Frank Ward
(1949)
Repárese
en la sociabilidad huraña y taciturna de la ilustración.
Los viandantes
hacen apenas una pausa para ahondarse primero en sus vasos y apenas destinan su
soslayo para la prevenida guardia del Otro. Este otro puede resultar un
confesor o una conquista, vaya uno a saber. En todo caso, tras los codos se
abren abismos de incertidumbre donde todo está por suceder y también por donde
todo puede precipitarse hacia el olvido. Y las dos cosas, quién sabe en qué
orden de prelación.
Es una
fortuna contar con un espejo tras el mostrador. Aparte de las sustancias
espirituosas que se sirven allí.
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