Gonzalo Guevara
y Rodolfo Schwedt, arqs. Cooperativa de viviendas ‘Puerto Fabini’
Una
política de vivienda puede ser concebida como una específica política social,
entendida como política pública que ataque las vulnerabilidades de la pobreza
mediante la redistribución social del ingreso.
En
principio, puede considerarse que es preferible que haya una política social específica
en sustitución de un estado de cosas en que no haya política de ningún género
al respecto. Sin embargo, es necesario admitir que son necesarios grandes
volúmenes de recursos económicos que, en función a su escasez relativa, sólo
alcanzan de modo siempre insuficiente a una población objetivo muy reducida.
Concebida como pura redistribución social del ingreso, una política social de
vivienda quizá nunca pueda ir muy lejos, salvo en el marco de una sociedad y
economía prósperas y muy equitativas en la distribución de la riqueza. Aun así,
lo cierto es que, por lo general, las políticas públicas de vivienda suelen
asumir este perfil.
En una
segunda alternativa, puede entenderse como tal una política pública compleja,
una estructura plural y concurrente de políticas sociales orientadas al acceso
universal a la vivienda, entendida ésta como el satisfactor de una demanda
específica.
Como
política pública más o menos compleja o integral, la superación de la
aspiración de mera política social es un importante avance, sobre todo porque
contempla la integralidad social comprendida por el acceso universal a la
vivienda. Sin embargo, las limitaciones conceptuales propias de la idea de
vivienda como satisfactor imponen constricciones indebidas a las auténticas
demandas sociales. En este aspecto, las limitaciones e inconsecuencias
prácticas de tales políticas comienzan a insinuarse en la conciencia social y
afectan el desarrollo urbano mediante procesos anómalos de segregación
sociourbana y conurbación laxa.
Hace
falta una cierta dosis de audacia intelectual, ética y política para concebir
una política pública compleja y de proyección estratégica que asuma el
necesario y acuciante desarrollo adecuado, digno y decoroso del hábitat, en
todas sus manifestaciones sociales y en todas sus escalas (locales, urbanas y
territoriales). Esto implica tanto trascender el marco conceptual de la
categoría ‘vivienda’ así como desbordar los cauces de la mera política social
más o menos simple o compleja. Pero, si uno se detiene a pensarlo, es la única
alternativa viable para dar cuenta de los profundos problemas sociales,
económicos y políticos que aquejan a nuestras sociedades urbanas.
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