Venecia
La idea de que una ciudad puede
ser pensada en términos de una armonización sonora escondida ha sido
recurrentemente explicitada. El reconocimiento de la presencia de una “melodía
oculta” o un “bajo continuo” en el substrato de las motricidades cotidianas es
estratégica para sustentar la viabilidad de una sonografía de los usos del
espacio urbano, que consistiría en tratar de distinguir, entre la actividad de
hormiguero de las calles y de las plazas, la escritura a mano microscópica,
desarrollo discursivo no menos “secreto”, “en murmullo”, que enuncian caminando
los transeúntes, cuyas actividades motrices son variaciones sobre una misma
pulsión rítmica de base. Es decir, que las trayectorias de los viandantes
implican apropiaciones del espacio colectivo de la ciudad y sería posible una
lectura cifrada de las secuencias funcionales y poéticas que protagonizan los
simples paseantes, un trabajo que lleva a una suerte de pentagrama las
calidades práctico-sensibles de los escenarios de la vida cotidiana.
Manuel Delgado,
2018
Es
bueno prestar oídos, porque no todo es ver.
La
ciudad se deja oír, sólo que solemos ignorar sus melodías ocultas, sus
peculiares reverberaciones, sus tonos, ya brillantes, ya asordinados. Debemos
aprender a escuchar y quizá uno de los beneficios de la actividad turística
pudiera ser prestar atención al desempeño sonoro de los lugares que visitamos,
de modo tal que podamos llegar a añorar los propios.
Guardo
un especial recuerdo de una de mis primeras impresiones de Venecia. Apenas
llegados al Albergo San Marco, se colaban por la ventana entreabierta los
rumores del callejón contiguo: animadas y distendidas conversaciones en
italiano, ecos que llegaban limpios de ruidos de tránsito automotor y
resonantes en las viejas y cercanas fachadas. Toda una experiencia que todavía
me conmueve. Oímos entonces Venecia y
aún hoy, desde este lejano Montevideo, añoramos las límpidas voces en aquel
callejón
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