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Una concepción humanista de la ciudad


Pieter Brueghel 1525 – 1569) Censo en Belén (1566)

Una ciudad es una comunidad de asentamiento, es decir, un espacio social donde un colectivo humano reside, se organiza y se reproduce socialmente.
 (Castro Martínez, 2003)

Es necesaria una asunción humanista del hecho urbano.
Esto quiere decir, en principio, considerar a las personas como el primer factor de consideración. Una ciudad que merezca ese nombre constituye una comunidad de asentamiento, esto es, un conjunto estructurado de personas que actúan en un concierto relativo tanto en lo que toca a su supervivencia, así como en su reproducción como colectivo. El asentamiento hace mención a la efectiva población en los términos en que en la ocupación del suelo el consumo domina sobre la producción. El asentamiento supone el desarrollo de estructuras e infraestructuras de acondicionamiento ambiental especialmente destinado al establecimiento de la comunidad en una relación de dominio relativo sobre un área rural tributaria, denominada hinterland. El asentamiento, en definitiva, hace mención a un modo característico y específico de poblamiento del territorio denominado a justo título como urbano.
Así definida, la ciudad es un hecho social de establecimiento, con una determinada superestructura administrativo-política y con una proyección dada al futuro.

El genius loci


Arnulf de Bouché (1872-1945) Odalisca (1920)

La creencia romana antigua en la existencia del genius loci, esto es, un genio propio de cada lugar, puede ser una intuición sintética de una verdad que debe ser pormenorizada.
En efecto, dado que el hombre es una entidad en situación, debe suponerse que tener efectivo lugar es una circunstancia especialmente trascendente que hace que el emplazamiento concreto de las personas deba obedecer a un conjunto de condiciones que se desean favorables.
No podemos irrumpir en nuestro lugar como advenedizos, extraños u hostiles. Es natural que esta condición se proyecte como una fuerza propia del emplazamiento, que nos recibe ya de buen grado, ya con reservas, ya con franco rechazo. Estas reacciones son reflejos simbólicos de las cuotas de identidad, memoria y adecuación que podemos forjar en el habitar de nuestros lugares.
El genius loci es, entonces, el valor sintético que adquieren la identidad, la memoria y la adecuación cuando concurren en la habitación efectiva de los lugares en el trance de hacerlos nuestros, propios, genuinos.

Atención a lo infraordinario


Ray  Metzker (1931 – 2014) Susurros en la ciudad (1963)

Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?
Georges Perec, Lo infraordinario.

Antes conviene peguntarse para qué interrogar y describir lo infraordinario.
Y una posible respuesta que conlleva una cuota no despreciable de resignado realismo prosaico es que es por el hecho que nuestra vida abunda en ello, separando los episodios singulares, a lo que les prestamos justificada atención por su emergencia, mientras que la sustancia inerte de los días parece casi no suceder. Acaso sólo vivimos en la torva espera de que algo especial suceda, precisamente cuando acontece casi nada. Pero en verdad en ese entonces se van depositando con calma y algo de método ciertos posos en la memoria que sólo en un lejano futuro podremos rescatar del olvido, del tiempo perdido. Quizá lo infraordinario sea la sustancia propia de la vida, aún de las más heroicas y agónicas.
Otra cuestión importante es preguntarse por qué interrogar y describir lo infraordinario. Para quienes queremos construir una Teoría del Habitar operativa y rigurosa, quizá el asedio a lo cotidiano sea toparse de frente con su objeto de conocimiento. Y quizá este objeto de conocimiento se ofrezca así, como un ruido de fondo de la vida, como el susurro que nos envuelve y cobija mientras esperamos los Acontecimientos.

Reinterpretación creativa, sensible, racional... y liberadora


Ray y Charles Eames

Mi postura rechaza de entrada el estudio de la arquitectura como máquina de vivir o como puro símbolo natural e independiente […] y acepta la posibilidad de concebir la arquitectura como un proceso permanente de reinterpretación creativa, sensible y racional de nuestro habitar. En esta reinterpretación creativa nada está mágicamente predestinado ni a degenerar ni a regenerarse, sino que todo depende del uso que el hombre haga de sus propias energías, evitando poner el destino de unos hombres en las manos, en la sensibilidad o en la cabeza de otros hombres.
(Muntañola, 1973:14)

El estudio de la arquitectura es adecuadamente concebido como una reinterpretación.
El profesor Muntañola acierta tanto en tal caracterización sustantiva como en sus modulaciones adjetivas. La reinterpretación arquitectónica debe ser, en todo caso, creativa, sensible y racional. Debe ser creativa porque, más que soluciones a problemas, lo que hay en el habitar del hombre son alternativas, posibilidades y contingencias que han de ser ensayadas con método. Debe ser sensible tanto desde el punto estético cuanto ético. Y debe ser racional: debe ser conclusiva y aleccionadora.
Pero también debe ser liberadora. Liberar a la condición humana de sus aherrojamientos alienantes es un reto insoslayable para la arquitectura.

Acerca de la sustancia de lo arquitectónico


Nicolas Poussin (1594 –1665) Teseo encuentra la espada de su padre (1638)

El producto arquitectónico no es una cosa; es la producción de un vínculo entre las personas y las cosas acondicionadas para su habitar.
La arquitectura tiene una contextura humana demasiado intensa y profunda como para reducirla a la realidad particular de una masa edificada. Porque se habita es que constituye un allí donde el hombre tiene efectivo lugar. La arquitectura no se reduce a la piedra, sino que comprende el escondrijo de la espada de Egeo, padre de Teseo, la historia del propio Teseo y las circunstancias que lo traen allí. Tal como se dijo aquí ayer, se habitan geografías e historias según una forma y contenido.
Esta forma y contenido es, precisamente, la arquitectura viva del lugar.

Se habitan geografías e historias

Nicolas Poussin (1594 1665) Et in Arcadia ego (1638)

Debido a nuestra pertinaz escisión conceptual entre espacio y tiempo, tendemos a considerar que habitamos el primero y olvidamos que también lo hacemos con el segundo.
En la realidad del lugar no existe tal escisión. Es por ello que tenemos aquí un problema epistémico. Nos cuesta asumir las consecuencias del hecho de que habitamos en una estructura espaciotemporal concreta, que se deja describir, a la vez, por las geografías y las historias propias del lugar. Apenas si en la actualidad ciertos geógrafos y quizá también algunos historiadores están cobrando conciencia operativa de ello. Habrá que seguir consecuentemente sus pasos.
Y, sin embargo, tal hecho se muestra en toda su muda elocuencia en un clásico cuadro del siglo XVII. Tanto nos cuesta ver lo evidente.

Plumas ajenas: Manuel Delgado


La idea de que una ciudad puede ser pensada en términos de una armonización sonora escondida ha sido recurrentemente explicitada. El reconocimiento de la presencia de una “melodía oculta” o un “bajo continuo” en el substrato de las motricidades cotidianas es estratégica para sustentar la viabilidad de una sonografía de los usos del espacio urbano, que consistiría en tratar de distinguir, entre la actividad de hormiguero de las calles y de las plazas, la escritura a mano microscópica, desarrollo discursivo no menos “secreto”, “en murmullo”, que enuncian caminando los transeúntes, cuyas actividades motrices son variaciones sobre una misma pulsión rítmica de base. Es decir, que las trayectorias de los viandantes implican apropiaciones del espacio colectivo de la ciudad y sería posible una lectura cifrada de las secuencias funcionales y poéticas que protagonizan los simples paseantes, un trabajo que lleva a una suerte de pentagrama las calidades práctico-sensibles de los escenarios de la vida cotidiana.  
Manuel Delgado, 2018

Lo que significa un jardín (III)


Friedrich Karl Ströher (1876-1925) Cedros en el Jardín Botánico (1899)

Un jardín significa siempre una añoranza a la que se ha dado forma, también un regreso sentimental a la edad dorada, a la vez que un escape hacia la utopía
(Schrörer, 1992)

Resulta significativo que dos retroversiones —una espacial, otra temporal— se resuelvan en un anhelo lanzado hacia el futuro: un escape del mundo-tal-cual-es hacia el horizonte de la utopía.
¿Será que nuestro impulso hacia otro mundo posible no es otra cosa que una añoranza o un regreso imposibles?

Lo que significa un jardín (II)


Santiago Rusiñol i Prats (1861 –1931 Jardines en terrazas de Mallorca (1911)

Un jardín significa siempre una añoranza a la que se ha dado forma, también un regreso sentimental a la edad dorada, a la vez que un escape hacia la utopía
(Schrörer, 1992)

La idea de regreso sentimental a la edad dorada no es más que la variante temporal de la añoranza del lugar originario.
Así como nuestra biografía procede de una memoria de crianza y cultivo, así también, por analogía cabe pensar lo mismo de la historia de la humanidad. Se trata de un regreso a los propios lugares y circunstancias de cultivo de las cosas de vivir, que también es también un autocultivo de la propia condición humana. Se trata de renovar la fascinación de las circunstancias originarias.
Por ello, la edad dorada es la que muestra, en todo momento y bajo cada uno de sus aspectos, el Jardín fundamental que emerge, aquí y allá, en las más diversas circunstancias geográficas.

Lo que significa un jardín (I)


Johann Sperl (1840 –1914) Muchacha en el jardín (1885)

Un jardín significa siempre una añoranza a la que se ha dado forma, también un regreso sentimental a la edad dorada, a la vez que un escape hacia la utopía
(Schrörer, 1992)

Nos criamos morosa y detenidamente en un conjunto de circunstancias espaciotemporales que impregnan el fondo de nuestra memoria.
Al criarnos, cultivamos a la vez la casa y el jardín en un gesto recíproco. Es por ello que crecemos con esa añoranza fundamental y originaria. En algún rincón del jardín nos habremos percatado de algún aspecto crucial de nuestra existencia: nos acompañará por siempre como una sombra discreta. Por ello es que todo jardín es la emergencia de un único y omnipresente Jardín.
A veces lo llamamos memoria.

Plumas ajenas: Friederich Nietszche


Todos los filósofos tienen en su haber esta falta común: partir del hombre actual y pensar que analizándolo pueden alcanzar su objetivo. Involuntariamente, presuponen que «el hombre» es una verdad eterna, un elemento fijo en medio de todos los torbellinos, una medida firme de las cosas. Sin embargo, todo lo que el filósofo enuncia del hombre no es, a fin de cuentas, sino un testimonio relativo al hombre de un espacio de tiempo muy limitado. La falta de sentido histórico es el pecado original de todos los filósofos: incluso muchos, en su ignorancia, consideran que la forma fija de la cual se ha de partir, es la del hombre más actual, sometido a la influencia de ciertas religiones y hasta de sucesos políticos concretos. Se niegan a entender que el hombre y la facultad cognoscitiva misma, son el resultado de una evolución; llegando algunos incluso a deducir la totalidad del mundo de dicha facultad cognoscitiva. Por el contrario, todo lo esencial del desarrollo humano se produjo en tiempos lejanos, mucho antes de los cuatro mil años que aproximadamente conocemos; en estos últimos años el hombre no puede haber cambiado mucho. Pero el filósofo ve «instintos» en el hombre actual y acepta que tales instintos corresponden a los datos inmutables de la humanidad y que, por consiguiente, pueden suministrar la clave para entender el mundo en general; toda la teleología se basa en el hecho de considerar que el hombre de los últimos cuatro mil años es el hombre eterno, con el que todas las cosas del mundo guardan una relación natural desde su principio. Sin embargo, todo ha evolucionado; no hay hechos eternos, como no hay verdades eternas. Por eso es necesaria de hoy en adelante la filosofía histórica, y junto a ella la virtud de la modestia.
Nietszche, Humano, demasiado humano

Bajo el signo de la actividad: Atravesamiento de umbrales (III)


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004) Un café en Vieux Port (1932)

Un atravesamiento de umbrales supone un acto amoroso en que delicadas membranas de rasgan con levedad.
El valor arquitectónico específico de puertas, ventanas y arcos radica en los modos concretos en que se produce este rasgado. Situados ante el umbral, los habitantes practican una delicada operación: vivir el límite en tanto tal, participar de un ámbito que se deja abandonar en beneficio del acceso a otro, antagónico, que sólo aparece anunciado, inaugurado, entrevisto. Los pormenores puramente tectónicos del umbral deben, en todo caso, concordar con esta sutil manera de operar.
Nótese en la ilustración tanto en la actitud corporal del parroquiano en situación condigna con la formalización del umbral y con los pormenores del dintel. El fotógrafo ha sabido ver la honda poesía allí alojada.
Y como en todo acto amoroso, es una delicia apreciarlo, aunque mejor es vivirlo en primera persona.

Bajo el signo de la actividad: Atravesamiento de umbrales (II)


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004) Sevilla (1932)

Nos hemos preguntado:
¿Es posible que la habituación nos anestesie el sutil estremecimiento que tenemos ante el continuo redescubrimiento de esta esencia de lo arquitectónico, cada vez que trasponemos un umbral?
Un umbral es una región singular de la arquitectura de un lugar. En ciertas ocasiones, la vivencia de su atravesamiento consta de un sutil estremecimiento de la piel. Es que un umbral es una disrupción tanto en la marcha constante como en la estancia ensimismada; hay algo más y algo diferente en su ocurrencia.
Y esa diferencia es, creo, la sustancia primera y última de la arquitectura.

Bajo el signo de la actividad: Atravesamiento de umbrales (I)


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004) Mercado de Bolháo, Portugal (1955)

Puede pensarse que la arquitectura se inaugura en los umbrales.
En efecto, la condición liminar es consustancial con la arquitectura misma, en tanto la práctica del atravesamiento de umbrales es la que origina su vivencia concreta. Vivimos traspasando umbrales como síntesis superior de nuestras marchas y estancias. Y es en el umbral en donde en verdad experimentamos nuestra propia situación ante la arquitectura de todo lugar. Tanto la forma como el contenido de la arquitectura se nos revelan precisamente en esta instancia.
¿Es posible que la habituación nos anestesie el sutil estremecimiento que tenemos ante el continuo redescubrimiento de esta esencia de lo arquitectónico, cada vez que trasponemos un umbral?

Bajo el signo de la actividad: Estancias (III)

Édouard Boubat (1923 - 1999) Hombre al espejo (1947)

Un rostro en el espejo que, sin equívocos catastróficos, pueda suponerse como propio aparece sólo cuando los individuos se retiran habitualmente del campo de intercambio de miradas —que los griegos siempre comprendieron también como campo de intercambio de palabras— a una situación donde ya no necesitan el complemento de la presencia de los otros, sino que, por decirlo así, son ellos mismos los que pueden complementarse a sí mismos. La identidad facial del yo, como posibilidad de tener un rostro propio, coincide, así, con aquella reconstrucción del espacio subjetivo que se produjo con la invención estoica del individuo como alguien que ha de valerse por sí mismo.
(Sloterdijk, 1998)
No hay interior que no ceda a la tentación de abismarse en su caída hacia la hondura. Para esto, el habitante se provee de espejos.
Ante tal umbral ilusorio y fantasmagórico, todo sujeto comprende —siempre por primera vez— que constituye una entidad situada en el intervalo tendido entre otras; que forma parte activa de un paisaje. Alejado del escrutinio público de su comunidad, el habitante se encuentra, se haya, se emplaza en la privacidad recién hurtada.
Narciso queda ahora a solas con su mirada y con la voz de su conciencia.

Bajo el signo de la actividad: Estancias (II)


Édouard Boubat (1923 - 1999) Lella (1946)

La estancia prolongada no sólo ahonda la impronta sobre el suelo; el lugar mismo en su totalidad se desbroza como oquedad.
El interior hace su virtuosa aparición allí donde aguardan la mujer amada, el fuego sagrado, los genios hospitalarios, las penumbras confortantes del sueño. Hay en una estancia un reducto céntrico en el mundo, lugar al que solemos volver con ese apego que en el Río de la Plata se denomina acertadamente como querencia. En efecto, es un querer volver recurrente el que hace de un cierto emplazamiento el origen de los laberintos de todos nuestros desplazamientos. Por lejos que estemos de esta estancia, allí es donde tenemos un lugar-en-el-mundo.
Y así, reposando entre el cielo y la tierra, tenemos efectivo, crónico y propio lugar, desplegando un horizonte.

Bajo el signo de la actividad: Estancias (I)


Édouard Boubat (1923 - 1999) Leñero (1960)

Con la revolución neolítica aparecieron por primera vez situaciones por las cuales el territorialismo se extendió sobre la humanidad; es entonces cuando comienzan a florecer las identidades radicadas en el suelo; cuando los seres humanos comienzan a tener que identificarse por su lugar, por grupos radicados en un suelo y en último término por sus posesiones. La revolución neolítica hizo que los grupos humanos, nómada hasta entonces, cayeran en la trampa del sedentarismo, en el que intentan afirmarse, experimentando a la vez con arraigos y evasiones; comienza, así, el diálogo agro-metafísico con las plantas útiles, los animales y espíritus domésticos, y con los dioses agrícolas. La fijación campesina al suelo fue la que forzó por primera vez la equiparación epocal entre mundo materno y espacio cultivado y fructífero.
(Sloterdijk, 1998: 251s)

Una estancia ocurre cuando se opera una positiva pausa en la marcha y cuando se vivencia a fondo una espera.
Ya no se trata de apenas una detención fugaz y episódica en el camino sino de un valor opuesto al deambular y la errancia: estar es vivir un establecimiento de pleno derecho, es situarse extático y en guardia en un emplazamiento. Nuestras huellas sobre la tierra se ahondan y es fácil ahora pensar hasta en echar raíces. Dejamos por un tiempo de suceder en primera persona y prestamos atención a las ocurrencias circundantes. El tiempo se nos hace una perspectiva envolvente.
Estando, nuestro habitar adquiere una épica de la conquista y una ética de la expectación: podremos entonces distinguir el tiempo en oposición al espacio.

Bajo el signo de la actividad: Marchas (III)


Ray  Metzker (1931 – 2014) Puente de Chicago (1957)

Existe una conexión soterrada entre pensar y discurrir, ya se ha visto.
Y esta conexión se desliza hacia el propio discurso, que es la expresión intersubjetiva de tal discurrir. Caminar y discursar se desarrollan según itinerarios, trazando sendas, tendiendo puentes y rampas, tanto paso a paso prudentes, así como a costa de largos saltos de una audacia que suele denominarse imaginación. ¿Desde dónde han partido tus ideas puestas a caminar? ¿Por qué derroteros marchan tus ocurrencias? ¿A dónde llegarás en tu marcha, allí donde concluyan tus palabras?
Es marchando que hemos aprendido a explicar eso que nos inquieta el sueño, lo que nos ensimisma mientras que vamos cayendo rítmica y alternadamente hacia adelante, siempre hacia adelante.

Bajo el signo de la actividad: Marchas (II)


Ray  Metzker (1931 – 2014) Filadelfia (1963)

Si no nos rendimos a la miseria de reducir la marcha a la mera circulación, la marcha tiene profundos contenidos propios.
Marchar llega a ser una actividad deportiva, como en el senderismo o lúdica, como en el excursionismo. Marchar es un valor en sí mismo en términos de labor. Marchar es necesario a la salud, a la higiene mental y al buen vivir.
Marchar supone además un acto productivo. Caminando se elaboran complejos y ricos mapas cognitivos del territorio que se habita. Conocer un emplazamiento supone recorrerlo a conciencia y con método. Por ello, nada favorece más al turista que el deambular atento, el discurrir el territorio, el comprender algo esencial de su constitución como paisaje y estructura.
Le Corbusier ha destacado el valor específico de la promenade architecturale en la justipreciación de los valores de la buena arquitectura. Es que con los pies que adquirimos certezas: la revelación es del clarividente poeta argentino Antonio Porchia.


Bajo el signo de la actividad: Marchas (I)


Ray  Metzker (1931 – 2014) Chicago (1957)

El caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
David Le Breton, Elogio del caminar, 2012

La forma más primitiva de actividad de habitar consiste en marchar.
Deambulando, vamos viviendo y pensando. Hemos aprendido a reflexionar sincronizados por la cadencia de nuestros pasos. Así, las expresiones de nuestro cavilar, considerar y concluir las modela el andar tanto como a las formas de hablar y elaborar discursos. ¿A dónde quieres llegar con este discurrir? ¿De dónde proviene eso que te tanto te preocupa ahora? ¿Por dónde andan los pasos de tu pensar?
Marchar es el modo en que aprendemos a vivir según un curso de acontecimientos que se van sucediendo desde nuestros intentos titubeantes hasta nuestra postración extenuada final. Cuán lejos hemos llegado en la vida se mide en el espacio tanto como en el tiempo medido por nuestros pasos. En la marcha, el espacio unidimensional de la senda y el tiempo efectivamente vivido son una sola y elemental estructura
En definitiva, allá hacia donde se dirijan nuestros pasos es, siempre, el lugar en donde nos reencontraremos con nuestra condición más esencial y propia.

La cuestión de la prelación epistemológica


Caspar David Friedrich (1774 –1840) El caminante sobre el mar de nubes (1818)

¿En qué orden es imperioso ordenar los conceptos para erigir una teoría de la arquitectura fundada en el habitar?
La cuestión es delicada porque, intuyo, el orden supone una fructífera prelación epistemológica en donde los conceptos de desencadenen según un desarrollo que resulte productivo. Esto es, que la sucesión de los términos claves en el discurso teórico será lograda en la medida en que fluyan cada vez más caudalosos, aplicándose a todas las esferas comprendidas por la condición humana de la que son expresión.
He conjeturado que el orden propuesto por Immanuel Kant puede ser oportunamente asumido aquí. Así, al conocimiento fundamental del habitar y de sus consecuentes inmediatos le sigue como una derivación ética y política la que se cierra por todo lo alto con una estética y teoría de la producción social del habitar. Pero puede pensarse que en esto opera cierta pereza intelectual al rescatar un venerable proyecto ilustrado, justo cuando parece que éste destella los últimos fulgores de su inevitable y próximo ocaso, si no es que no ha sucedido ya.
De este modo, la cuestión sigue abierta e inquietante.