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Arquitecturas del cuerpo: las cosas a la mano


Johann Herz (1599-1634) Autorretrato como Juan el Bautista (1627)

El asimiento con las manos animales es sólo un escalón previo de la configuración del mundo. Sólo cuando una mano coge las cosas, las encuentra manualmente o las arregla manipulándolas, comienza la transformación de lo que está y queda en derredor en algo utilizable.
(Sloterdijk, 2004)

Mientras que una plétora de objetos se opone y separa de nuestra condición de sujetos que conocen, ciertos ejemplares se vuelven cosas por obra de la aprehensión y por la consideración de un eventual estatuto de útil.
Es así que por obra de las manos, una vez que nos distanciamos de los objetos, encontramos un camino de retorno para las cosas. Es así que el cuerpo opera distribuyendo apartamientos y cercanías con las cosas de vivir.
Es así que con las manos se construye el mundo desde sus fundamentos primeros y últimos.
Y así vivimos, envueltos para siempre en una tupida trama de cosas que son signos y que todos estos concurren en señalarnos como habitantes manipuladores especialmente dotados.

Plumas ajenas: Laín Entralgo


Como en tanto que realidad cósmica soy espacial, porque mi cuerpo me espacializa, por la misma razón soy temporal —realidad que es fluyendo y pasando—, porque mi cuerpo me temporaliza. Ser cuerpo me hace ser temporolocalmente; ser un cuerpo vivo me hace vivir de un modo local y temporal. Pues bien: para mí, el hecho primero de esa mi temporalidad, de esa mi temporeidad, más bien, es el tener que sentir o decir «ahora» cada vez que de un modo o de otro me sitúo ante el constante fluir de mi vida. Sólo por referencia tácita o expresa a un «ahora» existen para mí el «antes» (el tiempo a que se refiere la memoria, el estado anterior de un sistema que fluye), el «después» (el tiempo de la expectativa y el proyecto, el estado ulterior de un sistema en movimiento), el «no sé cuándo» (la ignorancia o la perplejidad respecto del antes o el después), el «pronto» o el «tarde» (la inminencia y la lejanía temporal de lo que espero o temo). La tardanza (o la prontitud), la futurición (el existir en la serie que forman el pasado, el presente o el futuro) y el emplazamiento (la referencia de lo que me sucede al cumplimiento de un determinado plazo) son las tres determinaciones básicas de la duración humana (Zubiri). Mi existencia es cursiva, y esa esencial cursividad suya me la impone mi cuerpo, la también esencial condición corpórea de mi realidad. La mutación del hombre puede ser rápida, más no instantánea. Antes lo hice notar: el motus instantaneus de los antiguos no es posible en la vida del hombre; y no lo es, repetiré mi fórmula, porque el hombre es su cuerpo, porque es cuerpo.
Laín Entralgo, 1988

Arquitecturas del cuerpo: la amplitud


Max Slevogt (1868 –1932) Marietta di Rigardo (1904)

Todo triunfo emocional sobre la angustia comienza con una gozosa apertura de brazos.
Hay una erótica profunda y entrañable en la holgura, en la libérrima práctica de la amplitud. Por otra parte, toda persona sabia y razonable dispone de una considerable amplitud de miras, que permite considerar y ponderar los extremos de toda cuestión. Una extensión considerable de campo constituye un lati/fundio, esto es, una propiedad ancha.
No por casualidad, el escritor peruano Ciro Alegría consideraba que el Mundo es ancho y ajeno. Es que la opulencia de los pocos se hincha oprimiendo las angosturas con las que se las arreglan los más.

Plumas ajenas: Laín Entralgo


En el sentido cosmológico de la palabra mundo —y a la postre en todos sus posibles sentidos; por ejemplo, cuando hablo del «mundo literario» o del «mundo musical»—, el mundo es espacial; y, por serlo, mi estar en el mundo me espacializa, me sitúa en el espacio cósmico. Desde las primeras intuiciones de Husserl, en la referencia del cuerpo propio al espacio se ha visto el fundamento fenomenològico y psicológico de la noción de mi espacialidad y la espacialidad. Pues bien: la noción del aquí es la que originariamente da lugar a la noción de espacio. A ella se refieren tácticamente todas las expresiones con que yo nombro mis distintos modos de hallarme espacialmente situado: ahí, allí, en tal parte, yo no sé dónde, lejos, cerca, etc. En tanto que vividas, todas ellas sirven de presupuesto y materia a la noción de espacio, sea ésta vulgar, científica o filosófica. Llámese Newton, Einstein o Perico el de los Palotes, el hombre puede hablar del espacio porque, como dice Zubiri, es y siente que es espacioso: las cosas son para él espaciosas porque son corpóreas, y él lo advierte porque es un cuerpo entre cuerpos. Así lo demostrará un rápido examen de los dos modos cardinales de percibir el aquí: el aquí del espacio extracorpóreo y el del espacio intracorpóreo.
En este momento, mi aquí extracorpóreo es la habitación en que escribo: yo estoy en ella, a ella refiero los objetos que perciben mis ojos y los ruidos que llegan a mis oídos, y desde ella establezco la situación de los diversos ámbitos de mi condición espacial: una calle, una ciudad, etc. Esta habitación me sitúa en el espacio, y mis sentidos corporales —en definitiva, mi cuerpo— son los mediadores de tal conciencia de situación. El niño aprende que su cuerpo y su mundo son espaciosos —sutilmente lo apuntó Ortega y lo ha estudiado Piaget— tropezando con las cosas, advirtiendo con la limitación y la torpeza de su cuerpo que las cosas tienen un terco límite propio. Nuestro aquí de adultos y nuestra idea de la espaciosidad y la espacialidad del mundo, en esas corpóreas experiencias infantiles tienen su origen psicológico.
A la vez que el aquí extracorpóreo, y adecuada o inadecuadamente fundido con él, hay para mí un espacio intracorpóreo, el que yo señalo en mi cuerpo cuando siento o digo «me duele aquí» o, con los ojos cerrados, «tengo flexionado mi brazo derecho». Y si mi idea del aquí extracorpóreo tiene su fundamento en mi corporalidad, tanto más habrá de tenerla mi capacidad para localizar en mi cuerpo lo que en él pasa o para percibir desde dentro de él su posición en el espacio.
Laín Entralgo, 1988

Arquitecturas del cuerpo: la bipedestación


Jean-Jacques Henner (1829 1905) La verdad (1902)

La evolución hacia la bipedestación resultó crucial tanto para la arquitectura del cuerpo como para la estructura fundamental del lugar habitado por éste.
Tanto tenemos que lamentar los cansancios y dolores de espalda así como separar la tierra del cielo mediante la tenue e insoslayable línea del horizonte, que es la región habitada por excelencia. El mundo moraliza distribuyendo lo inalcanzable allá arriba y postrando lo yacente vencido. A partir de entonces, la arquitectura tiene cubiertas por una parte y el contorno de muros y vanos, por otra. A partir de entonces la arquitectura masculina se yergue hacia el cielo, en torres y campanarios, mientras que la arquitectura femenina se explaya tendida en horizontal, tal como el Museo de Arte Moderno de San Pablo, firmado por Lina Bo Bardi.
Hay que notar el giro de la ilustración de este artículo. El artista ha comenzado su labor en un sentido y, quizá no contento con el resultado, ha reiniciado girando la tela noventa grados. ¿No es, acaso, sugestivo que me haya encontrado precisamente con esta obra aquí y en estas circunstancias?

Plumas ajenas: Laín Entralgo



Pertenece a mi existencia la ineludible, constitutiva necesidad de «estar en situación» o, más directa y sencillamente, de «estar». Según la ontologia aristotélica, la situación (situs, keisthai) es una categoría, una de las determinaciones con que el ente cósmico se hace realidad concreta. En tanto que cuerpo cósmico, también el cuerpo del hombre realiza esa forzosidad ontològica de la situación: está en determinado lugar, en pie o sentado, etc. Pero la situación de que yo hablo ahora no es solamente ésa; es también, y en primer término, la que engloba todos los modos de ser —no sólo del hombre— a que da nombre el sustantivo «estado»: estado civil, como modo de ser y estar correspondiente a la vida del ciudadano; estado sólido, como modo de ser y estar de la materia; estado de guerra, estado de salud o de enfermedad, estado de gracia... Cuando se trata del hombre, todos esos estados pueden y deben ser directa o indirectamente referidos al cuerpo, y en todos se hace patente que, para el hombre, «ser» es siempre, de uno u otro modo, «estar»; en todo momento «yo soy estando», y —como anteriormente apunté— a esa fórmula aludo tácitamente cuando digo en presente de indicativo lo que en cualquier instante «es» mi existencia: la expresión «yo pienso» dice en rigor «yo estoy pensando», «yo ando» es atribuir a un presente cursivo la determinación temporal de lo que realmente hago al andar, que no es sino «estar andando».
Laín Entralgo, 1988

Arquitecturas del cuerpo: la marcha


Cleobis y Bitón

La especie humana comienza por los pies, nos dice Leroi-Gourhan (1982, 168), aunque la mayoría de nuestros contemporáneos lo olvide y piense que el hombre desciende simplemente del automóvil.
David Le Breton, Elogio del caminar,
Mucho antes de ser humanos, dispusimos de una arquitectura abierta a  marchar. Y ha sido la propia marcha la que ha excavado los sitios para hacer lugar a los caminos.
Se trata de un mundo simple y cruel: apenas la criatura aprende, se lanza a un caminar que es tanto la vida como la supervivencia, tanto el proyecto entrevisto como lo que deja atrás lo ya vivido, un caminar que sólo conoce pausas y que se sabe ya que un día se detendrá por completo.
A la senda que desbroza nuestra marcha le llamamos mundo, vida, espacio o tiempo, tanto da.


Consecuciones (V) El cuerpo, arquitecto del lugar


Leonardo da Vinci (1452- 1519) La última cena (1498)

Así como la geometría ha sido el instrumento por excelencia del proyectar edificios, la arquitectura humanista debe tener al cuerpo humano vivo y en actividad como precursor.
Esto implica que el arquitecto profesional deberá seguir con atención, calma y empeño las líneas maestras que va dejando el cuerpo cuando habita los lugares. Deberá ser capaz de anticipar los pasos del habitante, de abrir espacio y tiempo para la danza de la vida, de abatir cualquier obstáculo al pleno y gozoso arte de existir poblando los lugares.
El arquitecto deberá asumir una nueva humildad no ya ante el Demiurgo, sino ante el forjador esforzado de las cotidianas estructuras del vivir terrestre. El Maestro en el Oficio lo llevamos puesto. Sólo se trata de oír sus voces. De seguir su ejemplo.

Consecuciones (IV) Estructuras del cuerpo y del lugar


Salvador Dalí (1904- 1989) Galatea de las esferas (1945)

En el estado actual de la cuestión puede dudarse ante, por lo menos dos alternativas.
En la primera de éstas, la estructura del cuerpo se proyectaría en sí sobre el lugar, confiriéndole su peculiar arquitectura. En esta asunción, la estructura del cuerpo es apenas un aspecto de una única entidad que puede ser asediada por la heurística también como estructura del lugar.
En la segunda alternativa, la estructura del cuerpo interactuaría con la estructura del lugar quizá como la radiación luminosa afecta al material sensible fotográfico. En esta forma, debería estudiarse cómo la estructura del cuerpo es pasible de revelarse en el lugar que habita.
Hoy es imposible decidir concluyentemente por ninguna de tales alternativas, pero sí es factible, quizá, discutirlas y confrontarlas.


Consecuciones (III) Cuerpo y mundo


Pablo Picasso (1881- 1973)  Las señoritas de Aviñón (1907)

¿Qué sería del paisaje sin la presencia de las figuras humanas que le confieren sentido? Y recíprocamente ¿Qué sería de estos cuerpos sin sus signos proyectados en el paisaje?
Es por obra y gracia de los cuerpos que disponemos de mundos diversos y coloridos, es por obra y gracia de los cuerpos que de todos los mundos apenas si llegamos a inteligir uno, es por obra y gracia de los cuerpos que los mundos no dejan de morir y nacer, de estrenarse y fenecer agotados.
Gracias al cuerpo el universo promete sernos inteligible, algo con conatos de sentido, una sospecha infundada de significación.

Consecuciones (II) Allí donde el cuerpo tiene lugar


Tiziano (1490- 1576) Amor sacro y profano (1515)

Lugar es el nombre propio y concepto adecuado a ese allí donde el cuerpo tiene efectiva existencia.
Cuerpo y lugar son indiscernibles desde un punto de vista ontológico: no hay lugar sin cuerpo y no hay cuerpo sin lugar. Luego, no es posible escindir en una y otro aspecto su asedio epistemológico. Por ello no es ya concebible confinar el cuerpo, como tal, a la envoltura de la piel, al contorno de su anatomía, sino que debemos considerar y comprender cómo el lugar habitado prolifera en forma y significación por obra de su población e imperio.
Es por cierto complejo, pero es un deber epistémico, ético y estético el abordaje de la realidad a la vez sutil y concreta del allí donde el cuerpo tiene lugar. Pero no es algo en verdad novedoso, sino que lo hemos tenido desde hace ya mucho tiempo ante las narices: ¿Qué sería del paisaje sin la presencia de las figuras humanas que le confieren sentido? Y recíprocamente ¿Qué sería de estos cuerpos sin sus signos proyectados en el paisaje?

Consecuciones (I) El cuerpo como estructura estructurante


Diego Velázquez (1599- 1660) La Venus del espejo (1651)

A la asunción del concepto de sujeto encarnado se le debe agregar, a nuestros efectos, la caracterización de radiante.
Es necesario entender el cuerpo como un arquitecto que impera allí donde tiene efectivo lugar. Así como en otras ocasiones hemos prestado peculiar atención aquí al lado interior de la arquitectura —su piel sensible— ahora toca prestar atención a la arquitectura que el cuerpo despliega más allá del contorno de la piel. En efecto, es preciso detenerse en esa densa red de radiaciones que parten del interior profundo del sujeto encarnado y se difunden sobre el lugar que habita.
Allí es donde el peculiar estatuto de los espejos tiene mucho que decir.

Cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante (V)


Diego Velázquez (1599- 1660) Las Meninas (1657)

La quinta y última hipótesis reza como sigue:
  1. El cuerpo del habitante es el Arquitecto primordial del lugar habitado. El arquitecto profesional debe reconocer y cultivar esta condición para la mejor consecución de su objeto como servidor social.


Cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante (IV)


Salvador Dalí (1904- 1989) Leda atómica (1949)

La cuarta de nuestras hipótesis enuncia.
  1. Existe, o bien un decidido homomorfismo entre la estructura del cuerpo y la estructura fundamental del lugar, o bien ambas estructuras constituyen dos constructos epistémicos de una única realidad, tal como puede resultar sospechable hoy.
Esto quiere decir que existe una sospecha o conjetura dubitativa: ¿Puede equipararse esta intuida estructura corporal con la hipotética atribuida al lugar? ¿Es que no serán una y la misma, a las que se accede desde dos perspectivas cognoscitivas diversas aunque convergentes?

Cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante (III)


Édouard Manet (1832- 1883) Olimpia (1863)



La tercera de nuestras hipótesis reza:
  1. Como consecuencia de la irradiación del cuerpo en el lugar habitado, a partir de cada cuerpo particular, se constituye a su modo peculiar un mundo (cosmos) en donde se ordenan los constituyentes según su proximidad o lejanía relativas, bajo su imperio.
El verdadero desasosiego en la pintura de Manet no origina en otro efecto: es el cuerpo triunfador y desafiante lo que conmociona, más allá de los detalles circunstanciales. El mundo se rinde a su medida, proporción y escala primordiales. Olimpia es un modo de ser del mundo.

A mis masivos visitantes

 En los últimos días he recibido masivas visitas de Singapur. Son tantas y tan persistentes, que me han llamado la atención. A estos amables visitantes, les recalco que todos mis contenidos constituyen una ofrenda universal a todo quien se interese por la temática, sin pretensiones de exclusividad. De todo corazón, deseo que les resulten útiles y, sobre todo, estimulantes de nuevas reflexiones. Espero, por mi parte, algún comentario que les pueda parecer. Saludos cordiales desde Montevideo.

Cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante (II)


Rafael (1483- 1520) Esponsales de la Virgen (1504)



La segunda hipótesis enuncia:
  1. La estructuración del lugar por parte del cuerpo conduce a concebir el propio lugar del cuerpo, no ya con el contorno aparente de la piel de éste, sino en la plena constitución del sitio habitado y en los términos formales y materiales en que esta habitación se produce efectivamente.
El lugar del cuerpo, en esta asunción, se integra comprensivamente en el sitio efectivamente habitado. En efecto, todo lugar, en sentido estricto es una propiedad espaciotemporal de —al menos— un cuerpo que lo puebla. Éste irradia forma y sentido a la constitución concreta y material del lugar.

Cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante (I)


Francesco di Giorgio Martini (1439- 1502) Trattato de architettura

La primera de las cinco hipótesis sobre el cuerpo habitante es:
  1. El cuerpo constituye una estructura (fabrica) estructurante. Como tal, dispone, distribuye y proyecta sobre el lugar habitado una forma y orden de dimensiones que le permite tener efectivo lugar en el espacio y en el tiempo.

Esta hipótesis vuelve sobre una muy antigua intuición que sólo con una asunción contemporánea y monista del cuerpo humano existente puede dar cabida, en sustitución de ingenuas figuraciones metafóricas, a la emergencia efectiva de una teoría rigurosa propia del cuerpo-que-tiene-lugar.

La fenomenología del cuerpo


Paul Delvaux (1897- 1994) El balcón(1948)

La fenomenología del cuerpo, propuesta y desarrollada por Husserl, Merleau-Ponty, Sartre y otros aboga por la unificación de los pormenores de la existencia humana.
Esto supone tanto superar la concepción mecanicista cartesiana tanto como la dualidad sujeto/objeto. Todo parece indicar que el sujeto encarnado se abre paso en un nuevo imaginario. ¿Cuáles son las condiciones materiales, sociales y culturales que hacen posible esta unificación? ¿Cuáles son las condiciones materiales, sociales y culturales que se desplegarán en el mundo que habitamos luego de esta asunción por el pensamiento corriente?

Sospecha sobre el imaginario del cuerpo


Albrecht Dürer (1471- 1528) Némesis o la Gran Fortuna (1502)

Los límites del cuerpo dibujan a su escala el orden moral y significativo del mundo. Pensar el cuerpo es otra forma de pensar el mundo y el vínculo social; un trastorno introducido en la configuración del cuerpo es un desorden introducido en la coherencia del mundo
David Le Breton, 1994

¿Cuál es el sustento original de todos estos dualismos: alma/cuerpo, mente/cuerpo, cogito/cuerpo y otros análogos?

Se puede sospechar que es el cuerpo mismo, el concreto y palpitante, el vivido en primera persona, el habitado.

En efecto, es el cuerpo la principal estructura estructurante (diría Bourdieu) con la cual nos proyectamos cognoscitiva, práctica y productivamente sobre el mundo. Así como el cuerpo se imagina, así se ordena el mundo como cosmos, del que puede saberse algo, hacerse alguna operación y, en definitiva, producirse artefactos y sentidos.
La primera de estas operaciones es la constitución de su propio imaginario y, por alguna oscura pero potente razón, aparece como una oposición de dos aspectos. Uno de ellos es perceptible, el otro es inteligible. Si uno se sabe perecedero, otro acaso pudiera ser eterno. Si uno pesa, el otro tiende irresistiblemente a la ascensión. Si uno aparece contorneado por una figura, el otro irradia por sobre todo el lugar que se puebla.
Hoy quizá estemos en condiciones de concebirnos bajo la especie de sujetos encarnados, siempre y cuando las condiciones adecuadas para imaginar el mundo nos lo vuelvan factible, oportuno y estéticamente relevante.


Imaginarios del cuerpo (III)


Dibujo en el Tratado del Hombre de René Descartes' (1596-1650)

Galeno ve el cuerpo humano desde el punto de vista de su conducta, de su bíos. Braus, en cambio, no pasa de verlo desde el punto de vista de su funcionamiento, concebido como la fisiología científico-natural lo concibe. Para él, el cuerpo del hombre viene a ser —textualmente nos lo dice— una fábrica en actividad. Los órganos descritos en los primeros apartados de su libro serían equiparables a las salas de trabajo de una fábrica industrial; las vías periféricas de conducción, a los sistemas por los que en la fábrica fluyen el agua, el gas y la electricidad; el sistema nervioso central y los órganos de los sentidos, a los departamentos desde los que se dirige la actividad de la fábrica. Pero, así como en la descripción del aparato locomotor es patente la unidad sistemática de los tres puntos de vista recapitulados en su paradigma —el estructural, el funcional y el genético— , poco o nada nos dice Braus, al describir el sistema nervioso central, acerca de la conexión entre su función y su estructura.
Laín Entralgo, 1988

Descartes acuña una exitosa constitución dual para el hombre: por una parte el cogito, por otra, la máquina del cuerpo,
Esta asunción mecanicista del cuerpo allana el camino para el detenido examen que realiza el anatomista alemán Herman Braus del cuerpo humano entendido como una compleja fábrica (en el sentido moderno de la expresión). En tal ‘establecimiento fabril’, cada órgano posee una forma que sólo se comprende cumplida y completamente cuando se aprecia su función y su genética. De allí que el anatomista entienda la unidad esencial entre la forma y la función en una expresión que dará vuelta al mundo y a las disciplinas más diversas: la forma sigue a la función.

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Imaginarios del cuerpo (II)


Ilustración en De humani corporis fabrica

Para Vesalio, anatomista del siglo XVI, el cuerpo se deja observar bajo la especie de humani corporis fabrica.
En este contexto el latino fabrica debe entenderse como estructura, ensamblado de partes o composición de elementos. Algo de este sentido se conserva aún en la locución propia del castellano peninsular ‘muro de fábrica de ladrillo’. No deja de llamar aún la atención la peculiar índole de las ilustraciones del célebre tratado: cuerpos desollados que posan aún erguidos ante la mirada inclemente del que se afana por conocer.
Vesalio acomete el abordaje riguroso del cuerpo humano tal como si de una arquitectura física se tratase.

Imaginarios del cuerpo (I)



Según Platón, el cuerpo apenas si es la parte material y perecedera del ser humano: es, según lo imagina, una cárcel para el alma.
Esta calificación responde a una mirada precavida sobre las pasiones propias del cuerpo que impiden que el alma pueda remontarse hacia la verdad. Por ello es que el cuerpo recluye y oprime el alma, alejando a ésta de la pura contemplación de las ideas.
Así, la imaginación platónica desconfía del cuerpo y apuesta todo su interés en la purificación ideal del alma.