Martinus Rørbye
(1803–1848) Una logia en Procida (1841)
Según
parece, nuestra existencia tiene lugar efectivo en una estancia en lo liminar.
Habitamos
horizontes tanto como fronteras, umbrales y bordes. Habitamos entre regiones diferentes, entre diversas condiciones, acaso
siempre entre. Por ello, disponer de
una logia hacia el mar puede constituir una estructura de las más ansiadas por
el espíritu humano: un lugar para estar afrontando el paisaje fundamental en
sus constituyentes esenciales de aire, tierra, agua y energía en constante
concierto. No importan tanto los pormenores tectónicos de detalle como esa
propia condición liminar.
Allí la
profundidad perspectiva es la propia del paisaje, absoluta, tal como su altura
y amplitud. Y no obstante la conformación particular de la arquitectura de la
logia contiene la estructura fundamental con arreglo especial a sus dimensiones
humanas. Allí donde estamos y nos abrigamos, nos aloja la estructura que nos
permite, precisamente, arrojarnos hacia lo que vendrá más allá del horizonte.
Mientras tanto, tras la logia reside
la región de la vida ya vivida, los reservorios de la memoria y el olvido.
Así es
que, convenientemente aupados en una eminencia, nos resguardamos seguros y
relajados con perspectivas controladas sobre el entorno. ¿Se puede pedir algo
mejor? ¿Hay alegrías más esenciales que la respiración, el roce de la
irradiación solar, el rumor distante del paisaje? ¿Puede acaso un bachelardiano
humble logis contener mayor riqueza
material y simbólica?
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