Todos los filósofos tienen en su
haber esta falta común: partir del hombre actual y pensar que analizándolo
pueden alcanzar su objetivo. Involuntariamente, presuponen que «el hombre» es una
verdad eterna, un elemento fijo en medio de todos los torbellinos, una medida
firme de las cosas. Sin embargo, todo lo que el filósofo enuncia del hombre no
es, a fin de cuentas, sino un testimonio relativo al hombre de un espacio de
tiempo muy limitado. La falta de sentido histórico es el pecado original de
todos los filósofos: incluso muchos, en su ignorancia, consideran que la forma fija
de la cual se ha de partir, es la del hombre más actual, sometido a la influencia
de ciertas religiones y hasta de sucesos políticos concretos. Se niegan a
entender que el hombre y la facultad cognoscitiva misma, son el resultado de
una evolución; llegando algunos incluso a deducir la totalidad del mundo de
dicha facultad cognoscitiva. Por el contrario, todo lo esencial del desarrollo
humano se produjo en tiempos lejanos, mucho antes de los cuatro mil años que
aproximadamente conocemos; en estos últimos años el hombre no puede haber
cambiado mucho. Pero el filósofo ve «instintos» en el hombre actual y acepta
que tales instintos corresponden a los datos inmutables de la humanidad y que,
por consiguiente, pueden suministrar la clave para entender el mundo en
general; toda la teleología se basa en el hecho de considerar que el hombre de
los últimos cuatro mil años es el hombre eterno, con el que todas las cosas del
mundo guardan una relación natural desde su principio. Sin embargo, todo ha
evolucionado; no hay hechos eternos, como no hay verdades eternas. Por eso es
necesaria de hoy en adelante la filosofía histórica, y junto a ella la virtud
de la modestia.
Nietszche,
Humano, demasiado humano
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