Antonio Bonet,
Juan Kurchan y Jorge Ferrari, arqs. Sillón BKF (1938)
Para ver una cosa hay que
comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y
partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo?
El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo
cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo
entenderíamos.
Jorge
Luis Borges, 1975
En
principio, parecería que la adecuación tiene una clara dimensión real: el
cuerpo comprueba experimental, manifiesta y directamente, qué dispositivos y
disposiciones resultan efectivamente adecuadas. Puede que el aspecto de algún
implemento pueda parecernos extraño, pero la adecuación parece verificarse en
la realidad contundente del uso o de la implementación.
Sin
embargo, es necesario consignar que la adecuación de una entidad a su función
tiene un componente simbólico que no debe desdeñarse. La habituación funciona
como un código convencional en donde aquellas formas que tenemos como
familiares se reconocen en su adecuación figurativa antes de la concluyente
verificación en la práctica.
Pero
aún existe otra dimensión singularmente interesante, que es la imaginaria.
Opera con complejos y oscuros desplazamientos en las ideas recibidas acerca de
la adecuación forma-función. El interés por esta dimensión radica en su
potencial creativo que puede conmover las dimensiones simbólicas y reales para
operar transformaciones tanto en la conciencia social, así como en las formas
convencionales tenidas como adecuadas.
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