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El paisaje conmovedoramente elemental

Lago de Como


Hay una virtud esencial en la yuxtaposición dramática de los elementos: aire, agua, tierra y fuego. ¿Qué dónde  está el fuego? Atrás de la mirada que otorga sentido al paisaje.

Lo que aprendemos con los cuadros: Carl Holsøe

Carl Holsøe (1863- 1935) Muchacha leyendo (s/f)


Bienvenida y celebrada la luz justa para revelar la contextura esencial de las cosas.

Las dimensiones de lo quirotópico y lo ergotópico en el habitar

John St Helier Lander  (1868–1944) El taller del herrero (1900)

Sólo cuando una mano coge las cosas, las encuentra manualmente o las arregla manipulándolas, comienza la transformación de lo que está y queda en derredor en algo utilizable. Éste es, en toda su sencillez, el primer acto de la producción de mundo...
Peter Sloterdijk, 2004

El espacio en el que se reparte cooperativamente el peso de las tareas lo llamamos el ergotopo: sus habitantes, los ergotopianos, están unidos en comunidades de esfuerzo. La descripción de su actividad ofrece la imagen de los adultos, érga kai hémera, la crónica de las obras y días de gentes que no lo tienen fácil.
Peter Sloterdijk, 2004

Puede creerse, en principio, que habría una cierta duplicación entre la concepción original de las dimensiones quirotópicas y ergotópicas, según Sloterdijk.
Sin embargo, una sucinta reflexión muestra ciertos aspectos diametralmente diferentes. La instancia de manipulación, actividad intrínseca y constitucionalmente quirotópica hace del lugar un mundo de cosas. Es bajo el imperio del asimiento y la consideración fundamental que un sitio se vuelve un mundo para el poblador. La mano hace del sitio una proliferación abismada de cosas, objetos con significado y con valor.

Pero con el trabajo, ya no con la pura manipulación, las cosas adquieren un significado y valor entre y según los humanos. El mundo comienza un proceso de reduplicación en su producción social. Las mañas de la transformación no hacen más que comenzar, para no cesar sino en la extinción de lo humano.

Comentando a Jan Gehl (XIII)

Plaza de Oriente, Madrid

Para tratar de determinar cuán óptimos eran los asientos de un lugar, se desarrolló una escala de cuatro puntos, en combinación con un estudio de 1990 sobre la calidad urbana en el centro de Estocolmo. De modo resumido, se puede afirmar que los requerimientos generales que hacen a la calidad de un buen sitio para sentarse son: un microclima agradable, una correcta ubicación, preferentemente cerca de un borde, con la espalda contra la pared, vistas interesantes, un bajo nivel de ruido que permita la conversación y la ausencia de polución. Las vistas son muy importantes. Si hay atracciones especiales, como ser espejos de agua, árboles, plantas, espacios que no se extienden al infinito, buena arquitectura y obras de arte, el individuo querrá verlas. Al mismo tiempo, pretenderá observar la gente y las interacciones que se dan en el espacio que lo rodea.
Jan Gehl, 2010

El necesario buen sentido en diseño urbano debe considerar la provisión de lugares dotados, en principio, de un amparo, un pliegue, un reparo ambiental imprescindible. No es mucho, en principio, pero lo cierto es que no abunda en nuestras ciudades.
La segunda condición fundamental radica en la conveniente locación, esto es, situaciones accesibles, sociópetas (atractivas para la interacción social) y convenientemente dimensionadas en su aforo óptimo (distante tanto del agobio de la aglomeración como del vacío de presencia humana).
Un tercer requisito lo implica el adecuado acondicionamiento psicoambiental, que suponga unas condiciones aptas para la interacción perceptiva y comunicativa entre las personas.
El último, pero no por ello menos importante de los factores es la disposición un digno y decoroso motivo de atención, un factor que concite la reacción de agrado y aprobación que vuelva deseable la estancia de las personas allí.

Enumeradas de tal manera, no parece, en principio, muy complejo el cumplimiento de estas cuatro condiciones, pero lo cierto y doloroso es qué escasa es su consecución en la mayoría de los enclaves urbanos en que vivimos. Quizá por ello, cuando nuestros viajes son afortunados y damos con algunos emplazamientos logrados, nuestra memoria afectiva guarda hondo su recuerdo.

Sobre compromisos: (I) Finalidad

Peter Ilsted (1861–1933) Rayo de luz por la puerta (s/f)

La Teoría del Habitar, en su desarrollo ético intrínseco, impone a la labor arquitectónica al menos tres directivas o compromisos.
El primero de estos compromisos éticos es con la finalidad. La labor profesional de la arquitectura no constituye otra cosa que la prosecución esforzada y rigurosa de la finalidad trascendente de su producto. Como tal, como consecuencia de una producción, la arquitectura no configura un fin en sí mismo sino cuando se agota en el servicio a su plena implementación humana y social. El habitar es la finalidad en sí misma que puede determinarse a toda arquitectura, considerada ésta más allá de toda gesta autosuficiente de diseño y construcción.

El habitar constituye un horizonte finalista para la arquitectura: hacia allí convergen todos los saberes, los esfuerzos y los talentos.

Magia de la galería

Galería Vittorio Emanuele II, Milán

En la senda se avecinan, elegantes, los establecimientos comerciales, mientras que con un gesto grandioso y tenue, a la vez, se cubre apenas la inclemencia del cielo.
Entonces sucede la galería comercial. Un deambular entre los escaparates acechantes a salvo de la intemperie ambiental y social. Templo moderno de los rituales recurrentes del consumo, signo de los tiempos. Pongámonos cómodos y hagamos circular frenéticamente los signos de una economía que ansía el vértigo.

Y por encima, el Otro Cielo, las cúpulas y bóvedas de la ilusión de estar a cubierto, incluidos gozosos en la coreografías de los intercambios. Afuera, la ciudad y sus palomas.

Lo que aprendemos con los cuadros: Andrew Wyeth

Andrew Wyeth (1917- ) El rubor de la luz (1977)

Toda la hondura del lugar se descubre y revela con apenas un resplandor

La producción del lugar (III)

Félix Vallotton (1865- 1925) Intimidad (1898)

Hay un tercer aspecto que reviste al habitar como producción efectiva del lugar.
Habitar, como actividad, es un arte. El sitio efectivamente poblado deviene un lugar a través de una operación sustantiva de producción de sentido. Este sentido hondo que tiene a la identificación, la referencia y la memoria del lugar habitado se sintetiza en el hecho en que todo lugar, mediante su producción como tal, es un sitio-con-sentido, un bien resultado de una atribución constitucional de sentido y valor humano a una relación entre un enclave y su poblador.

Un lugar, para efectivamente constituirse, debe advenir una obra de arte, en un sentido propio de la expresión.

Comentando a Jan Gehl (XII)

Paul Strand (1890- 1976)  Luzzara, Italia (1953)

En cualquier situación donde una persona se ve forzada a permanecer durante un tiempo en un mismo lugar, busca acomodarse sobre el borde urbano, un fenómeno que se conoce como el “efecto del borde”. Al apoyarnos sobre este paramento no interrumpimos el tránsito peatonal, y al mismo tiempo podemos observar todo de forma callada y discreta. Las ubicaciones en el borde proveen una serie de beneficios importantes: hay espacio delante de uno al cual mirar, la espalda está cubierta, por lo que no habrá sorpresas que vengan de atrás, y hay contención física y psicológica. La gente se ubica dentro de un vano o un nicho, o simplemente apoyada contra la pared. También los factores climáticos se ven atenuados, ya que la persona se ve protegida por los elementos constructivos y decorativos. Es un buen lugar para estar.
La preferencia que demuestra la gente en ubicarse sobre el borde de un espacio está vinculada a nuestros sentidos y a las conductas que guían nuestras interacciones sociales. El origen por esta inclinación de tener un buen espacio sobre el borde puede ser rastreado hasta nuestros antepasados cavernícolas. Ellos se sentaban en las cavernas con sus espaldas apoyadas contra la pared, el mundo delante de ellos. En tiempos más recientes, vemos cómo el fenómeno se repite en un salón de baile, donde los asistentes deambulan entre temas pegados a las paredes. Y cuando estamos en nuestras casas, muchas veces nuestro asiento preferido es el sillón esquinero.
Ubicarse sobre los bordes es una cuestión fundamental cuando se trata del espacio urbano, donde las esperas más prolongadas deben realizarse rodeado de extraños, porque nadie quiere que se note que está solo y esperando a alguien. Si nos paramos junto a la fachada de un edificio, al menos tenemos donde apoyarnos.
Jan Gehl, 2010

Es preciso acondicionar con especial cuidado este borde o región liminar especial entre el ámbito público y los edificios privados: el lugar en donde recalan los urbanitas.
En un hecho que son lugares preferidos, adoptados de buena gana para la estancia y la espera calma. Es de presumir que ya constituyan enclaves de acondicionamiento ambiental (reparo del viento, del frío o el calor excesivos...). En todo caso deben contar con asientos relativamente confortables y buenas razones para aguardar allí. El urbanita sedente, por otra parte, debe constituir una presencia confortante a los viandantes. Allí donde se yuxtaponen las estancias y los tránsitos es buen lugar para que la vida urbana respire a sus anchas.

Lo curioso es cómo estos factores son ignorados olímpicamente por diseñadores, arquitectos y urbanistas. Con peculiar saña, por otra parte.

La voz propia del sujeto habitante


Ambrose McEvoy (1878 –1927) El arete (1911)

No parece pertinente, en principio, recabar opiniones (y menos “públicas”), sino saberes, deseos o demandas privados y auténticos.
Porque en esto menos nos importa menos el sentido común que el buen sentido. Porque nos importan menos los monstruos estadísticos de la sociometría que lo que conciben y desean las personas de carne, hueso y sueño. Porque nos importan menos los promedios de comportamientos y hábitos que los estremecimientos sensibles de la piel.

Plumas ajenas: Manuel Delgado

Cuando Weber habla de sentido lo hace para referirse al asunto último de toda sociología, que sólo puede ser reconocida como pertinente en tanto se ocupe de acciones sociales "con sentido". Una acción "con sentido" es aquella en la "que el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientada por ésta en su desarrollo”. Eso es lo que distingue una acción social con sentido de lo que es una conducta meramente reactiva. Por poner el ejemplo que propone el propio Weber en el primer capítulo de Economía y sociedad. Si dos ciclistas chocan, eso no es una acción social, puesto que, de acuerdo con la anterior definición, no tiene sentido, o lo que es igual: no significa nada. Por tanto nada tienen que decir acerca de ella las ciencias sociales. En cambio, que esos ciclistas eviten el choque o que se enzarcen en una discusión luego de haber producido, eso sí que es una acción social competencia de las ciencias sociales, puesto que la actuación de cada uno de los intervinientes está referida y orientada a la conducta del otro.

Manuel Delgado, 2017

Salas palaciegas

Sala del Senado en el Palacio Ducal de Venecia

Se prodigan la profundidad perspectiva, la amplitud y la altura.
La sala palaciega se despliega en sus dimensiones principales para liberar las modulaciones proxémicas del protocolo: distancias, cercanías y eminencias relativas ponen a cada uno en su lugar. La sala palaciega resignifica el imperio del poder en el lugar. La sala palaciega prolifera en superficies historiadas, cargadas de significados superpuestos, que se hacen eco de la historia de la vida que allí palpita.

De todo ello quedan las reverberaciones, los resplandores y la contemplación reverente: las antiguas sedes del Poder ya están convenientemente museificadas.

Lo que aprendemos con los cuadros: George Tooker

George Tooker (1920- 2011) Supermercado (1972)


El punto es que nuestro paisaje cotidiano puede resultar tenuemente ominoso, si uno aprende a verlo así. Y cuando uno aprende a verlo así no puede librarse de una especial inquietud. Lo corriente se vuelve sospechoso.

La producción del lugar (II)

Henri Lebasque (1865- 1937) Sin título (1900)

Hay un segundo aspecto de la producción del lugar que estriba en su carácter de fruto del esfuerzo, resultado de un trabajo (ergon), consecuente de una positiva y necesaria elaboración.
Lo que se da es un sitio, un habitante, una cultura para habitar. Pero un lugar es una construcción: la concurrencia concertada del sitio, el habitante y su cultura transforma unos recursos o insumos en un producto. No hay mínimo gesto acondicionador, no hay maniobra sutil de inclusión o supresión que no suponga un decisivo y constitucional carácter de elaboración, de mutación general de condiciones. Es la misma concurrencia, la copresencia de los elementos, la nota decisiva de la perturbación original. No hay lugares vacíos, ni prístinos, ni “naturales” allí donde se habita efectivamente.

Todo lugar se despliega y desarrolla sobre una fundamental dimensión ergotópica. En todos y cada uno de los lugares debemos ser capaces de percibir hasta sus más sutiles y desvanecidas improntas de artificio. Toda cultura de habitar es, en origen, una cultura de trabajo, de elaboración, de esfuerzo componedor. Todo habitante carga con una constitucional fatiga por el trabajo de elaboración de los lugares que se libran al postrer descanso.

Comentando a Jan Gehl (XI)

Ciudad Vieja, Montevideo

Decir que una distancia de 500 metros es un objetivo razonable para una caminata es una afirmación que se ve refrendada por el tamaño de los centros urbanos. En la gran mayoría de las ciudades, el área central tiene una superficie de aproximadamente 1 km², midiendo un kilómetro por un kilómetro de lado. Esto quiere decir que con caminar un kilómetro o menos, los peatones se encontrarán con la mayoría de los servicios que la ciudad ofrece.
Jan Gehl, 2010

Cuidado con las generalizaciones, las estimaciones aproximadas y con los números redondos.
Por mi lado, estimo más importante investigar cuales serían los objetivos razonables de una caminata urbana, según el contexto y la topografía del caso en términos espaciotemporales operativos. Asimismo, sería bueno de observar y comparar entre sí diferentes áreas centrales en diversas ciudades de modo de poder observar no sólo áreas aproximadas, sino proporciones, pendientes, morfologías y patrones organizativos. Por último, cabe meditar con prudencia sobre la adopción de patrones dimensionales aptos para evaluar el fenómeno que se desea observar, sin incurrir en la trampa falseadora del número redondo establecido sobre una escala arbitraria y extraña.

Todas estas observaciones realizadas en el entendido que el planteo, en sus términos, puede considerarse razonable y entendible. Pero sobre todo perfeccionable.

Plumas ajenas: Manuel Delgado

Toda ciudad es una sociedad de lugares, unidos entre sí por una red de itinerarios que les permiten dialogar entre sí. En cada uno de esos puntos y trayectos hay implícita una memoria, un nudo que permite conectar el pasado con el presente. Las deambulaciones rituales que periódicamente conoce una ciudad son una prueba de esta puesta en significado de que son objeto constantemente sus calles y plazas. Las manifestaciones, cabalgatas, rúas, carreras populares, procesiones, desfiles, comitivas o pasacalles que recorren la trama urbana funcionan como coágulos humanos cuya homogeneidad relativa contrasta con la extremada versatilidad y fragmentación de la actividad cotidiana de la calle. Cada uno de esos actos-río es una colonización efímera, una conquista provisional de parte o toda una urbe por  un sector de la sociedad que la mora.

Manuel Delgado, 2000

Arquitecturas de los umbrales

Iglesia de Orsanmichele Florencia

Cualquiera puede quedar algo desconcertado ante la sucesión coplanar de tantos umbrales.
Es que el más amplio tiene la escala de una de las puertas al cielo (porta cœli). Un segundo umbral, contenido en el anterior, separa las sendas de la luz de las de los pasos. El tercero aloja los elementos practicables (valvæ). Estos, por su parte, puede que sean demasiado enfadosos para ser abiertos en todas las ocasiones.

El último de los umbrales, algo brutal en su concisión, consiente a la vida civil discurrir cotidianamente.

Lo que aprendemos con los cuadros: Paul Paede

Paul Paede (1868- 1929) Desnuda ante el espejo (1929)


Nada tan aleccionador e ilustrativo sobre la hondura insondable de los interiores como la visión de una mujer frente al espejo. No por casualidad esta dimensión, descubierta por Peter Sloterdijk, culmina llamándose, con toda propiedad, histerotópíca.

La producción del lugar (I)

Félix Valloton (1865- 1925) La biblioteca (1915)

Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
Miguel de Cervantes

Uno de los aspectos más tenues, evanescentes, aunque cruciales de la producción del lugar es el del juego.
En efecto, la constitución de todo lugar implica siempre y en principio, el imperio de unas reglas sobre la acción delimitada por los contornos ahora claros de un sitio que deviene lugar. Todo lugar, en principio, tiene una constituyente dimensión nomotópica: todo habitante es un agonista apasionado y observante de unas reglas allí-y-en-ese-entonces. El sitio se resignifica en lugar por obra del juego de la vida que allí sienta sus reales.
Los objetos mismos cobran un especial significado por su admisión, su proliferación ordenada y los ritos que regulan la admisión y el abandono. Una biblioteca se constituye mediante los complejos y lúdicos mecanismos que comprenden el obrar productivo del bibliófilo con el conjunto estructurado de sus libros, distribuidos según reglas rigurosas en los anaqueles.

La producción del lugar, entre otros aspectos no menos importantes, configura un acto de juego, en un sentido especialmente constituyente de la locución.

Comentando a Jan Gehl (X)

Burano

Lo que sigue es un repaso a los principios generales que debería seguir un plan urbano que contemple la dimensión humana. El punto de partida es sencillo: actividades humanas universales. Las ciudades deben proveer buenas condiciones para que la gente camine, se pare, se siente, observe, hable y escuche.
Si estas actividades básicas, que están relacionadas con el sistema sensorial y motor, pueden desarrollarse en condiciones óptimas, tanto estas como decenas de otras podrán florecer en diversos entornos humanos. Entre todas las cuestiones a las que un planificador debe atender, la más importante es prestarle atención a la escala pequeña.
Jan Gehl, 2010

Puede que las actividades humanas universales deban formularse en términos un poco más genéricos (para que merezcan plenamente la caracterización de humanas) y un poco más comprehensivas (para que merezcan viablemente el carácter de universales).
  • Así, por caminar, proponemos marchar o deambular, esto es, desplazarse el viandante a su propio ritmo y velocidad corriente.
  • Por pararse y sentarse, proponemos aquí detenerse o aposentarse o tomar estancia, toda vez que el cuerpo conquista a su modo una posición relativamente fija en el lugar.
  • Introduciremos una actividad humana y universal que es la propia del atravesamiento de umbrales, capital para el habitar.
  • Por observar, consideraremos una función más compleja y a la vez más específica, que es la de elaborar mapas cognitivos del territorio, tarea crucial para el adecuado desempeño como habitante urbanita.
  • En fin, por hablar y escuchar, generalizaremos aquí bajo el término interactuar, que afecta tanto las relaciones del sujeto con su ambiente físico, así como con los demás congéneres.


En el futuro se verá cómo es posible reflexionar sobre esta estructura de términos.

Plumas ajenas: Denise Najmanovich

Desde la perspectiva vincular el cuerpo no puede ser pensado como un recipiente que nos contiene, ni una muralla que nos aísla, es lo que se forma-deforma-transforma y conforma en el entramado de la vida. El cuerpo es su propia historia. Historia que no lo determina pero que lo condiciona tanto en sus posibilidades como en sus imposibilidades, puesto que toda forma tiene un linaje de transformaciones posibles. Somos como somos en la medida en que somos cuerpo, aunque, desde luego que no somos meramente seres corporales. Nuestra biología forma parte de nuestro peculiar estar en el mundo, pero la propia vida no está definida de una vez para siempre. En el interjuego de la trama corporal-vital evolucionamos, nos transformamos, cambiamos.

Denise Najmanovich, 2001

El foyer del teatro

Teatro La Fenice, Venecia

El Teatro, como lugar, es un ámbito liminar.
Es un gran ámbito umbral en que atravesamos concertadamente la frontera entre un mundo, tal como nos resignamos ordinariamente en creer, y el Otro, en que nos regocijamos en creer de modo extraordinario. El foyer del teatro es allí en donde las personas, convocadas por una fe peculiar, se transforman en Público.

Es natural y comprensible que un lugar así resplandezca de magia propiciatoria.

Lo que aprendemos con los cuadros: Edward Hopper

Edward Hopper (1882- 1967) Habitación en New York (1932)


Dicen que una ilustración dice más que cien palabras. ¿Es verdadero o falso? ¿O verdadero y, a la vez, falso?