La
ciudad contemporánea sobrevivirá a sus arquitectos, urbanistas y promotores
inmobiliarios.
Si se
piensa bien, proliferan en excesos las amenazas de muerte a la ciudad
infligidas por la acción de estos bienintencionados agentes. ¿Acaso no abundan
los edificios que se desentienden de su contexto, los planes de renovación
urbanística que avanzan hacia la segregación socioespacial y acciones
gentrificadoras en donde sobran pobladores?
La
única esperanza es que, cada tanto, se siembren, por aquí y por allá, semillas
de una ciudad futura que renacerá entre los fragmentos del páramo. Ojalá
sucedan urbanógenos y quieran los dioses que sepamos resguardarlos, cultivarlos
y dejarlos ser una ciudad digna de
vivirse.
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