No se ha pensado lo suficiente
lo que implica este pleno derecho a la calle que se vindica para todos, derecho
a la libre accesibilidad al espacio público como máxima expresión del derecho
universal a la ciudadanía. La accesibilidad de los lugares que llamamos –se
supone que no en vano– públicos se muestra entonces como el núcleo que permite
evaluar el nivel de democracia de una sociedad. Esa calle de la que estamos
hablando es algo más que una vía por la que transitan de un lado a otro
vehículos e individuos, un mero instrumento para los desplazamientos en el seno
de la ciudad. Es, por encima de todo, el lugar de y para la epifanía de una
sociedad que se quisiera de verdad democrática, un escenario vacío a
disposición de una inteligencia y de una ética social elementales, basadas en
el consenso y en un contrato de ayuda mutua entre desconocidos. Ámbito al mismo
tiempo de la evitación y del encuentro, sociedad igualitaria donde, debilitado
el control social, inviable una fiscalización política completa, gobierna buena
parte del tiempo una mano invisible, es decir nadie.
Manuel
Delgado, 2018
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