"Sólo por la filosofía puede experimentar la inteligencia cómo sus pasiones llegan a conceptos". Peter Sloterdijk, 1998
Páginas
Poeta urbanita (I)
Contra la ciudad adjetivada (XX) Ciudad histórica
Emociones en patrones de habitar (III: Bordes)
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (IX)
Es oportuno detenernos sobre la palabra
intención. Los espacios que
habitamos, en la medida en que no se producen por generación espontánea, sino
que han sido imaginados y diseñados por otros, suelen expresar mediante su
forma y su funcionamiento las intenciones de sus autores, sus visiones del
mundo y los proyectos de sociedad y de vida cotidiana asociados a determinadas
ideas de orden social y cultural. Estos proyectos y estos órdenes aspiran a
poder ser leídos en los espacios mismos, es decir, a concretarse en la forma
del espacio. No siempre lo logran. Sin embargo, desde que los seres humanos se
han puesto a fabricar sus espacios, éstos han tenido no sólo el objetivo de
servir para algo, es decir, de ser usados, sino también el objetivo de decirnos
algo, de transmitirnos un mensaje acerca de una forma de vida posible, de
sugerirnos una manera de habitar.
Giglia, 2012: 21
Hay que asociar la idea de intención
con la de proyecto y la de tiempo. La contextura del lugar que habitamos en el
presente ha sido, en el pasado, una proyección intencional hacia el futuro. En
cierto modo, habitamos hoy la ciudad que ayer fue un sueño, la casa que ayer
fue un proyecto de vida, el lugar hacia el que hace un tiempo nos dirigimos,
tan decididos como titubeantes. Porque nosotros mismos somos una intención de
ser, una existencia volcada empecinadamente hacia un futuro que no podemos sino
vislumbrar, pero que construimos día a día.
Suele confundirse, sin embargo, la
operación de proyecto, la condición existencial de lanzarse lejos, con el
diseño, que es la determinación formal pormenorizada de lo que habrá de
producirse. Mientras que a nadie se le puede privar de la intención proyectual
vital, el diseño arquitectónico es privativo de aquellos que se asocian,
confabulados, en la producción social del hábitat. Quieren las cosas que, en la
actual formación social y económica que nos encuadra, las demandas sociales son
interpretadas a su modo por promotores inmobiliarios a título de mercancías,
que transmiten interesada y sesgadamente sus particulares demandas a
arquitectos proyectistas y constructores que realizan no ya los sueños del
habitante, sino el proyecto interpretado por los mercaderes del espacio
construido.
Por ello, en cada lugar efectivamente
habitado coexisten dos proyectos y rige un diseño hegemónico. ¿Llegaremos a ver
algún día unos lugares diseñados de forma liberadora de los sueños de sus
habitantes efectivos?
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXXV): La ilusión domótica
Reescrituras (XXXIII): Onironautas
Plumas ajenas: Walter Benjamin
Contra la ciudad adjetivada (XIX) Ciudad inclusiva
Emociones en patrones de habitar (II: Sendas)
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (VIII)
Nuestra relación con el espacio y
nuestra posibilidad-capacidad para domesticarlo tendrán que acomodarse a las
características de un espacio habitable que no hemos diseñado. Es por ello que
el diseño y la construcción de un hábitat, en la medida en que se inspira en
cierta idea del habitar, no puede no incluir cierto orden. De allí que la forma de la vivienda condicione
inevitablemente —aunque no completamente— la relación de sus habitantes con el
espacio habitable. Si el habitar establece un orden, ese orden puede ser
impuesto, o cuando menos inducido mediante la forma del hábitat. Si habitar la
vivienda implica establecer un orden espacial, es evidente que este orden no
puede ser absoluto, sino que tiene que ver en primer lugar con las
características físicas del propio espacio habitable. De allí que el espacio
nos ordena, además de dejarse ordenar.
Giglia, 2012: 21
En todo lugar habitado existe, de
hecho, la concurrencia contradictoria y conflictiva de dos
arquitecturas. Una, producto de la espacialización operativa, así como de la
materialización constructiva y de una realización económica como bien, esto es,
artefacto con valor. Otra, producto de la actividad habitable del locatario,
una arquitectura laxa del lugar, allí donde la existencia del cuerpo y sus
gestos tiene efectiva presencia y población. Las dos arquitecturas coexisten en
la realidad efectivamente vivida del habitante y su roce constituye una membrana
sensible que podemos señalar como arquitectura efectiva y concretamente vivida.
Mientras que sobre la arquitectura del lugar el sujeto habitante ejerce su
imperio según una sabiduría, un saber obrar y un saber producir, la
arquitectura de los edificios constriñe la vida en un compartimiento
triplemente determinado por la espacialización, la materialización y la
mercantilización del artefacto construido.
Si la arquitectura del edificio nos
ordena, esta operación se verifica en un plano en que domina una alienada
relación de poder: el promotor inmobiliario, el arquitecto funcional a los
requerimientos del anterior, el constructor y el agente comercializador
imponen, con el espacio vuelto operación mercantil, una ley tácita de uso, un
registro —socialmente aceptado por el mercado— de implementaciones funcionales,
económicas y simbólicas. Pero, en otro plano, el habitante instrumenta de modo
práctico un conjunto determinado de recursos de ideación, proyecto,
construcción e implementación en donde consigue imponer, de manera más o menos
lograda, el margen escaso pero inestimable de realización subjetiva de la
habitación. Cierto es, que, fruto de la sobreexplotación del espacio
construido, la arquitectura de los edificios constriñe cada vez más
asfixiantemente a la arquitectura del lugar vivido.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXXIV): El sino del habitante, hoy
Reescrituras (XXXII): Allí donde volvemos una y otra vez
Ejercicios de relajación propiciatoria para proyectistas atribulados
Contra la ciudad adjetivada (XVIII) Ciudad equitativa
Emociones en patrones de habitar (I: Centros)
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (VII)
En la actualidad, cuando se habla del
espacio público urbano, se suele enfatizar su carácter de lugar de encuentro o
de lugar que permite el encuentro entre sujetos heterogéneos. Raramente se
considera que en su origen el espacio público moderno fue pensado para ordenar
la vida urbana contra los riesgos recurrentes de tumultos y rebeliones del
proletariado incipiente en ese entonces. En el siglo XIX cuando se inaugura el
tipo de espacio urbano que será uno de los prototipos principales de la ciudad
moderna, es decir, el París de Haussman, la traza de los grandes bulevares y
las plazas en forma de estrella, fueron pensadas como una manera eficaz de
controlar el desorden social que podía derivarse de los asentamientos pobres,
donde vivían hacinadas las clases trabajadoras (asentamientos que fueron
demolidos para dejar el lugar a los bulevares) y como una manera de crear
flujos ordenados de circulación urbana.
Giglia, 2012: 19
Cuando se habita un ámbito
urbano, se puebla de modo concreto un lugar de encuentro e intercambio entre
sujetos heterogéneos. Pero es necesario reparar que, mientras que la habitación
urbana ha devenido morosa y evolutivamente del habitus, la operación de espacialización
obedece a un proceso cultural relativamente más sofisticado, de donde los
saberes y los poderes sobre el lugar se han aplicado a subsumir operativamente
su carácter, precisamente, en términos de espacio. Dicho de otro modo, mientras
que, como habitantes, los urbanitas persistimos en unas prácticas concretas de
habitación, los gestores de la ciudad la conocen y se apoderan de su
constitución mediante unas subsunciones operativas que administran, cuidadosa y
firmemente, la constitución de espacios de diferente carácter: públicos y
privados. Con esto, se descubre que la diferencia entre ámbito y espacio ya no
es un simple matiz terminológico teórico, sino el resultado de una oposición concreta
de prácticas sociales.
Ahora es claro ver que la primera
operación política sobre la ciudad moderna es la espacialización operativa. Del
lugar concreto y vivido se abstrae un espacio que permite tanto saber cómo
operar políticamente. Porque la subsunción del lugar de la ciudad en el espacio
urbano es un saber apropiado para el ejercicio del poder sobre lo urbano, una
superestructura que hace posible ya no la domesticación genérica del lugar,
sino el sojuzgamiento de los modos de producción y consumo de los recursos
urbanos como mercados y mercancías. Así se comprende cómo, en un proceso que,
en la civilización europea occidental tiene un origen cultural en el
Renacimiento, la comprensión del lugar habitado en términos de espacio
geométrico hace de la ciudad un objeto de proyecto arquitectónico y
urbanístico, junto con el desarrollo de la formación económica social a la que
esta operación cognoscitiva le es funcional.
La ciudad contemporánea es aquello que
los urbanitas construimos y habitamos con lo que el modo capitalista de
producción del puro espacio urbano nos deja.
El ordenamiento del espacio urbano es, por cierto, acción y efecto del poder
político, según las reglas impuestas por la formación hegemónica. Pero mientras
tanto, los urbanitas persistimos en una sorda respuesta, una vaga indisciplina,
una soterrada resistencia a los dictados del poder y así, lo urbano
alcanza a tener lugar. Sólo que el hecho de tener efectivo lugar en la práctica
concreta del habitar no ha dado, aún, las notas de conciencia social que
alienten el cambio de formación social y económica.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXXIII): Valores en arquitectura
Reescrituras (XXXI): Danza del cuerpo, arquitectura del aire
Colpoprácticas (IV) Ajuste del ámbito pericorporal
Contra la ciudad adjetivada (XVII) Ciudad emergente
La arquitectura al encuentro del habitante
Contenidos resaltados: Antropología del habitar (VI)
Los gestos mediante los cuales nos
hacemos presentes en el espacio, con los cuales lo ordenamos, constituyen un
conjunto de prácticas no reflexivas, más bien mecánicas o semi-automáticas, que
propongo definir como habitus
socio-espacial, entendiendo este concepto según la definición de Bourdieu, es
decir, como «saber con el cuerpo» o saber incorporado, que se hace presente en
las prácticas, pero que no es explícito. Para habitar de manera no efímera un
lugar hace falta reconocer y establecer un habitus. Es la elaboración y
la reproducción de un habitus lo que nos permite habitar el espacio. La
noción de habitus nos ayuda a entender que el espacio lo ordenamos, pero
también que el espacio nos ordena, es decir, nos pone en nuestro lugar,
enseñándonos los gestos apropiados para estar en él, e indicándonos nuestra
posición con respecto a la de los demás.
Giglia, 2012: 16
En la reflexión sobre la habitación
humana, deberíamos, ante todo, precavernos de reservar la categoría de lugar a la
instalación concreta allí donde la existencia tiene presencia y población,
distinguida cuidadosamente de la noción de espacio, que no es otra cosa que una
abstracción cognitiva y operativa de ciertos rasgos del lugar. Dicho esto, todo
parecería indicar que el sujeto desarrolla de modo estructurado un habitus,
esto es, unas prácticas socio-locativas que operan diversas dimensiones
concretas del lugar, dando oportunidad a unos saberes, unas eficacias y unas
capacidades productivas que le hacen posible poblar el lugar. Y
precisamente poblar el lugar es la operación concreta que realiza el habitus,
como estructura que liga íntimamente al sujeto con la circunstancia que habita.
Tal circunstancia puede, de modo efectivo, constituir un entorno concreto, así
como una extensa red virtual. De allí que siempre habitemos un orden
estructurado a título de lugar, aunque no siempre un espacio bajo la noción de
entorno o emplazamiento.
En todo caso, es valioso saber ahora
que, mediante un habitus, es que los sujetos consiguen poblar un lugar
que es tanto un campo físico espacio-temporal así como un campo social. En
efecto, los sujetos aprenden, ejercen y producen tanto las prácticas sociales
del situarse físico, así como la de ubicarse, vínculo por vínculo, con su lugar
social. Si es que el lugar físico y el lugar social no son más que las dos
caras aparentes de una misma moneda existencial: hay en la idea de habitus,
tal como la presenta Ángela Giglia, un rasgo de soterramiento, de discreta
fertilidad, de humildad fundamental sobre la cual se construye las formas
superiores del conocimiento, de la ética y de la poética de tener lugar.
Ref: Giglia, Ángela (2012) El habitar y la cultura.
Barcelona, Anthropos, 2012
Viejas cuestiones (XXXII): Dimensiones de una política de vivienda
- Tenencia y seguridad de tenencia, esto es, lo que afecta a la relación básica entre los sujetos y el bien satisfactor.
- Habitabilidad, lo que atañe a las especificaciones de adecuación de la vivienda a los estándares de uso y el acceso a los servicios públicos
- Accesibilidad económica, aquello que toca a la relación entre los ingresos de la familia y los costos de la vivienda, tanto los de adquisición o alquiler, así como los de mantenimiento
- Adecuación cultural del producto, aspecto que refiere a la dignidad y decoro del bien vivienda en el plano de la representación social.