Hendrik
Valkenburg (1826–1896) Vieja cocina
(1872)
Allí
donde hay efectivamente vida doméstica hay un rebullir de trastos y utensilios,
crepitaciones y borboteos. La vida tiene un centro musical a la vera del fuego:
rumores hondos que marcan el tiempo cotidiano.
En la
estación fría es especialmente confortante el calor propio del hogar: Al fervor
se le agrega el irresistible aroma de la comida, marca osmotópica de la
identidad propia de la casa, más que cualquier blasón heráldico. Gran parte de
la memoria afectiva originaria está íntimamente vinculada a las fragancias
cotidianas que desprenden los hondos calderos. Y también de las improntas de la
vida humana, afanada en torno a los enseres.
De
todo esto apenas si nos quedan hoy esos breves gabinetes insípidos,
desodorizados y casi impolutos que responden aún a la tradicional denominación
de cocina. Pero es apenas su nombre
lo que nos queda.
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