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Comentando a Jan Gehl (XIII)

Plaza de Oriente, Madrid

Para tratar de determinar cuán óptimos eran los asientos de un lugar, se desarrolló una escala de cuatro puntos, en combinación con un estudio de 1990 sobre la calidad urbana en el centro de Estocolmo. De modo resumido, se puede afirmar que los requerimientos generales que hacen a la calidad de un buen sitio para sentarse son: un microclima agradable, una correcta ubicación, preferentemente cerca de un borde, con la espalda contra la pared, vistas interesantes, un bajo nivel de ruido que permita la conversación y la ausencia de polución. Las vistas son muy importantes. Si hay atracciones especiales, como ser espejos de agua, árboles, plantas, espacios que no se extienden al infinito, buena arquitectura y obras de arte, el individuo querrá verlas. Al mismo tiempo, pretenderá observar la gente y las interacciones que se dan en el espacio que lo rodea.
Jan Gehl, 2010

El necesario buen sentido en diseño urbano debe considerar la provisión de lugares dotados, en principio, de un amparo, un pliegue, un reparo ambiental imprescindible. No es mucho, en principio, pero lo cierto es que no abunda en nuestras ciudades.
La segunda condición fundamental radica en la conveniente locación, esto es, situaciones accesibles, sociópetas (atractivas para la interacción social) y convenientemente dimensionadas en su aforo óptimo (distante tanto del agobio de la aglomeración como del vacío de presencia humana).
Un tercer requisito lo implica el adecuado acondicionamiento psicoambiental, que suponga unas condiciones aptas para la interacción perceptiva y comunicativa entre las personas.
El último, pero no por ello menos importante de los factores es la disposición un digno y decoroso motivo de atención, un factor que concite la reacción de agrado y aprobación que vuelva deseable la estancia de las personas allí.

Enumeradas de tal manera, no parece, en principio, muy complejo el cumplimiento de estas cuatro condiciones, pero lo cierto y doloroso es qué escasa es su consecución en la mayoría de los enclaves urbanos en que vivimos. Quizá por ello, cuando nuestros viajes son afortunados y damos con algunos emplazamientos logrados, nuestra memoria afectiva guarda hondo su recuerdo.

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