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Acerca del uso tecnoburocrático del término “territorio”

Nuestros  funcionarios se ocupan solícitos de indicarnos, a propios y extraños, en dónde es que estamos

No sé qué pasará en otros lares, pero en mi país es frecuente un uso especial de la voz ‘territorio’ en las expresiones de los funcionarios tecnoburocráticos.
Parece que se refieren a cuestiones como “actuaciones en el territorio” o similares a todo aquello que se encuentra más allá de sus augustas oficinas. Esto es, el lugar en donde deambulan, atribulados, los ciudadanos sobre cuyas vidas se proyectan, como imágenes (¿iluminadoras? ¿hipotéticas? ¿manipuladoras?) del obrar de los agentes del Poder.

¿Es que esto termina siendo la acción de los funcionarios: proyecciones evanescentes sobre el territorio? ¿Es que somos, según la famosa expresión de Shakespeare, pobres actores que vamos de un lado a otro del escenario, que vibramos plenos de sonido y de furia y que esto, en el fondo, no significa nada?

Plumas ajenas: Manuel Delgado

En el momento actual, una parte importante de la antropología profesional está consagrada a lo que algunas asignaturas de la especialidad anuncian como «problemas de la sociedad contemporánea». Esos problemas, en contra de lo que el sentido común podría sugerir, no son el precio de la vivienda ni las tasas de desempleo, sino las drogas, los inmigrantes, los enfermos de sida, los ancianos, los barrios problemáticos, los gitanos, las «tribus urbanas», las «sectas», los minusválidos, los indigentes, los presidiarios. [...]  Haz un repaso a lo publicado en los últimos años por antropólogos españoles interesados en los «mundos contemporáneos» o en las «sociedades complejas». Haz inventario de en qué consiste la «antropología aplicada» o la «antropología urbana» en España. Todas esas denominaciones ocultan la mucho más clara de «antropología de la marginación social», con tres grandes orientaciones: a), minorías étnicas marginadas; b), inmigración y suburbialización, y c), segmentos de población marginados y otras subculturas de «alto riesgo». Apenas nada más.
Manuel Delgado, 2017
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El ejercicio de la habituación

Frederic Leighton (1830- 1896) Estudio en un atril de lectura (1877)

El cursor de la emoción se desliza de forma leve pero inevitable desde la sorpresa al extremo de la habituación.
Es que toda novedad siempre emerge con fecha de caducidad: las figuras tienden a sumirse en el fondo. Las cosas se aplanan sobre un fondo perceptivo en donde son las personas y sus actividades las que demandan prioritariamente nuestra atención. Por ello, al arreglo funcional de cada cosa para cada uso y cada uso en su lugar, le corresponde, en la percepción, a cada figura singular su integración compleja en el atrezzo preciso de nuestro escenario.

Tenuemente visibles, las cosas de vivir no hacen sino mimetizarse en el conjunto orgánico de aquello que tenemos por habitual. Y allí quedan, serviciales y confortantes.

Sentidos y emociones de la estrechez

David Alfaro Siqueiros (1896- 1974) Angustia (1950)

Nuestro término angustia proviene de la doble idea latina de angostura y dificultad o aflicción.
Muy bien pudiera provenir de ciertas experiencias en el momento preciso del nacimiento, al atravesar para toda la vida el estrecho canal de parto. Por una parte, podemos alojarnos muelle y ajustadamente en el útero materno, pero una llamada fatal nos inflige un novedoso sentimiento de constricción a través de la cual nos caemos en ese lugar abierto que llamaremos mundo.
Puede que quedemos para siempre heridos por una aflicción por la estrechez, por la pobreza extensional del lugar, por las constricciones insoportables al errar según eso que suele llamarse libertad, al menos en términos simplemente ambulatorios.

Cuando nosotros los arquitectos y otros tecnoburócratas confinamos a las personas en miserables mínimos habitacionales, so color de maximizar la inversión social (y preservar beneficios empresariales, faltaba más) estamos contribuyendo a la diseminación social de ciertas angustias esenciales de las que sólo tendremos futura conciencia, si es que vivimos para verlo y si es que conservamos un alma para comprenderlo.

Fastidios de la vida cotidiana

Édouard John Mentha (1858–1915) Interior de biblioteca (1915)

Habitar implica una considerable cuota de trabajo constante, recurrente y también fastidioso.
Limpiar lo sucio supone un esfuerzo constante y una batalla finalmente perdida contra la mugre, contra lo percudido, contra lo vejado por esta su condición persistente. El paso del tiempo es una oportunidad para el depósito de polvo, para la proliferación del desorden, para el cultivo de malolientes entidades que acechan las peores pesadillas del habitante.
Las cosas decaen. Nuestros objetos de vivir se envejecen mal, se deterioran, se pierden. Nos persigue de cerca un genio maligno que nos azuza a reponer, mantener, reparar, repintar, sustituir un orden de cosas que nunca termina por resultar impecable, sino siempre imperfecto en su estado.
Nuestros ritos ultrajan el estado de nuestros utensilios. A los placeres de la buena cocina y la mejor mesa, le sigue el penoso lavado de la vajilla. Y no es este menos enojoso por confiarse a alguna máquina. Nada aflige más a la pacífica sobremesa que restituir el orden anterior, cuando sólo nos acuciaba el hambre.

Habitar tiene una dimensión ergotópica, una dimensión trabajada, esforzada y extenuante que conviene no olvidar.

Secretos

Albert Friedrich Schröder (1854–1939) Joven con collar de perlas (s/f)

Los interiores se abisman en los espejos y en los cajones.
Tantos unos como otros son reservorios de misterios y secretos. Así, las alternativas de la identidad, la fascinación de las pertenencias, el hechizo del tesoro íntimo, tienen tanto en la profundidad de los espejos así como en el fondo de los cajones, la patria postrera de una mismidad que se busca afanosamente a sí misma.
Y sólo son los ecos de la habitación interior, que Marina Garcés concibe vacía y que por mi lado me gusta considerarla vacante y disponible

Plumas ajenas: Marina Garcés

Hace un tiempo acudí a una psicoterapeuta, empujada por las complicaciones con las que poco a poco nos va atrapando la vida. Después de una hora explicándole todas mis aventuras y desventuras, me preguntó, señalándome: “todo esto está muy bien, pero ¿qué tienes tú aquí dentro?”. Callé. Y añadí: “¿Dentro, dónde? Todo pasa fuera. Dentro no hay nada.” Quien sepa algo de filosofía contemporánea, verá que soy una discípula impecable. Todo pasa fuera, no hay interioridad: así es como parte importante del pensamiento crítico ha querido deshacerse de las cadenas del yo: exponiéndolo, exteriorizando-lo, haciéndolo proceso, acto comunicativo, alteridad, punto de encuentro, relación de fuerzas, dispositivo… Pero entonces, ¿dónde volver? ¿Dónde resistir? ¿Dónde dormir? ¿Desde dónde escuchar? La subjetividad liberada de las cadenas del yo termina condenada a la movilización, a la visibilidad y a la comunicación continuas.
Reencontrando a Mick1 he entendido que la interioridad, precisamente, es no tener nada dentro: sólo una habitación, frágil como una cabaña infantil, de donde entrar y salir, donde acoger y recogerse, donde ir y volver. Su vacío, silencio y resonancia, es la condición imprescindible para no fundirse con el hilo musical del mundo. En un escrito que también me gusta mucho, El sueño de D’Alembert, Diderot hace que una Mademoiselle se pregunte: si mi alma no es nada, ¿por qué yo soy yo y por qué sigo siéndolo? Y un D’Alembert que delira en sueños le contesta, más o menos, que la propia conciencia sólo es, en un conjunto de vibraciones, aquel punto, aquel lugar, al que más veces regresas.
Marina Garcés, 2017


1 Alude al personaje principal de la novela de Carson Mc Cullers El corazón es un cazador solitario.

Balcones hacia la ciudad

Carl Gustav Carus (1789- 1869) Balcón en Nápoles (1830)

Debería declararse enfáticamente: cada ciudadano tiene derecho a disponer de un balcón hacia la ciudad.
No se trata de disponer del servicio del artefacto, sino de constituir una perspectiva existencial adecuada, digna y decorosa. Esto es, la posibilidad socialmente amparada de instituir una percepción concreta sobre el paisaje urbano, con pleno acceso, en condiciones salubres, salvaguardando allí la dignidad del habitante y surtiéndola de un marco conveniente de decoro. Puede sonar “lírico” pero, en ciertas condiciones de superación de la prehistoria social de la humanidad, se entenderá en su plenitud concreta.

A cosas así es que tenemos que tener derecho.

Hacia una historia social de la habitación

Anton Romako (1832- 1889) Interior (1887)

¿Quién podría acometer una necesaria historia social de la habitación?
¿Hay historiadores interesados en la genealogía de nuestros rituales cotidianos?
Hoy que proliferan las más diversas formas de historiografía ¿es que no hay un objeto legítimo en la indagación de esta conducta fundamental de los seres humanos?
¿Cómo es que llegamos precisamente a nuestro contemporáneo estado de cosas al respecto?
Quizá no se hayan formulado aún las cuestiones disparadoras adecuadas

Tristezas del habitar (III)

Dante Gabriel Rossetti (1828- 1882) La Puerta de la Memoria (1857)

En el habitar se suceden hondas emociones en el atravesamiento de umbrales.
Trasponer la puerta de la casa que inauguramos como nuestra siempre tiene un sentido profundo de revelación, de iluminación, de aletheia. Pero hay un aspecto importante en tal umbral: está dispuesto tanto para entrar como para salir. Los umbrales recíprocamente practicables sostienen una sana alegría de vivir. Así, es confortante contar con un umbral hacia lo propio y lo privado tanto como hacia lo público y comunitario.
El problema es cuando el atravesamiento de ciertos umbrales opera en un único sentido. Cuando abandonamos nuestra casa para relocalizarnos, la antigua sigue acechando y poblando nuestros sueños. Cuando atravesamos un umbral de conocimiento, si bien podemos experimentar la ufanía de la evidencia nueva, no podemos retornar a nuestro anterior estado de ignorancia o inocencia y, a veces, esto resulta triste. Cuando la epifanía de lo real nos abre la puerta, se nos cierra a nuestras espaldas la creencia antigua y esto resulta algo triste, para qué negarlo.

Hay una tristeza inherente, quizá al atravesamiento irremediable de Ciertos Umbrales. Por eso es de prudentes considerar con mucho detenimiento tales cruces.

Salas de espera



Cuánto tiempo se nos dilapida en estas equívocas habitaciones, allí donde los médicos, los abogados o los dentistas (no es una enumeración exhaustiva) tienen a bien hacernos esperar, rentabilizando su tiempo a costa del nuestro.
Lo peor es el arreglo. Ni las más infrecuentes de las elegancias y del buen gusto pueden con el enfado de la espera, por cierto. Pero el abierto menosprecio con que ciertos personajes tratan el tiempo enajenado en su favor raya en lo criminal.
Sospecho que no hay solución adecuada, digna y decorosa para las salas de espera. Nada que se haga será apreciada en su logro artístico y confort.
Y la desidia corriente, por su parte, es una afrenta a la humanidad que, para colmo, paga los servicios. Las salas de espera proliferan en una fealdad irredimible

La solución humana (y antiarquitectónica): simplemente, que se nos atienda en tiempo y forma, sin esperar

Plumas ajenas: Manuel Delgado

La relación social en la sociedad contemporánea sí que está basada en el principio de la relación cortés, es decir en la lógica de la seducción. El modelo de nuestra vida como seres sociales —aquella de la que tanto y tan bien ha hablado Goffman— se basa en el modelo que le presta la sociedad cortesana. Es la sociedad cortesana la que históricamente establece un primer esbozo de lo que llamamos relaciones públicas, en la que se organiza únicamente a partir de lo que se hace y de lo que se debe hacer, es decir a partir de las codificaciones que afectan a las maneras de hacer y a los ritos de interacción. La cortesía se define así como el saber vivir en la corte, saber moverse y actuar en una esfera en la que cada presente es permanentemente observado –la reserva aristocrática– y debe modular sus declaraciones y actos, hacerse opaco, resistirse a una inteligibilidad absoluta.
Es a mediados del XVIII cuando los valores de la cortesía se ven sustituidos por los de urbanidad y civilización. La sociedad burguesa —la nuestra— viene marcada, en efecto, por el paso de la vida en la corte a la vida en la ciudad como ámbitos de un tipo de vida basada en la cortesía urbana, es decir en la urbanidad.
Manuel Delgado, 2017

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Sentidos y emociones de la amplitud

Andrea Palladio  Villa Emo en Fanzolo

Existe una confortación elemental y primara del cuerpo cuando, como se dice comúnmente, éste respira a sus anchas, cuando nada estorba al despliegue de la envergadura de los brazos, cuando las manos no logran palpar nada molesto por los costados.
Un mundo en verdad extenso es un mundo ancho. La amplitud se mide oponiendo y distanciando entonces las diversas habilidades de las manos. Ejercer el poder sobre una situación es en principio comprenderla precisamente con estas. Por ello, satisface a nuestra propensión al dominio el disponer de estancias amplias que merezcan una detenida mirada de lado a lado. Quizá por ello nos simpatice por lo general la simetría bilateral de las fachadas clásicas, proyección material y formal de una valorada imagen corporal.

Es por eso que tan magnífica es la villa palladiana, que extiende con generosidad sus alas laterales proyectando su mirada dominante y prudente sobre el paisaje circundante y hecho propio.

¿Qué problema afronta la arquitectura?

Peter Wenzel (1745- 1829) Adán y Eva en el Paraíso Terrestre (s/f)

El lugar de los bienaventurados es siempre otro, lejano y exclusivo para el gozo de aquellos merecedores de la mayor de las glorias. Para el resto de los mortales está el incierto auxilio de la arquitectura.
El problema que afronta este oficio, como empresa humana necesaria y a la vez falible, es abrir condiciones para que esta penosa existencia de los exiliados del Paraíso tenga confortante consuelo allí donde tenga lugar.

Ni los arquitectos ni los habitantes la tenemos fácil, por cierto. Pero sería una mezquindad injusta no intentar afrontar una y otra vez y empecinadamente este menudo problema.

Tristezas del habitar (II)

Assilah, Marruecos

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
Hay un espejo que me ha visto por última vez,
Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
Hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.

Jorge Luis Borges, Límites, 1961

La habitación, ilimitada

Château de Barly

Habitar no implica confinarse.
La acción humana de habitar se dilata mucho más allá de los confines espaciales de una habitación construida. Es que la existencia humana puebla con excesos, con desbordes, con sobrepasamientos de toda constricción constructiva. La vida humana cruza los umbrales, atisba los horizontes, guarda memoria de lo que ha sido, repropone las reglas imperantes del juego y de la etiqueta, presta oídos a lo que resuena más allá de los muros, trabaja y manipula los órdenes de las cosas, administra las cuotas de luz.

Pero, sobre todas estas cosas, sueña

Plumas ajenas: Josep Muntañola


El olvido de la razón, la falta de razón, la ausencia de una idea coherente, capaz de generarla y de sustentarla, hace que la arquitectura sea a veces, tantas veces, monstruosa.

Josep Muntañola i Tornberg

Sentidos y emociones de la marcha

John Atkinson Grimshaw (1836- 1893) Amantes en un bosque (1873)

Con la marcha conseguimos aprender a habitar quizá la dimensión primordial, la profundidad perspectiva.
Lanzados por toda la vida hacia adelante no hacemos sino marchar, acechante el olfato, la mirada y la audición. El camino, el proceso, el devenir son experiencias de un espaciotiempo vivido en primera persona. De allí aprendemos a discurrir, a suceder causas y consecuencias, a inferir tesis de hipótesis. Marchando sin cesar, aunque con ritmos variados y pausas significativas.
Hoy, en las lastimosas condiciones de nuestra vida cotidiana, nos contentamos, las más de las veces, en sólo circular distraídos de un punto a otro y reservamos la plena marcha a las instancias del turismo, en las vacaciones. Es por ello que nuestras arquitecturas corrientes sobreabundan en pasillos, nuestras ciudades incurren en autopistas y nuestros centros históricos proliferan en calles peatonalizadas.

Atrás queda la gloria de las galerías, de los arbolados paseos y de esas entrañables sendas que no llevan a ninguna otra parte que al goce anticuado de marchar.

¿Vivienda o lugar para vivir?

Viviendas de interés social en Uruguay

Los hispanohablantes tenemos por vivienda el referente de un término con el siguiente significado normativo: Lugar cerrado y cubierto construido para ser habitado por personas.
De esta manera se designa un artefacto construido, una cosa, dotado de una función, la que le confiere un valor, con lo que se configura positivamente un bien. Nuestro derecho reconoce un derecho que tienen los sujetos a tal bien. En particular, se le concibe como un derecho social de las familias. Así se orientan las políticas sociales específicas, como políticas de vivienda, facilitando el acceso social a tales satisfactores a familias de reducidos recursos.
A la vista del sentido común, el término vivienda define con claridad, especificidad y adecuación al contenido de un derecho social. En esta visión el vocablo vivienda es concreto, específico y exacto en la delimitación de su objeto, por lo que la locución lugar para vivir puede resultar abstracta, inespecífica y engañosa, por contraste.
Pero si se cuestiona por un momento el pensamiento recibido del sentido común, puede repararse que una vivienda adecuada, digna y decorosa debe alojarse en un vecindario de similares características, trascendiendo los límites estrictos del objeto vivienda. La adecuación, dignidad y decoro no se predican excluyentemente del artefacto, sino de las circunstancias que lo rodean, allí donde éste  tiene lugar.
De este modo, el vecindario adecuado, digno y decoroso debe emplazarse en una situación urbana como el barrio o el distrito también signados de la misma forma. Es que la triple consideración ética necesaria al hábitat humano no se circunscribe sino con los confines de lo urbano, a título de ciudad y con el territorio, en la medida justa en que éste se habita, tanto en términos existenciales como medioambientales.

Con estas consideraciones, la locución lugar para vivir resulta, en verdad, más concreta, específica y exacta en la delimitación al objeto de un derecho humano esencial: el derecho a habitar, que se particulariza no ya en una vivienda, sino en una morada, que es algo bien distinto.

Tristezas del habitar (I)


Las cosas de vivir podrían conservarse casi idénticas a sí mismas a lo largo del tiempo y podrían envejecer noblemente. Pero no.
Nuestra vida podría constituir un continuo proceso de refinamiento en el gesto y cada gesto podría dejar una impronta de mejora continua en nuestro hábito primordial. Pero no.
Podríamos apreciar, petulantes, cómo día a día mejora nuestra condición objetiva y con ello nuestro contento. Pero no.

Es en verdad triste comprobar cómo ciertas penosas fealdades nos afligen el alma, todos los días un poco y al final...

La segunda misión de la hermenéutica arquitectónica

Félix Vallotton (1865- 1925) Mujer dormida (1899)

En este sitio se ha abogado con insistencia en la necesidad de construir una hermenéutica arquitectónica que indague e interprete los sueños del habitar. A esto es necesario agregar una segunda misión.
Los sueños y deseos del habitar deben ser promovidos y estimulados mediante métodos sistemáticos que promuevan el desenvolvimiento progresivo de las capacidades creadoras... del habitante.

El soñador profundo y enriquecido nos indicará el camino que deberá seguir una arquitectura puesta a su servicio, que es el servicio de la propia vida humana.

Sobre la dimensión conforme

Una arquitectura viva tiene que enfrentar a un problema fundamental: adquirir su dimensión conforme.
Esto quiere decir: amparar sin constreñir y sin excederse en holguras; alojar sin confinar y sin abandonar el gesto ritual a su suerte;  permitir a las acciones del cuerpo tener efectivo lugar. La consecución de una dimensión conforme debe provenir del estudio atento, sensible y comprensivo de cada uno de los gestos del habitar. No es una medida “técnica”, sino humana. No hay mejor fórmula de dimensionamiento de escalones  que el gesto elegante de una bella cuando acomete una escalera.

Debemos dejar danzar los cuerpos gozosos sus coreografías cotidianas... y construir alrededor. Es difícil —para qué negarlo— pero tiene que sernos posible: es la única manera sensata de tener razón en este oficio.