Basile de
Loose (1809-1885) Haciendo waffles
(1853)
A la
tarea de reorientar las sendas de los alimentos, el fuego y el agua hacia el
dominio hogareño le acompaña de cerca una esforzada aplicación a la tarea de
disponer, amplia, regular y ordenadamente una plétora de elementos a la mano.
Son las manos, en efecto, las que hacen de las cocinas un mundo coherente de
cosas organizadas para un fin superior, que les confiere un peculiar sentido
humano. La elaboración de los alimentos es la práctica hogareña originaria: una
quiropráctica, en definitiva.
No
por casualidad el racionalismo arquitectónico moderno apuntó desde un principio
a la plena y eficaz mecanización de las agonías del trabajo. Cocineros y
ayudantes fueron contemplados en sus coreografías con el fin de optimizar el
servicio a una estructura coherente de instalaciones que sirven concertadamente
al acopio de enseres y productos, limpieza y cocción.
Así,
un nuevo orden de reglas transformó un núcleo de la vida cotidiana. Nuevas
leyes de eficacia y eficiencia maquinista sustituyeron a los gestos afectivos y
sobreproductores que provenían del fondo de los tiempos.
Hoy
la cocina ha quedado reducida a una labor expeditiva, no poco rutinaria y en
proceso de insignificación histórica y cultura. Hemos perdido cuotas ingentes
de afectos conexos y eso se siente entre las superficies brillantes que amparan
apenas nuestra soledad.
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