El habitar es un conjunto de prácticas
y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden
espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de
reconocer un orden, situarse adentro de él, y establecer un orden propio. Es el
proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas
espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo
rodea. Habitar alude por tanto a las actividades propiamente humanas (prácticas
y representaciones) que hacen posible la presencia —más o menos estable,
efímera o móvil— de un sujeto en un determinado lugar y de allí su relación con
otros sujetos
Giglia, 2012: 13
Cuando uno cuenta con la fortuna de dar
con una buena definición obtiene grandes cosas. Lo primero es delimitar un
territorio semántico propio, allí donde uno dejará al pensamiento habitar a sus
anchas. También supone construir un ámbito con sus rituales de admisión y
membresía: quien adopta una definición de forma decidida dilata una esfera de
nuevas perplejidades. Pero, con mucho, contar con una buena definición como la
que nos ocupa es disponer de un recurso heurístico, una oportunidad para la
reflexión, una disponibilidad de miradas largas sobre ciertos horizontes recién
inaugurados.
Porque si habitar es un conjunto,
entonces cabe especular con su acaso intuido carácter estructurado, así como la
complejidad de su naturaleza. Tal conjunto, cabe sospechar, distaría de
constituir un agregado heteróclito de prácticas y representaciones. Podría
incluso en pensarse en una arquitectura particular, esto es, una estructura de
fines, una forma que se deja observar en algún estatuto cognoscitivo de figura.
Como es natural, la definición nos
compromete, desde ya a dar con prolijas descripciones y hermenéuticas de
prácticas y representaciones sociales que, en unos modos que habrá que explicar
a su tiempo, permiten al sujeto hacer presencia y población en un orden espaciotemporal.
Habrá mucho que indagar acerca de la constitución efectiva de los lugares, como
resultado de unas idas y vueltas entre el sujeto y su entorno físico y social.
Una buena definición es algo semejante
a lo que era la belleza para Stendhal: una promesa de felicidad. Una buena
definición es una nueva ventana por donde entra, por fin, aire fresco. Una
buena definición es un patrimonio de capital cultural, al que sólo se le honra
con el compromiso por aumentarlo con trabajo.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
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