Plumas ajenas: Friederich Nietszche


Todos los filósofos tienen en su haber esta falta común: partir del hombre actual y pensar que analizándolo pueden alcanzar su objetivo. Involuntariamente, presuponen que «el hombre» es una verdad eterna, un elemento fijo en medio de todos los torbellinos, una medida firme de las cosas. Sin embargo, todo lo que el filósofo enuncia del hombre no es, a fin de cuentas, sino un testimonio relativo al hombre de un espacio de tiempo muy limitado. La falta de sentido histórico es el pecado original de todos los filósofos: incluso muchos, en su ignorancia, consideran que la forma fija de la cual se ha de partir, es la del hombre más actual, sometido a la influencia de ciertas religiones y hasta de sucesos políticos concretos. Se niegan a entender que el hombre y la facultad cognoscitiva misma, son el resultado de una evolución; llegando algunos incluso a deducir la totalidad del mundo de dicha facultad cognoscitiva. Por el contrario, todo lo esencial del desarrollo humano se produjo en tiempos lejanos, mucho antes de los cuatro mil años que aproximadamente conocemos; en estos últimos años el hombre no puede haber cambiado mucho. Pero el filósofo ve «instintos» en el hombre actual y acepta que tales instintos corresponden a los datos inmutables de la humanidad y que, por consiguiente, pueden suministrar la clave para entender el mundo en general; toda la teleología se basa en el hecho de considerar que el hombre de los últimos cuatro mil años es el hombre eterno, con el que todas las cosas del mundo guardan una relación natural desde su principio. Sin embargo, todo ha evolucionado; no hay hechos eternos, como no hay verdades eternas. Por eso es necesaria de hoy en adelante la filosofía histórica, y junto a ella la virtud de la modestia.
Nietszche, Humano, demasiado humano

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