestra
arquitectónica constituye, siempre y necesariamente, un objeto singular.
Pero,
si pensamos en las implementaciones sociales de la arquitectura ¿La excelencia
arquitectónica no debiera ser, en todo caso, una meta alcanzada en el ejercicio
corriente y cotidiano del oficio?
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