Escena de la
ópera The Minotaur (2008), de
Harrison Birtwistle
No habrá nunca una puerta. Estás
adentro
Jorge
Luis Borges, 1969
El
Laberinto —aquel Laberinto— carece,
como la vida misma, de puertas. Simplemente, estás adentro. Simplemente, caes
allí. Simplemente, no tienes salida.
De ahí
que Asterión ansíe la muerte. ¿Cómo, si no, abolir la culpa ajena que tiene que
pagar? Esa condición infame de la que no puede excusarse, esa herida que nunca
se cierra, esa agonía inútil que vuelve al Laberinto una senda de ida a ninguna
parte, infinita, incesante, impiadosa.
Mi hija
Laura me lo ha dicho: Nosotros somos un laberinto
y Nietzsche nos ha anunciado: somos
demasiado cobardes para asumirlo.
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