Viggo Johansen
(1851 –1935) Cena de artistas (1903)
Las
reuniones en corro en torno a la comida han constituido el signo por excelencia
de la interacción social.
Es que
en torno a la comida nos hemos vuelto gente. La mesa de comedor, su servicio de
vajillas y cubiertos, las sillas y los comensales constituyen una arquitectura
propia del lugar en que celebra la señalada ocasión de estar juntos en mutuo
concierto.
La mesa
debe alojar a los convocados en condiciones en donde todos puedan verse y
conversar entre sí, de lo que se infiere que una mesa perfecta es una mesa circular o, mejor aún, toroidal. No obstante,
las mesas burguesas suelen ser rectangulares, lo que jerarquiza las posiciones
que no por casualidad son denominadas cabeceras. De ello deriva una minuciosa
etiqueta que reparte sus comensales por su relativa afinidad protocolar con el
actor principal del banquete.
El
comedor burgués, como arquitectura propia de un lugar, supone una estructura
fuertemente centrada tanto por la disposición del mobiliario y el servicio, así
como por obra de la ordenación de los cuerpos y por obra de la distribución de
la luz. Domina, por lo general, una atmósfera generalizada de gozoso estrépito
y ánimo jovial, convenientemente aderezados por los manjares y las bebidas.
Esta
concentración debe equilibrar cuidadosamente con el aforo disponible y con la
concurrencia efectiva, con lo que el comedor burgués debe expandirse y
contraerse según las circunstancias, so pena de superpoblación extenuante o de
fría constitución agorafóbica. Quizá por esta razón, en la actualidad y por
obra de la estrechez cotidiana, los banquetes de algún aparato ya no pueden ser
celebrados en casa y deben mudarse a
ámbitos especialmente acondicionados al efecto en clubes y restaurantes.
Por
esto, el comedor contemporáneo es apenas un relicto
de lo que fueron, en su tiempo y circunstancias, los antiguos comedores
burgueses.
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