Panteón de
Agripa
En la actualidad existe un cierto
consenso respecto a la diferencia entre los conceptos de espacio y de lugar. El
primero tiene una condición genérica, indefinida, y el segundo posee un
carácter concreto, existencial, articulado, definido hasta los detalles. El
espacio se basa en medidas, posiciones y relaciones. Es cuantitativo; se
despliega mediante geometrías tridimensionales, es abstracto, lógico,
científico y matemático; es una construcción mental. Aunque el espacio quede
siempre delimitado -tal como sucede de manera tan perfecta en el Panteón de
Roma o en el Museo Guggenheim de Nueva York- por su misma esencia tiende a ser
infinito e ilimitado. En cambio, el lugar viene definido por sustantivos, por
las cualidades de las cosas y los elementos, por los valores simbólicos e
históricos; es ambiental y está relacionado fenomenológicamente con el cuerpo
humano.
(Muntañola,
1993)
Aquí
preferimos tratar acerca del lugar concreto antes que hacerlo del espacio
abstracto.
Las
buenas razones para ello las expone con ejemplar prolijidad el profesor Josep
Muntañola: el lugar, como entidad concreta se define por la coexistencia de las
cualidades de cosas y eventos, particularmente por la presencia y poblamiento
de los cuerpos humanos.
Mientras
tanto, el espacio resulta de una abstracción operativa de esta entidad concreta.
Lo que existe es el lugar, el espacio es algo que podemos conocer y manipular
de este lugar.
Aquí
discutimos con peculiar empecinamiento que la Teoría del Habitar debe afrontar
el lugar como realidad compleja y concreta. Debe, al efecto, establecerse una
nueva construcción epistemológica operativa, que aborde la naturaleza física
espaciotemporal en alianza indisoluble con la condición existencia del hombre
que tiene efectivo lugar.
Es un
desafío mayúsculo, por supuesto, aunque necesario e imperioso.
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