Robert Owen.
Propuesta de New Harmony (1834)
La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la
que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de
estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey
Nuestra
ciudad, aquella en que efectivamente vivimos, es el resultado de un plan
—explícito tanto como también tácito— de naturaleza social y política.
Nuestra
ciudad es el resultado del grado relativo de inteligencia y sensatez que se ha
podido urdir en un momento que ya ha quedado atrás. En la actualidad es cuando
podemos comprobar las consecuencias de este plan. De este modo, una sociedad,
una economía y su política han desplegado sobre el territorio una lógica, unos
procedimientos y unos modos productivos que resultan en lo que efectivamente
vivimos.
Y no
nos gusta mucho de lo que vivimos. Una sociedad excluyente y competitiva, una
economía a la que le suele sobrar la gente y una política que es expresión de
la hegemonía de los pocos poderosos sobre las amplias mayorías sociales.
Nuestras ciudades se vuelven reductos peligrosos, mosaicos socioespeciales,
centros históricos vaciados de vida auténtica, expansiones territoriales de
unas urbanizaciones sin ciudad.
El
tipo de ciudad que podríamos querer es la que fuera expresión coherente de una
sociedad y una política más inteligente y sensata que la actual. Una ciudad en
donde sea posible administrar en paz las contradicciones sociales inevitables,
en donde el organismo urbano se pueble de eventos promotores de la vida urbana,
en donde los centros históricos dejen de ser meros escenarios para el turismo
banal de masas, en donde valga la pena soñar y despertar cada día.
Antes
del diseño y de la construcción urbanista, el proyecto de un tipo de ciudad que
podríamos querer es de naturaleza eminentemente social y política.
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