El espacio urbano –espacio de los transeúntes y de los tránsitos– es esa región abierta en la que cada cual está con individuos que han devenido, aunque sólo sea un momento, sus semejantes. Es una posibilidad realizada, un escenario en el que diferentes seres humanos se abandonan en él y a él a la dramatización de su voluntad de establecer una relación, ya sea ésta frágil o intensa, originada acaso en lo que fuera una inicial mutua indiferencia. Su condición heterogenética es el resultado de que las codificaciones nacen y se desvanecen constantemente en una tarea innumerable. Lo que luego queda no son sino restos de una sociabilidad naufragada constantemente, nacida para morir al poco, y para dejar lo que queda de ella amontonándose en una vida cotidiana hecha toda ella de pieles mudadas y de huellas. Alrededor del viandante sólo está el tiempo y sus despojos, metáforas que ya no significan nada, pero que quedan ahí, evocando para siempre su sentido olvidado.
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