James Anderson
(1813-1877) Tívoli, Villa d’Este (s/f)
A las
escaleras les favorece una clara iluminación, que comprende tanto a los
peldaños, así como al arranque y la llegada. Es forzoso que, a la vista, luzcan
en cada uno de sus pormenores. Las escaleras, entonces, claras, muy claras.
Por
su parte, cada una de ellas tiene una música particular. Hay de las que
rechinan, las que retumban, y también las sordas. Pero todas tienen que
redundar en señales acústicas de los pasos, cada una a su modo.
Quizá
el aspecto más sutil es el que atañe a los aromas. Como todos los lugares
umbrales, pueden preanunciar el tono osmótico de los lugares que conectan,
tanto como detentar una fragancia propia y a veces entrañable.
Hay
dimensiones humanas en las escaleras que no por desatendidas deben ignorarse.
Es cuestión de aguzar los sentidos y la sensibilidad.
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