Cuando se circula a velocidades
mayores que las que se registran al caminar o al andar en bicicleta, nuestras
chances de ver y entender qué ocurre disminuyen enormemente. En las ciudades
viejas, donde el tránsito es principalmente el movimiento peatonal, los
espacios y los edificios se diseñaron en base a la escala de los 5 kilómetros
por hora. Los peatones no necesitan mucho espacio para maniobrar, y tienen el
suficiente tiempo de ocio para poder
estudiar de cerca los detalles de un edificio, como así también estudiar el
fondo que se recorta en la distancia. La gente que circula cerca de uno puede
ser vista tanto de lejos como de cerca.
La arquitectura de los 5
kilómetros por hora está sustentada en la abundancia de impresiones
sensoriales. Los espacios son pequeños, las construcciones están pegadas unas a
otras y la combinación de detalles, rostros y actividades crea una paleta rica
en experiencias sensibles.
Al manejar un automóvil que va
a 50, 80 o 100 kilómetros por hora, nos perdemos la oportunidad de percibir
estos detalles y de mirar a las personas. Cuando uno se mueve a velocidades tan
altas, el espacio para maniobrar tiene que ser grande, mientras que todas las
señales tienen que ser simplificadas y ampliadas para que tanto los conductores
como los pasajeros puedan absorber la información.
Jan
Gehl, 2010
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