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Sentidos y emociones del descenso

Hugo Steiner-Prag (1880-1945) El camino del miedo, ilustración de El Golem, de Gustav Meyrink (1916)

Así como existe un contenido moral en el elevarse hacia el cielo, también hay uno, recíproco y complementario en descender en dirección a las entrañas de la tierra.
Tiene el descenso contenidos ominosos, primitivos y también originarios. Es que desde las profundidades emergen los vapores que enloquecían de lucidez profética a las pitonisas. El descenso es una vuelta que tememos emprender. Es que nos angustia yacer exánimes en nuestro entrevisto estado postrero.

El camino del Gran Descenso es el que enseñó el Dr. Sigumund Freud a acompañar con un ávido block de notas.

Arquitecturas como conciertos para vida humana y orquesta de genios lugareños

Alvar Aallto (1898- 1976) Villa Mairea (1938)

Hoy tengo para mí que podría pensarse en la arquitectura necesaria a la existencia humana, en términos metafóricos, tal como los compositores abordan un concierto para solista y orquesta.
El solista de este bienvenido concierto es la propia vida humana, con todo su pathos, sus armonías y melodías particulares. Un solista que propone la forma de su identidad, memoria y referencia. Pero con esto sólo se tiene un componente principal.
La orquesta, por su parte, se ocupa de la expresión vibrante de la bienvenida de los genius loci,  con armonías y contramelodías de las efusiones del lugar que recibe, con benevolencia, esa vida humana que pide permiso para tener lugar precisamente allí.

La arquitectura es, así, la síntesis superior, el concierto como tal, la imbricación y mutua implicación entre la vida humana y el lugar. Ya quisiera yo concebir, en algún caso, un producto tan hondamente emocionante como en todos los conciertos que he escuchado (y escucharé) y que tan logrados me resultan. 

Pequeñas alegrías del habitar (IV)

Charles Hayter: An Introduction to Perspective, Drawing, and Painting (1815)

No es para quedarnos en casa que hacemos una casa
Juan Gelman

Nuestro entrañable deseo de un interior no es, por cierto, un anhelo de confinamiento.
Nuestra casa, por fortuna, dispone de ventanas, dispositivos para estar más allá, para poblar un otero, para adueñarse de una plaza de ensoñador. Nuestra casa, por fortuna, puede contar con vistas, con perspectivas, con proyecciones. Nuestra casa, por fortuna, tiene aperturas a la luz, al aire, al paisaje circundante, a nuestro lugar en el mundo.
Las ventanas son mucho más complejas en su habitación que el mero expediente constructivo de abrir huecos en un muro: articulan de modo complejo un ámbito paisajístico, un umbral y el emplazamiento interior desde se domina toda esta estructura. 
Toda ventana tiene origen existencial en la mirada que se proyecta hacia las necesarias lejanías.


Arquitectura y urbanismo socialmente comprometidos

Urbanización sin ciudad: ¿signo de los tiempos?

Hay, por cierto, una arquitectura y un urbanismo que vuela con elegancia sobre los Campos Elíseos de una reconocida excelencia acompañada de cerca por la fama de las páginas satinadas de las revistas especializadas. Pero hay arquitectura y urbanismo socialmente comprometido con el destino del habitar de las amplias mayorías sociales, las que tienen derecho al mejor de los esfuerzos profesionales.
Hay, por cierto, una arquitectura y un urbanismo que se asocia estratégicamente con la potencia de los agentes económicos y se pone al servicio de la especulación inmobiliaria. Pero hay arquitectura y urbanismo socialmente comprometido con la inclusión urbana del conjunto de los actores sociales que pueblan efectiva y concretamente una ciudad, cada uno con necesidades y demandas particulares, así como con genéricos derechos a la ciudad.
Hay, por cierto, una arquitectura y un urbanismo que apuesta a la preservación museificadora del patrimonio urbano a título de preservación congelada de una Historia escrita en clave excluyente y hegemónica. Pero hay arquitectura y urbanismo socialmente comprometido con el desarrollo histórico efectivo de las arquitecturas y las ciudades que son mucho más que petrificados escenarios explotados con fines turísticos.

Hay, por cierto, una arquitectura y un urbanismo que destruye metódicamente el ambiente y nos conduce al colapso ambiental. Pero hay arquitectura y urbanismo socialmente comprometido con la sostenibilidad económica, ambiental y sobre todo, social de los emprendimientos que deben concertarse en forma tan adecuada y digna como decorosa.

Plumas ajenas: Manuel Delgado

Lo urbano, como te dije es eso: un acaecer. Ya te lo escribí, pero te lo repito ahora: lo urbano no es otra cosa  [que] una labor, un trabajo de lo social sobre sí, como la sociedad urbana “manos a la obra”, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, hilvanándose con materiales que son instantes, momentos, circunstancias, situaciones, todo aquello de lo que la expresión máxima y más delirante es la fiesta. Siendo materia, lo urbano estaría más cerca de la forma que no de la substancia.

Manuel Delgado, 2017

Sentidos y emociones de elevarse

Giuseppe Barberis (1840- 1917) Monumento a Garibaldi en Como (1896)

De la conquista del hábito de la bipedestación ha resultado una importante deriva de sentidos en lo que refiere a la dirección vertical del lugar.
A partir de allí, los más diversos personajes no han hecho otra cosa que marchar esforzadamente hacia lo alto, lo eminente, lo sobresaliente. Es que allá en lo alto habitan lo importante, lo trascendente, y lo heroico que nos vuelve vecinos de los dioses, los que siempre están más allá. Ya mantenernos meramente en pie supone un esfuerzo que se agudiza con la edad: nuestro antagonismo con la fuerza de gravedad es épica.

Por ello es comprensible que la soberbia nos impulse a construir altas torres, cuando no pedestales, ambas costosas formas de conquistar la altura moral, allí en donde el aire circula con más énfasis y convenientemente alejados de la miseria postrada.

Situaciones, estados y eventos del habitar pensante

Charles Degeorge (1837- 1888) La juventud de Aristóteles (1875)

Tremenda pregunta que te invito a formularte: "¿Dónde estás cuando estás pensando?"
Manuel Delgado, 20171

La pregunta del acápite resulta removedora.
Creo que puede contestarse de forma oblicua. Esto es, difiriendo la cuestión del dónde hacia el cómo.
Si uno se pone a pensar la cuestión puede lanzar la hipótesis que el discurrir puede provenir históricamente del hábito de la marcha. De un modo especialmente significativo, nuestro curso de reflexiones tiene mucho del marchar, de antecedentes causas y de avances consecuentes, de desarrollo de hipótesis a tesis, de progresiones y recapitulaciones. Puede creerse que hemos aprendido, como especie, a discurrir con las enseñanzas del hábito de la marcha. Luego hemos independizado el hábito del pensamiento del hábito motriz simultáneo. Así podemos reposar sedentes y marchar con el pensamiento.
Pero al adquirir hábitos sedentarios recurrentes podemos generar un aprendizaje de otro modo: un pensar situado, un enfrentamiento mental a una situación o problema a resolver. Este resolver problemas bien pudo aprenderse en el hábito sedentario, allí donde nos situamos y ordenamos las cosas de nuestro mundo según conveniencias y métodos. Quizá el habitar recurrentemente ciertas estancias o habitaciones nos haya brindado la posibilidad de pensar así.
Aún habría (y las hipótesis no hacen más que multiplicarse en un flujo estimulante de la imaginación creadora) un modo de pensar que mucho le debe al atravesamiento de umbrales, a la alternancia de tránsitos y estancias. Se trata de un pensamiento eventual, un atravesamiento de umbrales epistemológicos, allí en donde algún aspecto nuevo se nos revela. Aquello que los griegos clásicos tenían por aletheia.
De esta manera puede sospecharse que ciertos hábitos corporales con respecto a los lugares poblados han servido de aprendizaje a un pensar que logra introducirse allá en las profundidades de nuestro propio interior.

1Artículo completo en:

Pequeñas alegrías del habitar (III)

Gerrit Dou (1613- 1675) La cocina holandesa (s/f)

Más allá de resolver el problema acuciante de la comida cotidiana, hay una pequeña pero importante alegría en el habitar en ocasión de un algo especial empeño culinario.
No por casualidad se identifican con el mismo término hogar tanto el fuego como el lugar habitable. Es que con los meditados rituales que promueve la alquimia de la comida se recobra un gesto ancestral de trasformar lo crudo en cocido, la Naturaleza en Cultura, la mera nutrición en gastronomía. El centro energético de nuestro lugar requiere de una concentración, de un ritual eficaz y de un protocolo, todos ellos precisos, apropiados y también misteriosos.

Cuando nos ponemos a cocinar participamos de los más antiguos gestos y nos debemos un escenario y actuación conformes. 

Habitar redes

Jan Lievens (1607- 1674) Naturaleza muerta con libros (1630)

La habitación de la dimensión quirotópica1 de nuestros lugares nos encierra en una red de cosas a la mano.
Y así, nos rodea una compleja estructura de cosas ordenadas por el significado que les conferimos y que hace de nuestra posesión un cosmos de cosas y no  un simple agregado informe. El orden que le conferimos a nuestras cosas nos vuelve soberanos: valor y significado de estas cosas sólo se sostienen con el fundamento de nuestra existencia y perecen con ella.
Llegar a conocer a una persona en profundidad implica indagar en el orden significativo que compone la estructura de sus cosas de vivir.
1 De quiros, mano

Plumas ajenas: Manuel Delgado

El paseante hace algo más que ir de un sitio a otro. Haciéndolo poetiza la trama ciudadana, en el sentido de que la somete a prácticas móviles que, por insignificantes que pudieran parecer, hacen del plano de la ciudad el marco para una especie de elocuencia geométrica, una verbosidad hecha con los elementos que se va encontrando a lo largo de la marcha, a sus lados, paralelamente o perpendicularmente a ella. El viandante convierte los lugares por los que transita en una geografía imaginaria hecha de inclusiones o exclusiones, de llenos y vacíos, heterogeniza los espacios que corta, los coloniza provisionalmente a partir de un criterio secreto o implícito que los clasifica como aptos y no aptos, en apropiados, inapropiados e inapropiables. Y eso lo hace tanto si este personaje peripatético es un individuo o un grupo de individuos, como si, como pasa en el caso de las movilizaciones, es una multitud de viandantes que acuerdan circular y/o detenerse de la misma manera, en una misma dirección y con una intención comunicacional compartida.

Manuel Delgado, 2015

El necesario tratamiento de lo infraordinario

Thomas Edwin Mostyn (1864- 1930) Soñadoras (s/f)

Las claves de nuestra vivencia del habitar se mecen con la levedad propia de lo que tenemos por fútil.
Hace poco he sido testigo de un testimonio que le suscitaba a un compatriota que reside en Japón desde hace mucho tiempo: se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar cómo huele en Uruguay la arena mojada. Es que lo verdaderamente crucial para nuestra identidad, memoria y referencia son esas vivencias cotidianas que no demandan nuestra atención hasta que tomamos distancia y tiempo.

Por ello es que una Teoría del Habitar debe acometer un necesario tratamiento de lo infraordinario, aquello leve y esquivo que nos marca la existencia sin que nos percatemos muy conscientemente.

Esta sensible línea que recorta la ciudad sobre el cielo

La plaza Independencia con el Palacio Salvo en construcción. Montevideo

Lo que habitamos es un horizonte: las arquitecturas en concierto urbano se desarrollan entre el suelo y el cielo  y su forma se delinea mediante el contorno que lo separa del este último.
Para cada ciudad, el trazado moroso de esa línea de cielo (skyline, en inglés) es un capital patrimonial especialmente valioso. Merece el cuidado y atención que no suele tener el mero pujo especulativo que impulsa hacia lo alto. Merece el cuidado y atención que no se agota en una burocrática regulación municipal de alturas. Merece el cuidado y atención que son un exacto y particular reflejo de la cultura arquitectónica de cada ciudad.

La preservación, cuidadosa administración y acertado cultivo de esa sensible línea que recorta la ciudad contra el cielo es una política urbanística del primer orden estratégico

Pequeñas alegrías del habitar (II)

Helen McNicoll (1879- 1915) Interior (1915)

La disposición tanto de iluminación eléctrica como de amplios ventanales hace de los interiores contemporáneos lugares inundados de una luz relativamente pareja y constante.
Sin embargo, la luz siempre se las arregla para efectos astutos. Pocas cosas son, a la vez, tan nimias y tan gratificantes como los efímeros efectos de las manchas de luz. Hay que aprender a poner atención a estos fenómenos, ya que en muchas ocasiones tienen efectos mágicos sobre el tono emocional de los ámbitos.

Los pormenores de la luz, las penumbras y aún las sombras son una riqueza omnisciente en los ámbitos que habitamos. Sólo es preciso acomodar la mirada y el ánimo.

El valor de la arquitectura corriente

Residencias de Bello y Reborati en Montevideo

El quid de la verdadera experiencia del lugar está en los pulsos constantes y discretos de su arquitectura corriente. Este es su valor y debemos reconocerlo con sensibilidad y atención.
Es preciso promover una difusión general de efectiva calidad arquitectónica en los fondos perceptivos del paisaje urbano. Es preciso promover una arquitectura de buenos vecinos, en donde resplandezca un razonable y civilizado consenso en el decoro. Es preciso tomar medidas enérgicas para asegurar la sustentabilidad urbana integral propia de las ciudades que honren su título de lugares para habitar.

Y no es un problema exclusivo de arquitectos, sino del conjunto estructurado de actores sociales de la comunidad.

Plumas ajenas: Manuel Delgado

La ciudad como producto parece triunfar, pero no ha conseguido derrotar definitivamente a la ciudad como obra. En un marco general hoy definido por todo tipo de procesos negativos de dispersión, de fragmentación, de segregación…, lo urbano se expresa en tanto que exigencia contraria de reunión, de juego, de improvisación, de azar y, por supuesto, de lucha. Frente a quienes quieren ver convertida la ciudad en negocio y no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello –de la urbanística a la policial–, lo urbano se conforma en apoteosis de un espacio-tiempo diferencial en que se despliega o podría desplegarse en cualquier momento la radicalidad misma de lo social como pasión, sede de todo tipo de deserciones y desafíos, marco e instante para el goce y la impaciencia.

Manuel Delgado, 2017

En la dimensión osmotópica del habitar (II)

Cocina integrada en una vivienda mínima

La frenética compresión de las áreas construidas conduce ineluctablemente a las denominadas cocinas integradas, que tan coquetas lucen en las imágenes.
El pequeño detalle es que las fotografías no tienen olor. El problema con estas cocinas integradas es que los aromas que pueden resultar incitantes en el momento del apetito, suelen resultar deplorables en la ocasión de la saciedad. Piénsese en un sofrito, sin ir más lejos. Su olor resulta primoroso en la sartén, pero un incordio en los almohadones.

La atención a la dimensión osmotópica del habitar permite percibir que no sólo habitamos sumidos en el espacio, sino también y fundamentalmente, en el tiempo, allí donde hay unas secuencias entre los perfumes de un antes y los tufos de un después. Y nosotros en medio, siempre con una misma nariz.

Un esforzado viaje hacia el encuentro con el genius loci

Patio en Sevilla

Finalmente, el viaje hacia los orígenes es más importante que los orígenes mismos.
Julia Kristeva

Los antiguos romanos tenían el cuidado de congraciarse con el lugar al que accedían, mediante ritos propiciatorios con los genius loci.
Es que cada lugar puede recibirnos con una amable bienvenida si respetamos los fueros de su genio. En caso contrario, múltiples molestias y hasta desgracias nos expulsarán de allí. Por eso, hay que guardar ciertas formas cuando uno viaja por sitios alejados de los propios.
¿Por qué viajamos? ¿Para qué nos alejamos? ¿Qué se nos ha perdido lejos y tras el horizonte?

Viajamos para tener la oportunidad de indagar a nuevos genios lugareños, para desafiarnos a nosotros mismos a ser bienvenidos allí, porque lo que importa es el signo de interrogación que formulamos ante cada lugar que visitamos: de todos los patios, el patio.

Pequeñas alegrías del habitar (I)

Tom Roberts (1856- 1931) La vuelta a casa (1889)

Déjame volver con el recuerdo de aquellas esperanzas del día que partí.
Homero Expósito

Pocas cosas hay tan confortantes que el volver a casa al atardecer.
¿Cuándo es que comenzamos a volver? ¿Es que sólo estamos en casa una vez que trasponemos su puerta? ¿Por qué tratar de asuntos tan nimios como éste?
De cualquier forma que uno la conciba, la casa es aquel lugar al que uno siempre anhela volver. O mejor dicho, aquel lugar al que uno siempre anhela volver, esa es su casa. Por ello, el placer de la vivencia es más intenso cuanto más es acuciante es el afán del retorno, cuando la fatiga se prodiga y cuando muere el día.
Comenzamos a volver con un rito que marca un punto de inflexión en nuestras circunstancias. A partir de este momento, toda senda posible es una de regreso. Atravesamos todas las distancias volviendo los lugares cada vez más propios hasta acceder a un vecindario propio, allí donde nos aguardan los signos de lo habitual. En mi caso, cuento con la fortuna de tener unos vecinos que tienen un muy logrado jardín en donde reinan un Palo Borracho (Chorisia speciosa) y un Jazmín del Cabo (Plumbago auriculata), custodiados desde la acera por dos  Liquidámbar (Liquidambar styraciflua). El cuadro resultante me es tan querido, que tengo para mí que comienzo a estar en casa cuando tuerzo la esquina, levanto la vista y paso por allí.

¿Por qué tratar de asuntos tan nimios como éste?

El lugar de lo que dejamos siempre atrás

Edvard Petersen (1841- 1911) Emigrantes en Larsens Square (1890)

Nuestro habitar es una continua marcha hacia adelante, dirigidos con no poca atención hacia la dimensión alethotópica del habitar.
Esta dimensión es la propia de lo que adviene como revelación, como manifestación, como desvelamiento y es opuesta y simétrica con otra dimensión también importante del habitar. En efecto, así como avanzamos, dejamos atrás lugares, espacios y tiempos. Y al dejarlos atrás los sumimos en las profundidades de la memoria y del olvido. Esta dimensión que se abre tras nosotros y nos sigue en forma inquietante es la denominada dimensión tanatotópica, esto es, la experiencia de lo ya vivido, de lo muerto, de lo que creemos vencer con nuestra empecinada supervivencia.

Y cada día que nos pasa, los lugares, los espacios y los tiempos ya ocurridos se nos aproximan y nos pesan más sobre la espalda. Hasta que nos alcanzan.

Plumas ajenas: Manuel Delgado

Lo urbano es lo que se escapa a la fiscalización de poderes que no comprenden ni saben qué es. En efecto, lo propio de la tecnocracia urbanística es la voluntad de controlar la vida urbana real, que va pareja a su incompetencia crónica a la hora de entenderla. Considerándose a sí mismos gestores de un sistema, los expertos en materia urbana pretenden abarcar una totalidad a la que llaman la ciudad y ordenarla de acuerdo con una filosofía —el humanismo liberal— y una utopía, que es, como corresponde, una utopía tecnocrática. Su meta continúa siendo la implantar como sea la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad, inteligibilidad. En pos de ese objetivo creen los especialistas que pueden escapar de las constricciones que supeditan el espacio a las relaciones de producción capitalista. Buena fe no les falta, ya hacía notar Lefebvre, pero esa buena conciencia de quienes diseñan las ciudades agrava aún más su responsabilidad a la hora de suplantar esa vida urbana real, una vida que para ellos es un auténtico punto ciego, puesto que viven en ella, pretenden regularla e incluso vivir de ella, pero no la ven en tanto que tal.

Manuel Delgado, 2017

En la dimensión osmotópica del habitar (I)

Café Tortoni, Buenos Aires

Cuando tras ausentamos por algún tiempo prolongado de nuestra casa, volvemos a ella, la primera sensación que recuperamos es el fondo olfativo: recobramos el olor propio de nuestro lugar.
Quizá por esta causa, mi esposa suele pedirme, en esas circunstancias, que prepare café, como gesto de autobienvenida. El aroma del café que ambos apreciamos mucho es no sólo familiar, sino especialmente deseado. También quizá por esta causa es que a cada ciudad que visitamos no omitimos buscar una acogedora y bien ambientada cafetería, allí donde el consabido aroma nos sitúe, a la vez, en un territorio deseado y familiar. Así es que recordamos con especial afecto a establecimientos como el entrañable Café Tortoni de Buenos Aires.

El mapa de nuestro territorio es un dilatado y complejo polígono pautado por marcas osmotópicas dispersas, deseadas y, a la vez, familiares.

Es hora de dejar hablar a los objetos... y al curador del Museo Británico

Kester (s/d) Trono de armas (s/f)

En todo el mundo hay monumentos al soldado desconocido, y el Trono de armas se enmarca en esa misma tradición. Es un monumento a todas las víctimas de la guerra civil de Mozambique y un registro de los crímenes cometidos contra todo un país; de hecho, contra todo un continente. Y es también —lo que resulta algo más inusual para un objeto tan conmemorativo— una obra de arte que nos habla de esperanza y determinación. El Trono de armas trata en igual medida de la tragedia humana y del triunfo humano.
Neil McGregor, 2010

Esta pieza me parece que tiene un patetismo muy especial precisamente porque se ha hecho en forma de silla. Al hablar de sillas, hablamos de un objeto cuya forma es un reflejo de la del cuerpo humano, y cuyas partes —brazos, patas, respaldo…— se convierten casi en una metáfora de las de las personas vivas: brazos, piernas, espalda… Así pues, hay algo particularmente inquietante en una silla hecha de armas diseñadas expresamente para mutilar brazos, espaldas, piernas o pies.

Neil McGregor, 2010