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Plumas Ajenas: Manuel Delgado


Barcelona, como cualquier ciudad, siempre es “otra cosa”. Esa otra cosa tiene algo de monstruoso, en el sentido de que carece en realidad de forma y de sentido. Parece una mera morfología, pero es en realidad un ser viviente, dotado de una inteligencia secreta, de una piel por la que siente y de esa musculatura que lo agita. Puede antojarse a veces que a esa bestia feroz y tierna se la puede domesticar, hacer de ella un animal sumiso y amable, pero a la mínima oportunidad conoce súbitos asilvestramientos que advierten de su naturaleza en última instancia indómita. Parece una cosa, pero es una fuerza. Y, de este modo, esa vitalidad que no es posible ni contentar, ni conocer, ni detener se desborda a veces y vuelve a convertirse, de pronto, en lo que nunca deja de ser. Y Barcelona, y las ciudades, rejuvenecen, recuperan durante horas o días su vieja sustancia hecha de conflicto y de verdad. Y se vuelve a ver a los descontentos y a los agraviados recuperar unas calles que siempre fueron suyas y se vuelven a escuchar sus voces insolentes. Desde sus balcones, los poderosos y sus proyectadores de ciudad contemplan incrédulos y horrorizados su fracaso, ante una pura energía colectiva que en cualquier momento podría cambiarlo todo de sitio. Abajo, una potencia sin poder. Arriba, un poder impotente.
Manuel Delgado, 2018

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