Théo van
Rysselberghe (1862 –1926) Familia en un huerto (1890)
Para
dar el decisivo tercer paso de una verdadera asunción humanista de la
arquitectura y de su proceso de diseño, es preciso contornear con sabiduría,
prudencia y afecto las formas significativas de la vida en los lugares.
Con
respecto a la sabiduría, esta deriva de la mirada humilde, atenta y respetuosa
de las formas en que las personas tienen efectivo lugar. Se trata de un
conocimiento recién por inaugurar, fruto de una perspectiva nueva y deudora de
una asunción conceptual que reza: porque
habitamos es que construimos.
La
prudencia proviene de una ética humanista que se desprende lógica y
naturalmente de tal sentencia: primero está la vida y luego y en consecuencia
hay un arte que sigue las directivas de la primera. La prudencia, entonces, nos
previene de imposturas, miopías y cegueras que portamos con siglos de un
ejercicio tradicional de un arte de construir que ha puesto primero la cosa construida
y luego ha considerado su finalidad.
Pero
el aspecto más decisivo es el afecto. Es preciso imaginar una situación en que
las personas toman plaza en el lugar, arreglan sus acondicionamientos sumarios
y la palma de la mano del arquitecto les construya alrededor el artefacto que
sigue con sensibilidad, tacto y sutileza las líneas palpitantes de la vida. Ni
más allá, ni más acá de lo adecuado, digno y decoroso. Ajustado como un guante.
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