Jan Gerritsz
van Bronckhorst (1603- 1661) Ninfa
durmiente y pastor (1650)
Nuestro
sueño tiene ciertas dimensiones específicas de la condición humana.
Nos
movemos en un mundo de cosas a la mano y aun cuando descansamos nos rodeamos de
aquellas cosas que tanto nos auxiliarán en el sueño como nos asegurarán el
viaje de vuelta a la vigilia. Así, guardamos cerca del lecho tanto los
somníferos como los despertadores. La ceremonia del sueño es, se espera, una
operación de ida y de vuelta de una reparadora inmersión en una apacible
materia oscura.
Tal
apacible materia oscura no deja de ofrecer su inquietante dimensión erotópica: el deseo cabalga raudo hacia
las regiones más recónditas del psiquismo. Todo puede allí suceder.
Pero
también debe contemplarse las más oscuras dimensiones. La primera es la
nomotópica, que valora cómo y con qué elementos, intensidades y reglas precisas
se sueña, se recuerda y se olvida. Hay unas normas precisas que trazan
implacables la cartografía de la Otra Ciudad, y el Otro Tiempo. La segunda es una medida del trabajo, una
dimensión ergotópica, que redistribuye
el esfuerzo físico, en donde una parte nuestra reposa exánime mientras que otra
se obstina en las vastas y minuciosas
coreografías oníricas.
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