Álvaro Siza
(1938- ) Casa Fez (2010)
Cuando,
por fin, llegamos a considerar el decoro, nos encontramos con un obstáculo
epistemológico casi infranqueable para determinar su dimensión real. Si bien
esta debe, por fuerza, existir, hay que admitir lo arduo que resulta no sólo
definir conceptualmente lo decoroso, sino fijar las medidas y tasas aceptables
de tal condición. Igualmente problemático sería dar con una verificación cabal
bajo algún aspecto experimental.
También
en lo que hace a su ineludible dimensión simbólica parece haber dificultades
tanto para definir convencionalmente el decoro, ya para indicarlo en su
emergencia positiva. Todo lo más que podemos, parece ser, es señalar una
ausencia relativa de decoro en una situación, sin poder indicar, a ciencia
cierta, cuál aspecto particular podría subsanar esta circunstancia.
Todo
parece indicar que la dimensión dominante del decoro pertenece al orden de lo
imaginario. Y esto plantea un problema asaz complejo. Si el decoro, condición
exigible al lugar habitado, tiene una clara dimensión imaginaria, no debe
creerse que su consecución deba abandonarse a la fortuna y a la feliz
conjunción de medios materiales y talento artístico, sino que compromete el
esfuerzo de nuestros científicos sociales para indagar el fondo de nuestros
psiquismos para encontrar allí las claves.
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