Páginas

El tiempo de nuestras estancias

Henri de Braekeleer (1840- 1888) La comida (1885)

Hay ocasiones en donde las estancias ocurren en calma. Hay un estado emocional singularmente sereno que anima estas situaciones. Por cierto, es un estado que ocurre escasamente y por lapsos muy breves. Es quizá por la alternancia con otros momentos más ajetreados que podemos ponerlos en valor.
Se trata del valor del bienestar en el reposo, en el relajado recuperar las fuerzas, en el tiempo de deliberar, de recordar, o de dejar viajar libre la imaginación. Se trata de respirar detenido de la atmósfera, de apreciar los juegos furtivos de la luz sobre las cosas, de distraerse con murmullos lejanos, de asir las cosas con especial consideración y de hacer inmersión en los aromas del lugar.

El tiempo propio de nuestras estancias es el de una vida en queda suspensión que a veces nos damos el lujo de conseguir.

Recintos primordiales

Círculo de piedras en Swinside, Inglaterra

Ya con dos piedras algo próximas es posible oponer Uno y Otro lado. Pero cuando la proliferación hace una serie y cuando ésta se cierra, sucede algo sobrecogedor.
Sucede un recinto. Encerrado por las piedras ha quedado confinado Otro lado, Más Allá. Es comprensible que nuestros antepasados plenos de estupor y ferocidad, —tal la semblanza de Giambattista Vico, que le gustaba recordar a Umberto Eco— incurrieran en la Idea que provino de la Obra, que contiene la Otredad para múltiples fines. Es comprensible que la Otredad se destine a lugar de los Divinos, a lugar de los Muertos, a lugar de Ofrendas y Ritos.

La humanidad, morosamente, se dedica entonces a adentrarse paso a paso, ese lugar interior que bien puede ser ocupado por la Vida propia. 

¿Qué hace el cuerpo en los lugares habitados? IV

Leonardo da Vinci (1452- 1519) Figura Vitruviana (1492)

Si se considera que el cuerpo mide, valora y ordena el lugar de un modo inmanente, se puede advertir que, desde un punto de vista existencial y trascendente, el cuerpo proyecta y diseña el lugar.
Por lo general atribuimos a los estratos superiores de la conciencia las tareas de proyecto y diseño. Pero al hacerlo, incurrimos de hecho en una escisión entre la conciencia y el cuerpo que no es sostenible. No es sostenible porque no puede ignorarse la tarea propia del cuerpo informado para proyectar desde sí hacia el lugar un designio constitutivo y fundamental. Y no hay proyecto ni diseño posibles sin este designio y esta proyección sobre el espacio y el tiempo, según las dimensiones impuestas precisamente por el cuerpo antes que la conciencia. Así, la tradicional y repetida figura vitruviana es apenas un emergente figurativo de una idea mucho más profunda.

No hay proyecto y diseño “propios de la conciencia” sin las apoyaturas del cuerpo vivo.

La arquitectura verdaderamente aparece cuando se ha vuelto invisible

Giovanni Bellini (1430- 1516) Alegoría sacra (1490)

Esa pintura sirve, ahora lo sé, para llegar a decir que eso que llaman arquitectura ya no interesa. Nos ha dejado de interesar. Nos ha agotado. Supongo que estamos ya un poco hartos de tanto ruido en imágenes y por eso la arquitectura se ha vuelto invisible cuando verdaderamente aparece.  
Santiago de Molina, 2016

Cuando se sueña con el Lugar, subsisten siempre los bienaventurados en una apenas arquitectura.
Despojados de su miseria, los bienaventurados persisten en su entrañable hábito arquitectónico que se ha desmaterializado tanto que apenas aparece, sutil, su contorno esencial. Para los bienaventurados, para los cuales el cuerpo es apenas un recuerdo, la arquitectura es el producto depurado del prolongado hábito de la vida.

Para los mortales, en cambio, la arquitectura es contundente y es poderosa su figura tectónica, que recubre y oculta ese sutil contorno esencial, porque precisamente a los mortales les es presente y palpitante su cuerpo y sus miserias.

Holguras y holganzas en el lugar

Joseph DeCamp (1858-1923) La hamaca (1895)

Para el funcionalismo mecanicista, el cuerpo se constriñe a trabajar. De allí que, en torno al esfuerzo se delinee un preciso contorno de los mínimos necesarios.
Pero para un humanismo práctico, el cuerpo en el lugar merece holguras tanto como holganzas.
Merece holguras porque la envolvente de la operación mecánica es apenas funcional a los que explotan el trabajo. ¿El explotado acaso no debe disponer de algún rango de libertad? Las holguras son los signos del decoro.
Merece holganzas porque no se vive para trabajar, sino se trabaja para vivir. La propia vida es el único fin en sí mismo. La vida puede tener el trabajo como función importante, pero no excluyente de la holganza que le confiere sentido

¡Holguras y holganzas en el lugar para todos!

Ahora, que se apagaron las luces de los estadios mundialistas


Obdulio Varela camino al entrenamiento (1950)

Ya hace unos días que se apagaron las luces de los estadios del Campeonato Mundial de Fútbol de Rusia. Felicitaciones a los franceses, justos campeones.
Pero aquí, en el pequeño Uruguay hemos aprendido (ojalá todos hayamos aprendido) que está muy bien saludar a quienes triunfan sin alborotos y también a quienes pierden con dignidad y vergüenza deportiva. Asimilamos esto del director de nuestro seleccionado, el maestro de escuela Óscar Washington Tabárez. Pero también es la oportunidad de aprender otra cosa.
Ganar un campeonato es apenas una ráfaga fugaz en el tiempo y debe durar apenas lo que dura la embriaguez reparadora. Y al día siguiente, a volver a la vida y sus labores cotidianas.
Ojalá pudiéramos aprender a habitar el tiempo corriente saludando con respeto y consideración a los jugadores de la vida cuando van, día tras día a su adiestramiento, más allá del instante histórico en que el triunfo los reconoce campeones. Porque campeones son ya cuando van, apasionados y aplicados al esfuerzo, precisamente camino a su entrenamiento.

Gracias a Yolanda, sobrina de Obdulio y gran amiga nuestra, que nos ha brindado esta fotografía singular

El juicio del confort

Eleuterio Pagliani (1826-1903) Mujer reclinada con abanico (1876)

El juicio del confort tiene al cuerpo como instrumento de medida.
Se trata de evaluar una pérdida controlada del calor corporal a través de la piel, constante y moderada. Este flujo regular de calor está garantizado tanto por la temperatura cuanto por la velocidad del aire. Por otra parte, también es necesaria una tasa regular de transpiración, con lo que la humedad relativa del aire tiene su importancia.
Por su parte, los músculos miden la fatiga relativa y diferencial de cada región del cuerpo, según la postura que se le imponga. El modo en que se pone en contacto el cuerpo con toda superficie de apoyo es un importante valor de confort.
A través de los sentidos se verifican las calidades de los niveles lumínico y acústico, así como se aprecia la situación osmotópica del ambiente.
Todas las sensaciones se sintetizan superiormente en la conciencia, en donde se asocian complejamente con emociones y sentimientos. De todo ello procede un juicio expreso o tácito de confort. Este juicio de confort es crucial en la axiología implicada por el habitar.

Es significativo cómo en la crítica arquitectónica al uso los juicios de confort escaseen, desplazados sea por juicios sintéticos de gusto o ya por juicios analíticos dominantemente visuales.

Geografías perdidas

Rostislav Felitsin (1820–1882) Triste noticia (1856)

Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
Hay un espejo que me ha visto por última vez,
Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.

Jorge Luis Borges, Límites, 1961


Llega una edad en donde se ensombrece el escenario al comprobar que vamos habitando cada vez más mapas y cada vez menos territorios.

Humanismo práctico

Sergei Gribkov (1822- 1893) En la cuna (1889)

Cuando la arquitectura libera lugares para el enseñoramiento del cuerpo, constituye un humanismo práctico.
¿Qué debemos entender por humanismo práctico?
En primer lugar, un pensamiento disciplinado por el conocimiento profundo de la condición humana. Un humanismo práctico, en este sentido, pone centro epistémico en la humanidad, sus características y demandas. El pensamiento arquitectónico que hace centro en el habitar asume un compromiso humanista fundamental.
En segundo lugar, debemos entender por humanismo práctico unas prácticas puestas en servicio principal y final al hombre. Son humanismos prácticos, entonces, las representaciones, acciones y actividades que tienen a la humanidad como causa final. Así, la práctica arquitectónica humanista implica tener al diseño, proyecto y construcción como medios para la consecución del habitar humano.

Por último, un humanismo práctico tiene una expresión productiva específica propia de su carácter de arte. El hombre es una autoproducción, es la concepción profunda de todo arte. Y la arquitectura respeta y se somete de buena gana a esta autoproducción.

Plumas ajenas: Friedrich Nietzsche

Si quisiéramos intentar construir una arquitectura acorde a la naturaleza de nuestra alma -pero somos demasiado cobardes para eso- el laberinto debería ser nuestro modelo


(F. Nietzsche: Aurora, aforismo 169)

¿Qué hace el cuerpo en los lugares habitados? III

Antonio Simth (1832- 1877) Crepúsculo marino (s/f)

Hemos visto antes que el cuerpo mide de forma no mecanicista el lugar que habita; también tenemos que reconocer que, con su estructura ordena el lugar.
Conquistada la bipedestación y liberadas las manos del compromiso locomotor, el cuerpo humano se desarrolla según una estructura que, a la vez que mide de modo complejo, también impone su morfología profunda al sitio ocupado. De este modo, el lugar habitado prolifera de cosas a la mano que se disponen jerárquicamente según el ordenamiento que resulta de la habitación.
Cielo, horizonte y tierra cobran orden y sentido. Las cosas que pueblan esta estructura fundamental se disponen en consonancia con las proyecciones inmanentes del cuerpo.

La expresión de Protágoras que afirma, El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son, denota con claridad, pero de modo apenas emergente, una verdad profunda apenas erosionada por el abuso de la citación apresurada.

El problema del desarrollo integral del hábitat

Zilda (s/d) Giuseppe & Pasquale (s/f)

Hay que reconocer que una cosa es el problema de la vivienda y otra el problema de la buena vivienda. Para lo primer basta un alojamiento decente como el que la arquitectura racionalista ha permitido construir. Lo segundo implica no solo estándares adecuados, en dimensiones y equipamientos, sino también condiciones ambientales, accesibilidad al trabajo, vecindario agradable, equipamientos colectivos utilizables. Algo mucho más complejo y delicado que construir polígonos de viviendas para las clases populares, y que pone en cuestión una parte de la práctica inmobiliaria y urbanística.
(Horacio Capel, 2003)

La nota del acápite merece en primer lugar un reconocimiento por su acertada orientación y un ajuste crítico y respetuoso de ciertos significativos detalles.
Hay que reconocer que una cosa es el problema de la vivienda y otra el problema de la buena vivienda. Lo que es más adecuado considerar es que una cosa es el “problema de la vivienda” y otra cosa es el problema de los lugares para vivir. En efecto, eso que es mucho más complejo y delicado que construir viviendas es desarrollar la ciudad generando lugares para vivir.
No es del todo exacto que el problema de la vivienda sea resuelto por la arquitectura racionalista. En realidad, esta arquitectura ofrece una pseudo solución a un problema insuficientemente caracterizado. Y una pseudo solución es, en sí misma, una fuente de problemas que hay que afrontar.
Si es cierto que la práctica inmobiliaria y urbanística está puesta en cuestión, pero también es cierto que falta aún bastante para considerar una revisión a fondo.

El problema empieza a caracterizarse mejor como el problema del desarrollo integral del hábitat.

La dimensión termotópica

Felix Valloton (1865- 1925) Mujer desnuda ante una salamandra (1900)

Hemos visto que la casa puede concebirse, como es usual, como una esfera acondicionada y también puede ser pensada como un nodo de un laberinto de caminos.
En el interior de la casa existe un foco en donde resplandece el fuego. No por nada hogar es utilizado como sinónimo de casa. En el interior de la casa también hay un laberinto de sendas que confluyen en el lugar sagrado de la llama.
No se trata sólo de geografías, sino, ante todo y además de historias. ¿Cuánto de la propia condición humana lo debemos a la proximidad con el fuego? Más allá de la pura supervivencia, alrededor de su calor hemos aprendido a imaginar, pensar y conversar. Por eso el fuego que custodiaba Hestia constituía tanto el amparo de la armonía doméstica como el garante de la paz social.

Los lugares que habitamos tienen una dimensión trascendente según se acerquen o distancien de ese lugar del fuego.

Decoro de la morada del hombre

Giuseppe Antonio Petrini (1677- 1758) San Jerónimo (1735)

El decoro exige que un edificio no tenga ni más ni menos magnificencia que la que conviene a su destino.
Marc-Antoine Laugier, 1755

Todo lugar que oficie de morada del hombre debe ser condigno de su condición.
El decoro no debe considerarse un añadido facultativo sino el ajuste de la forma a la dignidad del sujeto habitante. Y conviene repasar a fondo la magnitud de esta dignidad en lo que se expresa en la situación en los lugares. Así, la conveniencia es un ajuste que se promueve desde la dignidad del sujeto y se expresa en aspectos formales del lugar tales como las dimensiones, las proporciones, el equipamiento y el carácter identificador.
Toda constricción extraña de tales aspectos constituye un estigma, que sustituye a una cabal expresión de la dignidad propia del sujeto.

Lo que está en juego con el decoro de la morada del hombre es el principio de libertad, expresada en autodeterminación.

Plumas ajenas: Pedro Azara

Una construcción solo puede ser material. Una obra de arquitectura puede ser -o tiene que ser, quizá-, un sueño, un espacio imaginado: un lugar, real o soñado en el que uno querría estar para siempre, un lugar quizá inalcanzable pero que nos mantiene en vida por la promesa que ofrece de una vida plena.
Pedro Azara, 2016

¿Qué hace el cuerpo en los lugares habitados? II

Henry Herbert La Thangue (1859- 1929) En la huerta (1893)

En un artículo anterior se ha cuestionado el funcionalismo mecanicista propio de comienzos del siglo XX. Se admite allí y aquí que el cuerpo opera en los lugares, pero no de forma necesariamente mecanicista.
Cuando comprobamos que el cuerpo mide el lugar, entendemos que el cuerpo es un portador usuario de un delicado instrumento de medida que no puede ser reducido a un simple instrumento de medida de la extensión, tal como una regla. Y esto es porque en el seno del cuerpo se produce una operación complementaria y recíproca a la medición multidimensional del lugar. Esta operación es una compleja valoración que se sintetiza en un juicio de confort relativo.

Cuando el cuerpo valora no opera mecanicistamente: no responde igual a similares condiciones ambientales del mismo modo en todas las circunstancias, sino que, de un modo propio, modula las respuestas con las circunstancias.

Lidiar con el horror, pero también con la fascinación por nuestras ciudades

Julio Alpuy (1919- 2009) Constructivo artes y oficios (1953)

Toda mirada crítica  sobre la ciudad reconoce horrores que hay que afrontar con entereza.
Los centros históricos desventrados, los asentamientos irregulares, las múltiples heridas de la segregación socioespacial son horrores que no sólo inspiran espanto, sino que constituyen acicates para la acción social y urbanística reparadora. No sabemos a ciencia cierta cómo se conjurarán estos padecimientos, pero por lo menos sabemos en alguna medida qué es lo que no nos merecemos.
Pero también se me da por pensar que existen aspectos de la ciudad actual que nos fascinan y que perderemos, ineluctablemente, en el futuro, tanto por la prosecución de los procesos urbanos degresivos, tanto por las medidas que los urbanistas introduzcan, aún con las mejores intenciones.
En efecto, cabe preguntarse por todos aquellos rasgos que creemos constituyentes necesarios y deseables en las ciudades actuales y que no repararemos en ellos sólo cuando los hayamos perdido irremediablemente.
Montevideo ha crecido en torno a la bahía de su puerto y, por mucho tiempo, la ha dado la espalda al frío y ventoso litoral platense. Con la construcción de la Rambla Sur, ganamos todos amplios horizontes y dramáticos atardeceres. Pero simultáneamente, nos vamos olvidando y dando ahora la espalda a la bahía, en donde el Cerro y el horizonte se ven hurtados por la presencia masiva de contenedores. Cierto es que la prosperidad de la ciudad es función no desdeñable del desarrollo de la actividad portuaria, pero ¿cuánto de las calidades del paisaje urbano estamos dispuestos a sacrificar?

También hay que lidiar con la fascinación que aún nos produce esta cruel ciudad en donde vivimos.

Luces, brillos, reflejos, penumbras, sombras

Jardín de Isome-shi  en Otsu,  Japón

Se ha dicho que la cocina japonesa no se come sino que se mira; en un caso así me atrevería a añadir: se mira, ¡pero además se piensa! Tal es, en efecto, el resultado de la silenciosa armonía entre el brillo de las velas que parpadean en la sombra y el reflejo de las lacas.
Junichiro Tanizaki. Elogio de la sombra, 1933

Nuestra cultura aprecia, quizá de modo algo exagerado, la apariencias intensas de la luz: brillos y reflejos; debemos aprender de los extremo-orientales la valoración de las penumbras y las sombras.
Solemos por aquí disfrutar el modo en que la luz nítida separa los planos de los relieves: las texturas se revelan contundentes mediante el contraste acusado de los valores opuestos de luz-y-sombra. Pero no tenemos, por lo general, un equiparable interés por las tenues modulaciones de las penumbras, tan estimadas por los japoneses.

A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás.
Tanizaki. íbid


Podemos crecer en nuestra acuidad perceptiva y sentido estético si nos animamos a poner en provisional entredicho aquello que tenemos por obvio y consultamos con provecho y respeto a otros congéneres.

El compromiso social de la arquitectura y el urbanismo

Heinrich Zille (1858- 1929) Marcha de trabajadores (1906)

L'intellectuel est quelqu'un qui se mêle de ce qui ne le regarde pas
Jean Paul Sartre

Hoy nos interesa la relación de la arquitectura con el lugar, con la ciudad, con el medio ambiente y con una forma de vivir que siempre está cambiando, mientras se mantienen algunos puntos fijos. Hoy existe mucha libertad para interpretar un programa, una demanda individual o colectiva, pública o privada. Pero continua siendo necesaria la actitud analítica, experimental y autocrítica, teniendo en cuenta todo lo que condiciona, todo lo que son datos empíricos del lugar, al mismo tiempo que las demandas de la gente y no necesariamente para responder a ellas, sino para reinterpretarlas proyectualmente. Hay ahí una distancia que tiene que ver con el acto de la creación, con el proyecto arquitectónico y urbanístico, entendidos ambos como mediación entre una serie de datos heterogéneos.
Jorge Mario Jáuregui

Entre muchas otras formas, existe un compromiso social de la arquitectura y el urbanismo que parte de prestar peculiar atención a los modos de vivir de las personas. Así, lo que hacen, sueñan y construyen las personas es el punto de partida de toda la reflexión disciplinar.
La precisa observación y la honda interpretación del habitar de las personas en los lugares es otro punto destacado de la arquitectura comprometida socialmente, en lo que toca en principio al pensamiento arquitectónico y al obrar en consecuencia. De este modo, la construcción de edificios deja de ser un fin en sí mismo y pasa a constituir sólo un medio para responder a diversas demandas sociales.
Por otra parte, los arquitectos y urbanistas comprometidos partimos del principio que, por cierto, no vivimos ni en el mejor de los mundos posibles, ni en la ciudad que merece nuestra gente. Contribuir reflexiva y pragmáticamente al esclarecimiento de la conciencia social sobre el hábitat es una tarea ardua, necesaria e impostergable.

La arquitectura socialmente comprometida a veces osa desentenderse por un momento de diseños y construcciones materiales para ocuparse de aquello “que no importa” a otros actores sociales.

Tierra

Escultura de Madre Tierra en la iglesia de Santa Gertrudis en Güstrow (Alemania)

…el adobe es frágil. Las formas de arcilla se desmoronan rápidamente. Las construcciones deben ser restauradas, o incluso reconstruidas constantemente. Duran lo que una vida humana dura. Después de todo, casas y humanos han sido fabricados con el mismo material. Mitos mesopotámicos y griegos nos lo recuerdan. Pero la arcilla es la carne de la diosa madre de los inicios. Los edificios vibran: viven -y se desintegran.
Pedro Azara, 2016

La tierra es el elemento operado por nuestras extremidades.
Tener los pies en la tierra es garantía de realismo y buen sentido. Por otra parte, tierra es lo que tenemos a la mano. Por ello, la arcilla es un material primordial en arquitectura. Por ello, la figura que habitamos se denomina territorio.
La tierra es la porción de la estructura fundamental del lugar que se deja someter a nuestras diversas quiropraxias, esto es, manipulaciones que extraen componentes de la naturaleza, los vuelven primero objetos y, en ocasiones, los descubren como cosas, a veces útiles. Hacemos un mundo con las manos hundidas en la tierra.

En un sentido simbólico profundo, la Tierra —con las debidas mayúsculas— es una Madre: vive y engendra vida. Tenemos lugar, entonces, como sus criaturas.

Cuatro años

Albrecht Dürer (1471 -1528) San Antonio (1519)


Ya son cuatro años. Alejado ya de la Ciudad y de su Academia, taciturno y esperando las Voces, como siempre.

¿Qué hace el cuerpo en los lugares habitados? I

Le Corbusier El Modulor

Une maison est une machine à habiter.
Le Corbusier, 1923

Para gran parte del funcionalismo del siglo XX, la respuesta inmediata a la pregunta del título era: opera mecanicistamente, esto es, se sirve de o sirve a algún mecanismo.
Cabe matizar esta idea: el cuerpo opera, sí, pero de forma no necesariamente mecanicista, sino propia de la condición humana. Esto tiene importantes implicaciones.
El cuerpo mide el lugar con la marcha de los pasos, con la extensión de los brazos, con la percepción visual, con la reverberación del sonido, con el ritmo de la respiración, incluso con el olfato. El lugar se deja medir por el cuerpo en un conjunto de dimensiones que configuran un todo que desborda a las clásicas dimensiones de espacio y tiempo.
Pero el cuerpo no es una regla, sino un portador usuario de un instrumento delicado, flexible y sofisticado de medida. No se puede equiparar un cuerpo a una figura puramente extensional.

La imagen del Modulor es apenas una emergencia visible y abstracta de una realidad mucho más compleja y sutil. En el fondo, como en tantas otras cosas, Le Corbusier acierta-y-yerra a la vez. 

Honra del lugar

Julio Vilamajó Ventorrillo de la Buena Vista

Hay ocasiones en que el lugar es honrado particularmente por la obra que en éste se desarrolla.
A pesar de su intrínseca contingencia, en estos casos la arquitectura parece necesaria, obligada, casi natural. Quiere el azar de la fortuna que el lugar consiga el talento de un arquitecto que descubra, desvele o deje engendrar la obra que a su lugar pertenece con contundente convicción.

Es una lástima que tales hechos sean una rareza. Es una pena porque no todos los lugares acogen la obra que merecen. Es a veces un dolor que el Código Penal no tenga en cuenta en sus figuras delictivas el atentado al paisaje.
Por eso, cuando el lugar consigue la obra que merece, nos admiramos tanto.