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Allí donde comienzo tienen las cosas


Émile Claus (1849–1924) El portón (1899)

Los umbrales son lugares de especial constitución existencial y, por ende, arquitectónica.
Es que allí es donde comienzo tienen las cosas. Donde principian una y otra vez a suceder las historias. Donde se inaugura cada instancia de la vida. Los umbrales señalan puntos notables tanto en el espacio como en el tiempo. En los umbrales, como en la vida, lo nuestro es pasar.
Los umbrales, por estas causas, deben ser especialmente acondicionados en atención a esta implementación, a la recurrencia de los gestos y al decoro debido en tales circunstancias.


Plumas ajenas: Manuel Delgado


El paseante hace algo más que ir de un sitio a otro. Haciéndolo poetiza la trama ciudadana, en el sentido de que la somete a prácticas móviles que, por insignificantes que pudieran parecer, hacen del plano de la ciudad el marco para una especie de elocuencia geométrica, una verbosidad hecha con los elementos que se va encontrando a lo largo de la marcha, a sus lados, paralelamente o perpendicularmente a ella. El viandante convierte los lugares por los que transita en una geografía imaginaria hecha de inclusiones o exclusiones, de llenos y vacíos, heterogeniza los espacios que corta, los coloniza provisionalmente a partir de un criterio secreto o implícito que los clasifica como aptos y no aptos, en apropiados, inapropiados e inapropiables. Y eso lo hace tanto si este personaje peripatético es un individuo o un grupo de individuos, como si, como pasa en el caso de las movilizaciones, es una multitud de viandantes que acuerdan circular y/o detenerse de la misma manera, en una misma dirección y con una intención comunicacional compartida.
Manuel Delgado, 2018

Músicas del interior


Silvestro Lega (1826 –1895) El canto del estribillo (1868)

Por los tiempos ilustrados por la pintura, la música doméstica era confiada a la disponibilidad de instrumentos propios y a la ejecución entusiasta de algún integrante de la familia.
En estos tiempos de la reproductibilidad generalizada de las obras de arte, el piano hogareño ha cedido lugar al equipo electrónico reproductor. ¿Qué ganamos y qué perdimos con esta mutación?
Cierto es que podemos escuchar un eco lejano de magníficos intérpretes, pero también es cierto que hemos perdido cercanía humana con las resonancias propias de las notas cometidas acaso por una hija o hermana. No se trata sólo de calidad musical: se trata de la respiración anhelante del ámbito doméstico.

Una extraña virtud


Carl Blechen (1798- 1840) Interior del patio de las palmeras (1832)

Hay una extraña virtud en cerrar sobre sí mismo un jardín y quedarse a vivir allí. Puede que entonces accedamos a vislumbrar una clave secreta. Eso que Jorge Luis Borges llamó, para siempre, el Aleph.

Poéticas del habitar (XIV) Rupturas, novedades, desvelamientos


Jean Jacques Lequeu (1757–1826) Y nosotras también seremos madres (1794)

Por lo general, la escasa cuota de certidumbre que nos ilumina el camino se enciende exigua y paso a paso.
Pero también hay instancias en que algo resplandece, inquietante y radiante. Son gloriosas ocasiones de ruptura, en donde emergen las novedades y se desvela aquello que Gaston Bachelard caracterizara tan acertadamente como aquello que hubiésemos debido pensar. No se trata todavía de la verdad, sino de algo parecido a ella, un preanuncio, un signo.
Esperando momentos así es que vamos tentando en el camino, paso a paso por las penumbras habituales, con la mirada predispuesta a la irrupción de tales esplendores.

La vigencia del humanismo


Francis Bacon (1909- 1992) Retrato de un hombre bajando una escalera (1972)

Corren tiempos interesantes.
Los avances en el conocimiento, en la tecnología y en el frenesí de la vida social y económica hacen surgir hipótesis tanto posthumanistas como transhumanistas. Los argumentos de los futurólogos enfatizan en ciertas presuntas superaciones en el conocimiento, inteligencia o capacidades de obrar que se anticiparían a la morosa evolución puramente biológica de la especie humana. Menos comentarios merece un eventual incremento de las miserias tales como el ansia de poder, la explotación o la pura mezquindad del sálvese quien pueda (pagarlo).
Me pregunto si no hay unas ciertas características humanas aún no puestas muy en evidencia que nos den esperanzas de sensatez en el futuro que ya no llegaremos a ver. Porque quiero creer que el futuro nos necesita como más y mejores humanos. Y porque a los futurólogos de hoy sólo les llama la atención la superación puramente cognitiva del ser humano, pero callan con desconcierto con la falta manifiesta de desarrollo de alguna cuota de sabiduría ética.
Esto que los antiguos denominaban frónesis., antídoto virtuoso contra la desmesura.

Debate sobre la psicología del habitar


Simon Vouet (1590 –1649) Venus durmiente (1640)

Existen más que justificadas expectativas sobre los trascendentes aportes que pueda hacer la psicología a la Teoría del Habitar.
Antes se ha insistido en la naturaleza intrínsecamente antropológica de la cuestión sobre el habitar. De ello deriva el consecuente obvio interés de corte sociológico que esta temática pudiera promover. Pero el aporte de la psicología nos aproximaría aún más a las personas de carne y hueso y sueños.
En principio pudiera suponerse que una psicología de la conducta habitable tendría mucho que decir, siempre y cuanto no se contentara con describir tal conducta, sino que —es esperable— se arriesgaría a interpretar los hechos de las complejas interacciones entre las personas y los lugares que constituyen. Conductistas, están desafiados a observar, medir, cualificar y cuantificar.
En lo que me es personal, me inclino a tener más esperanzas en los aportes de la psicología profunda. Esto, porque el habitar es una conducta sí, que debe ser descrita y medida, pero que también debe ser interpretada y analizada en sus dimensiones simbólicas e imaginativas. Por ello, psicoanalistas, también están desafiados. (Y por favor, cultiven un lenguaje comprensible para los legos).
También tengo cifradas esperanzas en los aportes de la Psicología Social. Lo que sucede en este caso es que no dispongo de un acceso suficientemente fluido a la especialidad. Psicólogos sociales, también ustedes están desafiados.
Hace ya mucho que pude acceder a los aportes singularmente interesantes de la Psicología Ambiental. Por alguna oscura razón, he perdido el contacto, si bien tengo altas expectativas sobre un recentramiento de alguno de sus cultores en algo así como en la Psicología de los lugares habitados. También los psicólogos ambientales están desafiados a ocuparse de la cuestión y, asimismo, a divulgar ampliamente sus hallazgos.
Y aún no sé si he agotado la posibilidades y opciones de las disciplinas psicológicas.

Plumas ajenas: Manuel Delgado


Jean-François Augoyard, en un texto fundamental (Pas à pas. Essai sur le cheminement quotidien en milieu urbain, París, Seuil, 1979), nos habló de esta actividad diagramática –líneas temporales que sigue un cuerpo que va de aquí a allá– en términos de enunciaciones peatonales o también retóricas caminatorias. Caminar, nos dice, viene a ser como hablar, emitir un relato, hacer proposiciones en forma de deportaciones o éxodos, de caminos y desplazamientos. Caminar, nos dice, es también pensar, hasta el punto de que todo viandante es en cierta manera una especie de filósofo, abstraído en su pensamiento, que –a la manera de los filósofos peripatéticos clásicos; o de lo que Epíceto denomina ejercicios éticos,  consistentes en pasear y comprobar las reacciones que se van produciendo durante el paseo; o del Rousseau de las Ensoñaciones de un paseante solitario– convierte su itinerario en su gabinete de trabajo, su mesa de despacho, su taller o laboratorio, el artefacto que le permite trabajar. Todo caminante es un cavilador, rumia, barrina, se desplaza desde y en su interior. Andar es, por último, también transcurrir, cambiar de sitio con la sospecha de que, en realidad, no se tiene. Caminar realiza la literalidad del discurrir, al mismo tiempo pensar, hablar, pasar.
Manuel Delgado, 2018

Ah, la musa...


Meletea

En la mitología griega Meletea o Mélete ("El ensayo" o "La meditación"), es la primera de las tres musas según Pausanias, junto con sus hermanas Aedea y Mnemea.
Meletea es la musa del pensamiento, la de las ideas y la imaginación, encargada de ir formando en su mente los primeros esbozos de la idea creativa, la cual, más tarde, desembocará en la obra artística como tal, con la ayuda de sus dos hermanas restantes.
Los poetas consideran que las cosas o las obras artísticas nacen con Meletea, pues toda obra artística —sea cual sea su naturaleza— en un principio es sólo una idea incorpórea en la mente del artista. Meletea piensa en abstracto, y deja el trabajo de la creación propia de la obra a Mnemea, y el de la ejecución a Aedea.
A Meletea se la representa generalmente como una joven en actitud de pensar, mirando a la nada o al infinito y con un dedo puesto sobre su boca.
Wikipedia

Pasajero, atravesador, curioso


John William Waterhouse 1849 – 1917) Psiché entra en el jardín de Cupido (1903)

Hay una tercera condición, mucho más misteriosa que la de transeúnte y la de residente. Se trata de la condición del pasajero, del atravesador curioso de umbrales.
Podría pensarse que proviene de una negación dialéctica de la residencia. En todo habitante de pasajes hay un lugar que se abandona mientras tiene efectivo lugar el irrumpir en uno nuevo. Por cierto, se trata de un tránsito, pero de especiales características: los confines de la meta y el destino están singularmente contiguos. Lo que se experimenta es un trémulo significado: atravesamos un límite, con algo de irreversibilidad. El pasajero vive con el estremecimiento de su cuerpo el drama de la translocación. Y se trata de un drama porque en los umbrales no se desanda el camino. Por furtivo que sea el gesto, por raudo que aparezca un eventual arrepentimiento, cada pasaje se verifica en el sentido de la flecha del tiempo.
Una vez abierto el vano, el alma ya ha cruzado para siempre el umbral, por más rápido que —de modo eventual— cierre y dé vuelta la cabeza, contrita quizá con lo que se ha manifestado del Otro Lado.

Establecido, aposentado, residente


Leo Lesser Ury (1861 –1931) Mujer en el escritorio (1898)

Un segundo hábito patrón constituye la condición de establecido.
Es mucho más que un simple detenerse suspendiendo puntualmente el continuo deambular. Tomar un lugar del mundo por residencia implica unas operaciones habitables hondamente entrañables y persistentes. Supone la edificación —en un sentido antes existencial mucho más que material— de todo un sistema concéntrico y jerarquizado de esferas que contornean el campo del cuerpo y rozan la arquitectura constitucional del lugar. Aposentarse significa, entonces, un orden físico de confines materiales, el que se ve conformado en sus pormenores con órdenes tanto simbólicos como imaginarios. Con el cuerpo propio como centro radiante, como foco y como indicación radical: aquí.
Y una extensión que sólo responde a la dimensión existencial de la residencia del habitante en su mundo, ya cósmica, ya recluida por la luz de una lámpara baja.

Paseante, transeúnte, errante


Georgios Jakobides (1853 –1932) Primeros pasos (1889)

Se hablará aquí de la constitución morosa de una condición.
Se trata hoy de considerar cómo se construye la condición de transeúnte. Es de señalar, en principio, que los seres humanos nos tomamos un tiempo bastante prolongado de nuestra crianza extrauterina para alcanzar el carácter de caminante. Hay que suponer que esta dificultad biológica pueda tener su beneficio futuro: andar es cosa seria y siempre es bueno pensar en el asunto antes de realizarlo. De este modo, los primeros pasos inauguran mucho más que una conducta simple, sino una constitución existencial compleja y rica: un hábito patrón.
En efecto, todo el esfuerzo aplicado en la enseñanza-aprendizaje de la marcha no resulta en un simple recurso mecánico del cuerpo, sino que involucra emociones, sentimientos, afectos y proyecciones tanto simbólicas como imaginativas que se irán desarrollando paso a paso. Aprendiendo a caminar, aprendemos también a aprender. Desafiando al equilibrio dinámico del cuerpo con ayuda externa, nos desafiamos también a pensar. Marchando intuimos acaso los beneficios del discurrir.
Es bueno pensar que aun cuando los achaques de la edad avanzada tiendan a disuadirnos del movimiento, andar conserva todo su hondo sentido y pasear siempre nos es necesario.

Plumas ajenas: Stéphane Mallarmé


Un coup de dés jamais n'abolira le hasard
Mallarmé, 1897 

Dimensiones de la habitación del atravesamiento de umbrales


Albert Edelfelt (1854 1905) En la puerta (1901)

Atravesar un umbral tiene una realidad tenue, evanescente y breve.
Por otra parte, tiene una dimensión simbólica bien asentada. Cruzar un umbral significa, en no pocas ocasiones, una instancia especialmente señalada de cambio de naturaleza, de conocimiento o de condición. El atravesamiento nos vuelve diferentes de un modo que tiene mucho de irremediable. Una vez adquirido el estatuto de cognoscente, nos es casi imposible volver a la ingenuidad que ha quedado atrás del límite. Atravesando umbrales es que uno muta en iniciado.
Pero es en la dimensión imaginaria que el gesto primordial de vencer una frontera adquiere todo su potencial. Por ello, cada pasaje, cada entrada tiene que ser especialmente acondicionada para que propicie la ensoñación activa. Así, cada atravesamiento de umbral contiene el valor existencial propio que merece tal empresa.

Los pasos en las huellas


Santiago Rusiñol (1861 –1931) El patio de la Alberca (Granada) (1895) 

Acaso no haya mejor fortuna que, aunque sea en un breve instante en la vida, uno logre inmiscuirse en otra mirada, pisar otras huellas, respirar singulares y señaladas emociones que se pueden compartir con extraños, sin culpa.

La celda de Asterión


Puesta en escena de The Minotaur (2008)

En la ópera inglesa contemporánea de Harrison Birtwistle, The Minotaur, su personaje principal es un humano encerrado (y condenado) en su condición de bestia. Por esto, en la vigilia muge estrepitosamente, pero cuando sueña, lamenta inteligiblemente para nosotros su condición cautiva.
En forma recíproca, nosotros los humanos quizá sólo seamos una celda desvelada de una bestia que sueña con alcanzar su liberación o quizá la muerte. Vaya uno a saber.

Dimensiones de la habitación de las sendas

Jean-Baptiste-Camille Corot (1796 – 1875) Orfeo (1861)

Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies.
Antonio Porchia

Lo nuestro es pasar canta Joan Manuel Serrat y dice bien.
Nuestra existencia tiene en el deambular su habitación más primitiva y constituyente. Así es que discurrimos: vivimos, pensamos, hablamos. Al conocimiento de primera mano de las cosas lo alcanzamos con los pasos; he aquí esto a lo que queríamos llegar, concluir o rematar. Nuestras sendas son los lugares habitados por el proyecto que nos impele a nosotros mismos hacia las siempre escasas certidumbres que podremos alcanzar de tanto en tanto. Pero es moviéndonos, navegando tiempo y espacio, aviando caminos y sendas que efectivamente transcurre nuestra existencia. La dimensión simbólica del andar es potente, luminosa, inextinguible.
En vano nos quieren reducir a la triste condición de meros circulantes. En la realidad efectiva de los caminos recorridos reside gran parte de nuestro capital vital. Ni el olvido de sí, ni el sinsentido del trayecto espacial abstracto pueden ocluir la esperanza de autonomía y libertad que nos confiere nuestra condición inexcusable de caminantes.
Y queda la dimensión imaginaria por considerar. Los caminos que es dable emprender ya mañana o ya en los sueños o ya en los territorios de Utopía. Las sendas que siempre están por desbrozar

Plumas ajenas: Stéphane Mallarmé


La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres.

Stéphane Mallarmé, 1865

Sobre las formas de la vida


Maya Plisétskaya (1925- 2015)

Cuando las bailarinas talentosas, luego de su entrenamiento riguroso, consiguen la necesaria cuota de libertad y control sobre sus cuerpos, sucede algo especialmente emocionante en el espacio y el tiempo.
El lugar adquiere forma sólo cuando el cuerpo lo practica, esto es, cuando no sólo atraviesa el sitio, sino cuando le confiere una cualidad vívida, palpitante y concreta. Artistas como Maya demuestran de un modo específicamente estético el teorema que describe la mutación de un sitio en un lugar.
Maestras del conferir la forma al lugar, a ellas les debemos la convicción que es el cuerpo el Arquitecto fundamental de éste. Porque las artistas consumadas en este arte hacen brillante ejercicio de una facultad humana fundamental, que a cada uno le toca ejercer en todo momento y circunstancia.
Sólo que ellas lo hacen con plena conciencia, talento y empeño. Los demás simples mortales, lo realizamos olvidados de nuestra condición de cuerpos en movimiento.

Cirugías de la condición humana contemporánea


Jenny Saville (1970- ) Closed contact (1996)

La pintura de Jenny Saville tiene una extraña contundencia, un corrosivo realismo y una mirada que no se priva aún de una cierta piedad. Toda una proeza estética, en los tiempos que corren.

Dimensiones de las estancias


John George Brown (1831 –1913) Niña junto a la ventana (1890)

El espacio mezquino de los mercaderes del aire se mide con cinta métrica y con calculadoras electrónicas.
En cambio, el lugar efectivamente habitado se mide con las coreografías del cuerpo, con la amplitud de los rituales, con la extensión de las ceremonias. El lugar real se palpa con todo el cuerpo, se le excava, ahueca y avía en el curso palpitante de la vida. Al lugar real le podemos exigir, como mínimo, que no debamos tropezar demasiado con sus confines y pormenores.
Pero también se aprecian unas dimensiones simbólicas del lugar. Hay confrontaciones constantes entre lo que las estancias son y aquello que deberían ser, si las cosas obedecieran al orden, disposición y magnitud de lo que tenemos por digno. Pocos podrían especificar con qué operaciones del alma podemos verificar si una estancia tiene las dimensiones que la dignidad exige, pero ¡qué claro es el padecimiento cuando nos constriñe el sentido moral! Hay un orden de magnitudes para lo íntimo y para lo social, para apartarse y para reunirse, para replegarse sobre sí y para fugar la mirada por las ventanas. Las estancias no sólo se conforman con ser, también significan y sus significados son aún más importantes que sus magnitudes físicas y geométricas abstractas.
Aún hay otras dimensiones: las estancias se dejan medir también con la imaginación. Pueden ser tan hondas como sobre ellas se aplique el ensimismamiento. Pueden extenderse allende sus umbrales para hacer de su habitación un lugar apenas puntual en el mundo. Pueden alejar sus cubiertas para contener las más tenues y lejanas constelaciones de la especulación.
De todas las magnitudes, las imaginarias son aquellas más necesarias para la constitución decorosa del ser humano. Es preciso que tanto las dimensiones reales como las simbólicas dejen crecer los sueños sin injustas constricciones.