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Habitación para meditabundos

Vilhelm Hammershoi (1864-1916) Interior (1901)

Todo un programa.
Una habitación, si no palaciega, sí desahogada; en que se puede caminar por ella sin constricciones y sin que parezca necesariamente vacía. Pocos objetos pero exactos en su conformación, situación y empleo. La dueña del hogar danza su coreografía cotidiana con libertad de gestos.
Las ventanas, altas y generosas, tienen su lugar preciso y proporcionado y dejan entrar la luminosidad con franqueza, aunque preservan la intimidad del interior. El paisaje que ofrecen es un tapiz de decorosas fachadas ciudadanas, próximas y distantes a la vez.  La luz, por su parte, juega equilibrada con las necesarias penumbras allí donde reposará la vista cansina.
Hay un color fundamental que oficia de tono general con respecto al cual los otros, que no son muchos, modulan en su referencia. Las sombras y penumbras dan a cada cosa su volumen y lugar. La atmósfera es límpida y calma.
Conviene detenerse en los sonidos y las reverberaciones. Toda la habitación conforma una caja de resonancia del instrumento. En los rincones quedan vibrando las últimas notas que se respiran quedamente.
La habitación tiene la calidez de la propia vida: en el equilibrio del cuerpo relajado y una muy suave brisa que refresca lo justo. Si bien el calor no se distribuye monótono y uniforme, el cuerpo encuentra los lugares óptimos para situarse en cada circunstancia.
Las maderas confieren un discreto aroma que hace reconocible el lugar, que, por lo demás, está inmerso en una atmósfera fresca y diáfana. Quizá algunas flores han dejado unas tenues improntas de su presencia.

Puede seguirse soñando una habitación para meditabundos.

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