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Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (II)

François Lemoyne (1688- 1737) Bañista (1724)

Quizá no haya mejor música que la que produce el agua que cae sobre un estanque. La inmersión en esta música es una antigua ceremonia que nos religa con las cosas grandes del mundo. Toda purificación es una aspersión que suena a maravilla. En los patios granadinos, el agua de las fuentes es un recordatorio de un gesto religioso que trasciende creencias particulares.
La piel se estremece en contacto con el agua. Es por esto que uno de los consumos energéticos más considerables en una casa contemporánea se constituya con el acondicionamiento del agua para el baño y la limpieza. La medida crucial del confort domiciliario se constituye con ingentes masas de agua convenientemente caldeada para halagar el termómetro corporal más sensible.
La ceremonia de la limpieza corporal se cierra sobre sí misma en la dimensión osmotópica. Con la purificación por el agua no alcanza: es preciso ejercer la retórica de lo apropiado con la adecuada y decorosa fragancia a limpio. El sentido de lo conveniente se expresa en la higiene racional reforzada con el oler lustral.

De las hondas entrañas de la sala del baño salimos entonces depurados para habérnosla con la tribulación de la vida social.

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