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¿Qué ha quedado del funcionalismo?

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…La función en todos o en algunos de sus aspectos continúa siendo substancial pero se comprende de otra manera porque las lógicas proyectuales han cambiado y principalmente porque existe un vínculo diferente con la forma.
Miriam Hojman
A partir de una consigna célebre, pero bastante cuestionable en su contenido (La forma sigue a la función), los arquitectos modernos de las primeras décadas del siglo XX sometieron a la forma y a la composición arquitectónica a una nueva y rigurosa disciplina de inspiración mecanicista. Así, la forma adecuada en arquitectura debía inferirse del ajuste estrecho a los mecanismos de la operación y el uso. Yendo más al extremo, hubo quien afirmara que la belleza o la verdad arquitectónicas radicaban en ese preciso ajuste.
En realidad, forma y función son dos aspectos que no pueden escindirse y, por ende, es inconsistente pretender inferir una de la otra. Por otra parte, el concepto de función abarca mucho más que los aspectos de cuño mecanicista en el uso humano, para abarcar, en extremo, la noción mucho más profunda de finalidad. En definitiva, la composición arquitectónica no puede inferirse de una función reductivamente considerada y sí de la finalidad, de naturaleza mucho más compleja y, sobre todo, preñada de sentido y contenido humano.

A partir de los cambios ideológicos que sustituyeron los presupuestos modernos, cuando la “forma ya no siguió a la función” y la función dejó de ser la lista de actividades resumidas por el Movimiento Moderno, comienzan a aparecer otras cuestiones que cambian las relaciones entre la forma y la función, como el confort, la percepción y la experiencia espacial que la arquitectura ofrece a sus usuarios, como señala el arquitecto Juan Herreros.
Miriam Hojman


Lo que parece quedar del funcionalismo es el compromiso de la composición arquitectónica con su finalidad esencial, que ahora se llama, con propiedad, habitar.

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