Andrea Palladio
Quieren
las cosas que el obrar del hombre tenga el ánimo del doble y recíproco destino
de memoria y olvido.
De
hacer acopio de la vida ya vivida nace la arquitectura viva, esa que permanece
impávida bajo los ciclos alternos y recurrentes del curso solar y la quietud
nocturna. Es por obra de la arquitectura efectivamente habitada que comprobamos
en el cuerpo que vamos cambiando mientras que las sendas, las estancias y los
umbrales permanecen en su condición y podemos recorrerlos hasta a tientas.
De un
modo complementario, erigimos edificios que resultan monumentos hacia donde
lanzamos, a título de simas simbólicas, una memoria que es, en verdad, una
forma ritual de olvido. Es porque al edificar debemos hurtar a la memoria del
emplazamiento su propio pasado, para hacerle lugar a nuestra operación tanto
edificante como ritual.
Por
ello el arquitecto del lugar dispone, a la vez y recíprocamente, de
arquitectura y de edificación. Por ello, la edificación puede entenderse como
un complementario dialéctico de la arquitectura y no ya como su única
manifestación.
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