Giorgio de
Chirico (1888 –1978) Misterio y
melancolía en una calle (1914)
Esta
triple invocación apunta a una cierta y esquiva cualidad que se encuentra en el
trasfondo de las realizaciones humanas.
No se
vea aquí un ejercicio puramente retórico de equiparación o metáfora No se vea aquí una opción de lisonjas
recíprocas. No se vea aquí un emplumarse con méritos ajenos de unas disciplinas
que se desarrollan pacífica y paralelamente aplicadas cada una a lo suyo.
Pero sí
debe considerarse una cualidad oscura, oculta y sustentante última de todo lo
logrado que puede llegar a ser una obra humana.
En
efecto, una obra arquitectónica que honre su condición implica una escritura,
un signo perdurable de una palabra o mito que trasunta un decir poético que se
vuelve manifiesto en el silencio. Por su parte, no hay obra literaria
perdurable que no contenga, en su médula necesaria y esencial, un orden
superior en donde todos los elementos puestos en juego se someten a un fin
superior, la epifanía de una voz. Y también es forzoso rendirse a la evidencia
que las palabras bien dichas necesitan de la escritura para registrar las
huellas de su recorrer y de una cierta condición arquitectónica para revelarse
en todo su esplendor.
Por
eso, en cierto hondo trasfondo del obrar humano parece que siempre concurren y
se hacen presentes la arquitectura, la escritura y la poética.
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