No
toda la arquitectura se pone deliberada y manifiestamente al servicio de la
vida.
La
arquitectura que hace de las mañas del constructor un fin en sí mismo no está
al servicio de la vida. Se trata de una técnica astuta y eficaz para conseguir
construir edificios. Cosa que, por supuesto, tiene mucho mérito. Además tiene
una tecnología como instrumento, una vocación productiva concreta y una
aspiración muy legítima a ganarse honestamente la vida (la del
arquitecto-constructor).
La
arquitectura que tiene como fin en sí mismo constituirse como profesión de
diseño específico tampoco está al servicio de la vida. Se trata en este caso de
una profesión que se desvela por la superior síntesis de la forma
arquitectónica, característica, por cierto del edificio resultante, pero que se
origina en el talento creador del artífice. También esto tiene mucho mérito.
Cuenta con una poética, un talante innovador, crítico y propositivo y también
con una aspiración muy legítima a la realización intelectual y artística del
arquitecto-diseñador.
Una
arquitectura que se ponga deliberada y manifiestamente al servicio de la vida
tiene a ésta como único fin en sí mismo. Para ella, el proyecto y la
construcción son siempre medios.
Medios para la consecución plena y lograda de la habitación.
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