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Comentando a Jan Gehl (I)

Beatriz González  Sin título (2013)

En ciudades vitales, sostenibles, sanas y seguras, el prerrequisito para poder desarrollar una vida urbana es que existan oportunidades para caminar. Sin embargo, al tomar una perspectiva más amplia, salta a la vista que una gran cantidad de oportunidades recreativas y socialmente valiosas surgen cuando se las cultiva y se alienta la vida de a pie.
Durante muchos años, el tráfico peatonal fue tratado como una forma de circulación que pertenecía a la órbita de la planificación del transporte. Bajo esta forma de operar, las sutilezas y oportunidades que brinda la vida urbana fueron virtualmente ignoradas. Usualmente, para referirse al hecho de caminar, se hablaba de “capacidad de vereda”, “tráfico de a pie”, “flujos de peatones” y “cruces seguros de intersecciones”.
Pero en las ciudades, ¡caminar es mucho más que solo circular! Hay contacto entre las personas y la comunidad, se disfruta del aire fresco, de la permanencia en el exterior, de los placeres gratuitos de la vida y de las diversas experiencias sensoriales. En su esencia, caminar es una forma especial de comunión entre personas que comparten el espacio público, como un lugar de circulación semejante a una grilla dentro de la cual se mueven.
Jan Gehl, 2010

El magisterio de Jan Gehl conduce a considerar la figura cognoscitiva del urbanita viandante tanto como regla operativa de medida, así como patrón general del diseño urbano.
La figura comienza a delinearse como la de un concreto urbanita, esto es, un personaje específicamente situado en su ciudad, su contexto y su cultura propias. La figura del urbanita permite abordar una configuración mucho más circunstanciada que la de mero peatón o habitante de la ciudad. Un urbanita se define por su positiva inserción particular en modos de vida y escenarios específicos.
Pero los trazos se completan en su condición esencial y propia de viandante, esto es, una entidad semoviente, paseante, merodeadora que impone con su marcha un ordenamiento general de la arquitectura de la ciudad, según ritmos y cadencias, según motivaciones y actitudes.
El urbanita viandante conforma en primer lugar una regla de medida de distancias cuanto de tiempos. Las dimensiones de los diseños urbanos deben apreciarse y valorarse según este humano, concreto y vívido patrón de medida. Porque esta medida no es de los meros objetos urbanos, sino de la de los pulsos de la vida urbana.

Pero también y es quizá más importante, el urbanita viandante conforma un patrón cualitativo para el diseño urbano. Porque es con respecto a su figura que las virtudes del diseño de situaciones urbanas lucirán, en definitiva, sus reales y decisivos valores.

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