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Lugares del olvido


Jakub Schikaneder (1855 – 1924) Día de Todos los Santos (1888)

Mientras vivimos, dejamos atrás la vida ya vivida. Pero, en el momento postrero, ésta nos alcanza.
Mientras vivimos, arrojamos hacia atrás todos los eventos ya experimentados a título, ya de memoria, ya de olvido. La vida ya vivida, todo esto que nos acecha la espalda clama quedamente en los sueños, peculiarmente en los que afectan rememorar ruinas. Aquellos lugares que antaño hemos frecuentado suelen presentarse algo ajados por imperio del olvido. Porque el recuerdo y el olvido van juntos, implicándose mutuamente.
La arquitectura ha consagrado parte no menor de sus esfuerzos a la tarea de guardar memoria. Para ello, las ciudades proliferan en monumentos, artefactos aptos tanto para recordar, así como para olvidar los más de los aspectos de que valiera la pena guardar aleccionadora memoria. En efecto, todo monumento recorta a su modo al evento o personaje recordado según una figura que irrumpe en el paisaje presente, a la vez que la habituación lo va volviendo, no ya invisible, sino casi insignificante.
Un monumento de lo que hace memoria es del gesto político —vuelto presente y recurrente— de recordar, más que del referente histórico del caso.

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