Patrick
MacDowell (1799- 1870) Ensueño (1853)
Si, como creemos, el ser
meditativo es primeramente el ser soñador, toda una metafísica de la ensoñación
podría inspirarse en la página de Éluard. En ella el ensueño se encuentra
integrado en su justo lugar: antes de la representación, el mundo imaginado
esta justamente colocado antes que el mundo representado, el universo justamente situado antes que el
objeto. El conocimiento poético del mundo precede, como es justo, al
conocimiento razonable de los objetos. El mundo es bello antes de ser
verdadero. El mundo es admirado antes de ser comprobado. Toda primitividad es
onirismo puro.
Si el mundo no fuera primero mi
ensoñación, entonces mi ser estaría inmediatamente ceñido en sus
representaciones, siempre contemporáneo y esclavo de sus sensaciones. Privado
de las vacaciones del sueño, no podría tomar conciencia de sus
representaciones. El ser, para tomar conciencia de su facultad de
representación, debe pasar por ese estado de vidente
puro. Ante el espejo sin azogue del cielo
vacío, de realizar la visión pura.
Bachelard,
1953
En este
sitio hemos desarrollado una cierta intriga por las posibilidades heurísticas
—ya no metafísicas— que pudiese poseer el ensueño.
Resulta
estimulante considerar la constitución de una instancia de representación antes de la irrupción de los datos de
los sentidos. Pero si bien se mira, la función significante debe preceder a la
constitución de todo signo. Esto intenta decir que antes que tengamos un
paisaje como signo del lugar que ocupamos, debemos urdir mediante el ensueño la
posibilidad de integrar a la vez una pantalla de proyección (écran) y un juego de figuras que, según
algunas reglas forjadas en el pensamiento profundo e ilusorio, fungirán como
significante. Lo real quedaría definitivamente atrás, como significado sólo accesible por la hermenéutica de estas
representaciones nacidas al calor de lo conjetural.
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