Mies van der
Rohe (1886—1969) Villa Tugendhat (1928)
Existe,
de hecho, tanto la arquitectura dura
—tal como se la conoce comúnmente— así como una arquitectura laxa que sigue de muy cerca las circunstancias de la
vida de los cuerpos humanos.
Existe
en principio una contradicción entre ambas, toda vez que la arquitectura dura
constriñe, confina y disciplina a la arquitectura laxa de la vida. Se conocen
casos, por otra parte, en que esta última inflige ofensas imperdonables al
orden sobreimpuesto de la arquitectura dura: los habitantes osan trastornar el
olímpico o superhumano orden arquitectónico para dar lugar a las necesarias
expansiones o simples delicias de la existencia.
Pero
puede pensarse que existiría un modo humanista de concertarlas, a costa de la
necesaria preeminencia de la arquitectura de la vida sobre la arquitectura que
fragua en los edificios. Porque, hasta ahora, y con honrosísimas excepciones,
la arquitectura dura es lo primero y la arquitectura de la vida se las arregla
allí como puede.
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