Dave Anderson
(1970)
No
alcanzan, ciertamente, las dimensiones de mero buen sentido. También es preciso
considerar las magnitudes de la magia.
La luz
merece ser objeto, por cierto, de una cuidadosa administración, pero también es
indiscutible su valor como exhorto fascinante. Por obra de la radiación
luminosa, por los juegos de las penumbras y por labor de las sombras, la arquitectura
seduce en la dimensión que le es más propia. Una arquitectura humanista no debe
resignar la dimensión superior de la magia. Las personas la merecen
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