Johann
Hamza (1850–1927) El lector (s/f)
Apostar por la filosofía hoy es
rebelarse contra su imposibilidad y su muerte. Esto se ha traducido, demasiado
a menudo, en posiciones justificatorias y en el fondo victimistas acerca de la
defensa de la filosofía, como si fuera una especie en extinción que hay que
preservar en un zoológico. Pero la filosofía no puede justificarse ni mucho
menos preservarse. Todo lo contrario: tiene que practicarse y exponerse. Salir
de allí donde se decreta su muerte para redescubrir su necesidad. Ya en 1978,
la filósofa húngara Agnes Heller escribía: «La necesidad de la filosofía crece
sin cesar; tan sólo la propia filosofía lo ignora todavía».
Marina
Garcés
En
tiempos como los actuales, cuando nuestra fe ingenua en el logos trastabilla y
cede ante la más paralizante perplejidad, apostamos resignadamente por la
filosofía.
Ante
la brutalidad con que se actúa en el presente, apostamos resignadamente por la
filosofía.
Ante
el cinismo generalizado de quienes no conciben otra producción que aquella que
resulte funcional al sistema, apostamos resignadamente por la filosofía.
Aquí,
al menos, seguimos investigando con la
imaginación, tal como quisiera en su momento Fernando Pessoa.
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